No es seguro que el Mundial 2030 vaya a disputarse en Argentina. La candidatura, presentada en forma conjunta con Uruguay y Paraguay, es sólida y cuenta con una miscelánea histórica a favor, porque ese año se cumplirá el centenario de la primera Copa, organizada y ganada por los uruguayos. Pero hay otro candidato poderoso: Inglaterra, que cuenta con el respaldo de Europa. A este juego de intereses lo definirá la muñeca política de los operadores de turno, que deberán bajar las cartas sobre el paño de Moscú. Sí, dentro de un par de meses. Digamos que al día de hoy las chances son 50 y 50 para cada postulante. Ahora bien, en el mapa interior del proyecto del Cono Sur el que no figura a la hora del reparto de subsedes es Tucumán. Vaya novedad.

No sería la primera vez que la provincia mira un Mundial por televisión. El agravante en el caso de 1978 es que lo que parecía una subsede asegurada terminó diluyéndose como arena entre los dedos. Las obras para la construcción de un estadio en Yerba Buena habían comenzado con la preparación del terreno. Al día de hoy esa “olla” mantiene el perfil de lo que no fue. Con miras al 2030 la parada ya está copada y nada menos que por Santiago del Estero. Lo dijo Claudio Tapia, presidente de la AFA, entusiasmado con el plan de erigir allí un estadio a imagen y semejanza del Wanda Metropolitano madrileño, ese fantástico teatro en el que la Selección perdió 6 a 1 con España.

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En estos casos lo primero que se discute es la relación costo-beneficio de ponerse al hombro una subsede mundialista. ¿Le sirve a Tucumán? ¿Es una prioridad? ¿Está en condiciones de afrontarlo? ¿Y quién bancaría la inversión? Las respuestas pueden ser variopintas y dependen del filtro que se utilice para calibrarlas. Hay ciudades que cambiaron su perfil y dieron un salto de calidad gracias a iniciativas de esta naturaleza. Otras se llenaron de elefantes blancos y terminaron endeudadas hasta el infinito. Depende, siempre, de que una candidatura cuente con el sostén de un proyecto. En el caso de Tucumán, estaría atada al desarrollo de una infraestructura de la que en estos momentos carece. Mejorar rutas, transportes, conectividad, servicios, turismo y un sinfín de actividades paralelas constituye un capital que va mucho más allá de un puñado de partidos de fútbol. Desde esa mirada, todo es ganancia neta. Pero ya parece tarde.

El Mundial estaría repartido en 12 estadios: dos de Uruguay, dos de Paraguay y ocho argentinos. Buenos Aires, Rosario, Córdoba, Mendoza y Mar del Plata -las ciudades que albergaron el 78- asoman inamovibles. Hay que agregar a La Plata, que disfruta hoy del mejor estadio del país. Quedaría una plaza en el NOA, ya anticipada para Santiago del Estero por el titular de la AFA, y una última para disputar entre el NEA y la Patagonia, dos regiones sin tradición futbolera pero con todo para ofrecer. Misiones juega el activo de las Cataratas del Iguazú; Santa Cruz, el glaciar Perito Moreno. ¿El torneo se hará en invierno? No hay problema: se construye un estadio techado y con piso sintético. El efectivo todo lo soluciona.

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Todo esquema puede romperse y más cuando queda algo de tiempo. No mucho en este caso, pero es tiempo al fin. El detalle es que nadie parece haber reparado en esta oportunidad histórica, o si lo hizo no levantó la voz. Ni siquiera hay un debate, lo que quiere decir que estamos mirando para otro lado. Como decía Lennon, la vida es algo que te pasa mientras estás ocupando haciendo otros planes.

Carlos Dittborn fue el padre del Mundial Chile 1962, un visionario que derribó todos los obstáculos y consiguió lo que lucía imposible: organizar un Mundial en la más impensada de las sedes. “Porque nada tenemos todo lo haremos”, fue su lema. Efectivamente, Dittborn y el pueblo chileno lo hicieron. Pero él murió poco antes del torneo, sin ver concretada su obra. Quien piense que 2030 queda lejos no es capaz de tomar distancia para mirar un cuadro. Aquí se instalan las percepciones y las movidas del estadista. Por ejemplo, una convocatoria a la sociedad a encolumnarse detrás de una meta. Algo así como “tucumanos, tenemos 12 años para prepararnos; 12 años para ser anfitriones del mundo; 12 años para mostrar un jardín a quienes nos visiten; 12 años de trabajo”. Con la ciudadanía involucrada y movilizada, sientiéndose parte, las perspectivas cambian. Todo esto implica ser sede de un Mundial.

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