De Andrés Burgo.-
Ya parece que pasó hace un siglo, pero ocurrió hace pocos días: el verano, ese tiempo en el que en el fútbol no pasa nada pero hay que seguir hablando de todo, había encendido una especie de preocupación. Fue el enero sin goles de Atlético en los amistosos preparatorios, lo que derivó en algunas impaciencias, pero la realidad comenzaría con el rostro inverso: ayer, tras el segundo partido desde la reanudación de la Superliga (y sumado al 3-0 ante Temperley), lo que Atlético demostró es que tiene bien firme el cero, pero en su propio arco.
Los 180’ sin recibir goles en 2018 es una de las conclusiones positivas en un empate que, sin embargo, debería autodestruirse en horas. Si se trata de ver el vaso medio lleno, lo que también dejó Atlético fue su buen primer tiempo, en el que a fuego lento se hizo con el control y no lo soltó hasta el entretiempo. Fue un dominio sin grandes llegadas hasta Facundo Altamarino, es cierto, pero con la actitud de un equipo que parecía ser local: terminó los 45’ iniciales con el 66% de tenencia del balón.
El tema es que esa misma diferencia entre un equipo y otro se repitió dentro del juego de Atlético: la derecha fue una zona ociosa en ataque, con Guillermo Acosta más ocupado en frenar el tranco de Martín Lucero y David Barbona desabastecido. Por izquierda, Favio Álvarez estuvo elegante y productivo (la figura del equipo), y cuando encontró un socio en las proyecciones de Cristian Villagra, llegó lo mejor de Atlético, en especial una jugada que terminó en un rebote desaprovechado por Rodrigo Aliendro.
Pero todo estuvo muy cerca de irse al diablo en el despertar del segundo tiempo, cuando Lucero se le escapó a Acosta y Augusto Batalla respondió con reflejos felinos ante Enzo Kalinski, y en cierta forma ese susto marcaría el desarrollo del complemento. El equipo bis de Banfield (sin Darío Cvitanich ni Nicolás Bertolo, abocados a la Copa Libertadores) sintió como si ya hubiera pagado el derecho de piso y Atlético perdió presencia en el medio, como si fuera un equipo mucho más largo y dependiente del pelotazo a Mauricio Affonso.
Con los ingresos de Francisco Grahl y Gonzalo Freitas, el “Decano” recuperó la pelota pero ya no tuvo el control del partido, porque las mejores situaciones ya serían de Banfield, en especial una de Julián Carranza que estuvo muy cerca del 1-0 que habría sido injusto. “Bienvenidos al estadio con el mayor invicto del fútbol argentino (49 partidos, 1950-1953)”, dice un cartel de 60 metros ubicado detrás de uno de los arcos de la cancha de Banfield, a lo que Atlético podría responderle que lleva dos partidos con el arco invicto.
Para las alarmas que se habían encendido en el verano, bienvenida la solidez.