Walter Vargas - Télam
Ahora, cuando el papelón se diluyó entre los densos nubarrones de las amenazas y Lionel Messi supo callar hasta a sus más venenosos detractores; ahora, con el cupo del Mundial asegurado y cuando la ocasión invita al brindis, ahora mismo se presenta la invalorable oportunidad de desandar el camino y sacar las conclusiones que urgen. Y las conclusiones, las que urgen, dejan escaso margen para la mirada indulgente.
Esta travesía, la de las Eliminatorias, empezó muy mal, siguió muy mal y estuvo a 90 minutos de rubricar a tono con el tobogán: en clave de catástrofe.
Tres conductores de la AFA, otros tres directores técnicos, cientos de jugadores y un desbande expresado en la cancha en un equipo que jamás consolidó algo parecido a un estilo.No hay en Sudamérica rivales de la pasmosa blandura que abundan en Europa, por ejemplo. No hay por acá caramelitos del tipo de San Marino, Andorra, Moldavia, Kosovo, Gibraltar, y sigan las firmas. De ahí que el corso a contramano que resultó la Selección tuvo el alto costo infligido por oponentes que, con virtudes y defectos, no dejaron de dar el mínimo esperable de un aspirante al Mundial.
¿Era indispensable que Argentina quedara afuera del Mundial para asumir el baño de humildad? No, no era indispensable, en todo caso indispensable fue el castigo de haber llegado al último partido sin garantías ni sosiego.
Se supone que el baño de humildad ya es un hecho consumado que recorre el entendimiento y el magullado ego de dirigentes y jugadores, por qué no de la comunidad futbolera siempre al borde del caricaturesco sobreentendido de que Dios y el fútbol son argentinos.
En fin, amanecimos con una Selección en el Mundial pero nada más lejos que disponer de una gran Selección para el Mundial. Parece un juego de palabras, pero en rigor no es un juego de palabras.
El sentido común pide a los gritos una renovación del plantel y del fuego bautismal de un grupo de futbolistas que llegó al partido en Ecuador con inquietantes síntomas de vejez en el alma.
Aventurero como es, Jorge Sampaoli deberá arriesgarse a meter mano a fondo y en el riesgo mismo anidará la recompensa.