Video: recorré el Palacio de Invierno, a 100 años de la Revolución Rusa

La ocupación del edificio que simbolizaba el poder omnímodo de los zares materializó lo que se conoce por “Revolución Rusa”. El 25 de octubre de 1917, tras constatar la inutilidad de la resistencia al golpe, el Gobierno Provisional de Alexander Kerensky se entregó a los bolcheviques. Fue el fin para la alternativa democrática ensayada y el punto de partida del proyecto que acabó en la creación de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. El Palacio de Invierno “lo vio todo” y hoy, convertido en el fantástico Museo Hermitage, sigue en pie, en San Petersburgo, para relatar su historia.

Quizá la justicia poética exista o quizá sea la única forma de justicia posible. Concebido para proyectar las ambiciones de la autocracia de los Romanov, el Palacio de Invierno terminó trascendiendo su destino político para convertirse en emblema del arte y de la cultura, y de los bienes inalienables. El Museo Hermitage de San Petersburgo homenajea la grandiosidad: la de la emperatriz Catalina, la coleccionista y mecenas que se carteaba con Voltaire, y las de las sensibilidades que en distintos períodos de la historia rusa prevalecieron para salvar el acervo del desquicio y el caos. Este Palacio de Invierno levantado en 1732 “lo vio todo”, y en ese tren presenció cómo el 25 de octubre de 1917 del calendario juliano, las fuerzas bolcheviques lo ocupaban en un episodio que fue menos un asalto y más una entrega voluntaria, y que implicó el punto determinante y fundamental de la Revolución Rusa acaecida hace 100 años.

Ese pasado está presente por doquier, aunque el Hermitage se haya convertido en una postal turística imprescindible. Su fachada inabarcable refleja con plenitud el cúmulo de aventuras y secretos que atesora: este 4 de julio de 2017, la nubes que se dejan perforar por el sol iluminan ventanas y cristales, y envuelven al Palacio de Invierno en un haz tridimensional. La plaza generosa con la columna de Alejandro en el centro, que une al conjunto arquitectónico -hoy paseo peterburgués por excelencia-, fue hace un siglo el escenario de una insurrección hasta entonces desconocida para el mundo: la de quienes tomaron las armas al grito de “¡todo el poder a los soviets!”. En el otro extremo de esa plaza afiebrada de 1917 había un río Neva salpicado de barcos aliados a los militantes rojos y preparados para convertir el símbolo imperial en cenizas. Así, la sede del Gobierno Provisional encabezado por Alexander Kerensky, que pretendía administrar la transición entre el zarismo y la democracia, quedó literalmente atrapada entre las barricadas urbanas y la flota fluvial bolcheviques. Sin escapatoria ni apoyos militares, el gabinete del abogado Kerensky observó de brazos cruzados cómo la marea marxista penetraba en el Palacio de Invierno. Las fuerzas de Vladímir Ilich Uliánov, Lenin, habían conquistado el corazón del poder ruso.

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Encuentro borgeano

Las embarcaciones recorren el Neva como si fueran conscientes de su papel necesario en el paisaje, dibujando ondas sobre el agua que las acoge. Se las ve desde el primer piso del Hermitage, donde comienza la fantasía de un museo que es todo lo que está al alcance de la mirada más todo lo que se pueda imaginar a partir de allí. Esa sensación aumenta en el Salón de Malaquita, una joya hecha habitación. Revestido con el mineral extraído de las canteras de los Urales y con oro, esta sala formó parte, aunque con distinta decoración, de los aposentos privados de los Romanov desde finales del siglo XVIII. Sus columnas y detalles verdes (como el traje de la tortuga Manuelita) vieron pasar -y vivir- a los zares, zarinas y sus proles: aquí dio un concierto el compositor austrohúngaro Franz Liszt (en 1948); aquí se vistió Alejandra (“Alix”) para la boda con Nicolás II, y aquí funcionaron los comités de beneficencia que las hijas de ambos, Olga, Tatiana, María y Anastasia, animaron durante la Primera Guerra Mundial. Tras la caída del zarismo, en febrero de 1917, el Salón de Malaquita alojó al Gobierno Provisional: los revolucionarios bolcheviques arrestaron a sus ministros en un salón contiguo.

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La caída de un régimen y su sustitución por otro se materializó en medio de un lujo descomunal. Tres alegorías pintadas sobre la pared de mármol artificial (la Poesía, el Día y la Noche) sintetizan esa opulencia celestial. Es posible que, al entrar por primera vez a las habitaciones de la familia imperial, los revolucionarios no se percataran de ello. Relata el líder León Trotski en su “Historia de la Revolución Rusa” (1932) que las milicias del proletariado tomaron el Palacio de Invierno en tinieblas: estaba oscuro porque ya era de noche y la luz eléctrica había sido cortada. “Ennegrecida, la residencia oficial se presentaba como un enigma alarmante”, dice Trotski que dijo un compañero de Kerensky. En el interior del edificio se mezclaron los batallones femeninos y masculinos de Junkers (protectores del régimen transicional) con los bolcheviques: fue un encuentro borgeano. Frente a frente en la penumbra, unos y otros se reconocieron, y se dejaron pasar, sin luchar. Trotski agrega la idea de un laberinto de 1.500 habitaciones, donde unos y otros se movían a tientas, sin acabar de comprender lo que sucedía.

“Los ministros del Gobierno Provisional estaban desesperados. Sin nada para decir y hacer, y sin esperanzas. Algunos se abandonaron al estupor, otros intentaban calmar los nervios caminando por el Palacio. Aquellos inclinados a las generalizaciones se pusieron a recorrer el pasado buscando un culpable. No era tan difícil de hallar: ¡la democracia! Era el anhelo democrático el que los había llevado al Gobierno de Rusia; colocado en una situación insostenible y dejado, por último, sin apoyos en el momento crítico. Por una vez los Kadets (miembros del Partido Democrático Constitucional) estaban totalmente de acuerdo con los socialistas. Sí, había que condenar a la democracia”, escribe Trotski. Todas estas deliberaciones ocurrían entre lacayos y sirvientes -todavía- vestidos con el uniforme del zar (azul, rojo y oro), que nunca dejaron de escanciar las copas con los vinos y licores que había dejado su alteza real.

La crónica trotskista de la captura del Palacio de Invierno acepta que, tras la detención de los gobernantes provisionales, hubo saqueos, pero niega que estos tuviesen la intensidad que les endilgaron “los círculos burgueses”. John Reed, el periodista estadounidense que presenció el desarrollo de la Revolución y luego lo plasmó en “10 días que sacudieron el mundo”, apunta que todos los bandos pillaron objetos, en especial, porcelana china y vajilla. La versión de los bolcheviques sostiene que el saqueo fue contenido con controles en los accesos del Palacio y que recuperaron los botines a punta de pistola.

El retorno del hijo pródigo

La Revolución de Octubre no sosegó las turbulencias que venían manifestándose con gravedad creciente desde antes de la revuelta de 1905: ese episodio obligó al zar a convocar la Duma Imperial, primera forma de asamblea “popular” consultiva. Previamente, en 1881, una célula terrorista había asesinado a Alejandro II en las calles de San Petersburgo. Al tiempo de la conquista del Palacio de Invierno, Rusia estaba corroída por los desastres militares de la Primera Guerra Mundial. Lenin necesitó seis años más para acabar con los levantamientos civiles: los ejércitos Rojo y Blanco (donde confluían todas las facciones internas y extranjeras contrarias a los revolucionarios) pelearon hasta 1923, cuando ocurrió la capitulación de Ayano-Maysky, último enclave antibolchevique.


Recién entonces comenzaron a dimensionarse las implicancias de la ocupación del Palacio de Invierno, suceso que originó la instalación del primer sistema comunista en el mundo. Rusia se lanzaba a la aventura de plasmar los postulados de Karl Marx. Ese emprendimiento solitario alcanzaría una influencia planetaria, con versiones de estatización socialista (China y Cuba, por ejemplo) que perduran hasta el presente, aunque, en los años 90, los rusos hayan vuelto a abrazar la senda democrática cancelada en 1917.

El Palacio de Invierno sobrevive como un ícono político absorbido por las artes. Hay en el Hermitage un aura de inmortalidad y de universalidad que lo distingue en la familia de los museos inventados y por venir. Todo en él habla más allá de lo evidente y quizá por ello la más célebre de las miles de miles de obras que exhibe sea un óleo sobre la piedad y el perdón del pintor holandés Rembrandt titulado “El retorno del hijo pródigo”.


El contexto global en 1917

Rusia: el Zar y su familia, presos en Siberia


El 1 de agosto del calendario juliano, el Gobierno Provisional despide a Nicolás II (foto), su esposa Alejandra, sus cinco hijos y a un séquito de 39 integrantes, quienes parten a Tobolsk (Siberia) para cumplir la primera etapa de la prisión domiciliaria.

Europa: los alemanes están ganando la guerra


Hacia 1917, los ejércitos del “káiser” Guillermo II (retrato) se adjudican victorias clave para el desenlace de la Primera Guerra Mundial. Los alemanes impulsan el avance de la Triple Alianza con peligrosas incursiones en las fronteras rusas.

Argentina: gobierna Yrigoyen por la ley Sáenz Peña 


El radical Hipólito Yrigoyen (retrato) accede a la Casa Rosada en el debut de la Ley Sáenz Peña, que establece el voto secreto, obligatorio y masculino. En su gestión estalla el movimiento obrero y cristaliza la reforma universitaria del 18.

Centenario de la Revolución Rusa

El 25 de octubre de 1917 del calendario juliano sucedió la gran revolución del siglo XX. A partir de ese hito y durante más de siete décadas, Rusia fue símbolo del socialismo, del antiimperialismo, y del rechazo al viejo orden europeo y occidental. La desintegración del régimen en 1991 puso fin catastróficamente al mayor experimento de comunismo e igualdad. LA GACETA recorre las vicisitudes y derivaciones de la Revolución Rusa, a 100 años de su consecución, mediante una serie de publicaciones elaboradas en el lugar donde ocurrieron los hechos. En la edición de mañana: la vida de Lenin, el líder de los bolcheviques, en la mansión de la ex amante del zar Nicolás II.

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