Incultos y despolitizados

Los ejemplos sobran: en las esferas de los poderes o en el llano de la calle. La discusión es desde dónde se debe dar el ejemplo: ¿desde arriba o desde abajo? El River-Boca confirma todo. La solución: decir basta o jugar en Uruguay.

Hay quienes le llaman “desculturalización”. Pero esa palabra no figura en el diccionario. Se escapó, quizás por vergüenza. Tal vez lo que el interlocutor quiere decir es que la cultura no está. Ha desaparecido. Y el ciudadano le roba el prefijo des y lo pone en cultura. Lo que quiere decir es que muchos valores están en des uso; que la educación está des-figurada y que el respeto y las buenas costumbres pasan des-apercibidas.

La discusión se estira y se desvela. Está en el que sostiene que los responsables del descalabro son los propios ciudadanos, a quienes no les importa nada; y también opina el que dice que todo depende de la cabeza. Se refiere al líder o a la autoridad que no hace cumplir las reglas. La charla sigue hasta que las velas no arden. Hasta que sale la frase prohibida que apunta contra la política. Lo que en realidad quiso decir es que el problema son los funcionarios o los protagonistas de la política, pero no ella misma. El riesgo son los Bolsonaro o los Trump, que ponen todavía más en riesgos las instituciones, y ahí si la “desculturalización” será para llorar.

Malos ejemplos

• El mismísimo José Alperovich, que alguna vez fue gobernador de la provincia, dijo “persiguen a mi gente”. En el barrio dirían “el muerto se admira del degollado”. Tal vez el ex titular del Poder Ejecutivo ya no se acuerda de cuando borró del peronismo, de la Cámara y hasta del listado de los ñoquis a cualquier dirigente peronista que osara disentir con él; y más aún si era un mirandista.

• Alperovich, también, fue tan bueno y hacía tantas cosas por Tucumán que merecía ser asesor del gobernador de la provincia, Juan Manzur, aún siendo senador de la Nación. Cuando dejó de ser bueno, cuando ya no lo querían, o cuando Manzur y su coequiper Osvaldo Jaldo se dieron cuenta que iban a enfrentarse con Alperovich, lo vieron como inútil, incapaz, improductivo… Y dieron por mandato vencido el asesoramiento.

• La historia es conocida, pero es tan increíble que aún leyéndola cientos de veces cuesta creerla. Es que en 2003 Osvaldo Jaldo se hizo alperovichista. En 2013 juró ante la Biblia y en el mismísimo Congreso de la Nación por el mejor gobernador de la historia de Tucumán. Se refería a Alperovich, al mismo que defenestró este año diciendo que no hizo nada por Tucumán.

• Juan Manzur es el actual mandatario que avaló todo lo que se hizo contra Alperovich. Considera que no debería querer volver a ser gobernador. Se trata de la misma persona que condujo la reforma constitucional de 2013 y, después de hacer el engendro de esconder un tercer mandato, se lo llevó como regalo y gran trofeo a su jefe José.

• El vedettismo es la moneda de cambio y el valor intrínseco de los actos de los principales actores de la vida política. Esa (para ellos) necesaria exaltación de sí mismo y del personalismo deja de lado la idea de descendencia, de prolongación o de sucesión. Está primero la promoción del ego.

• Dentro de ese mismo paradigma de principios de siglo, José Alperovich impuso la teoría maniquea del amigo-enemigo. Más de una vez se lo escuchó decir al ex gobernador, pero también se lo vio hacer y defender la idea de que “o estás conmigo o te condeno al ostracismo”. Exactamente lo mismo están haciendo hoy Manzur y Jaldo.

Política desvirtuada

La política no es otra cosa que un experiencia comunicación. La idea de “amigo-enemigo”, la búsqueda de destruir al otro porque no está conmigo es, precisamente, la antipolítica. ¿Qué es la política sino la búsqueda del consenso, del intento del acuerdo, del intercambio de ideas y de proyectos? Un político busca el entendimiento con el otro, con el rival, con el adversario (no con el enemigo).

La construcción de la política la hacen actores que se sientan a conversar, que dan la cara, que tienen un cúmulo de argumentos para poner sobre la mesa. La idea es seducir y conquistar al interlocutor. También implica estar dispuesto a perder en esa intercambio. Nada de eso está pasando en Tucumán, donde el desencuentro es mayúsculo y hasta justificado por los dirigentes. Así se ven las cosas desde las alturas del poder. ¿Cuál es la diferencia desde el llano?

Es gracioso subirse a una camioneta de Tránsito. Es triste ver la realidad desde esa perspectiva.

• En la esquina de 24 de Septiembre se parará un taxi en doble fila y hará bajar a una mujer con sus niños, sin importarle que el cordón de la vereda está lejos. En verdad, no se puede acercar porque hay otros dos taxistas estacionados en la esquina. Justo ahí, donde no hay parada. En el lugar prohibido. Entonces se escucha el bocinazo desde la camioneta y, como cuando alguien patea un hormiguero, salen desde los más recónditos lugares. Se suben a los autos y salen huyendo. ¿De qué huyen? De sí mismos. De su decisión de estar en infracción, al margen de la ley.

• Una cuadra más adelante, frente a la plaza Independiente una fila de autos se acuesta sobre el cordón. Ninguno de los dueños debe saber leer porque el cartel es claro: Prohibido estacionar de lunes a viernes de 7 a 22 y sábado de 7 a 14. En la punta hay tres autos frente a la catedral. No son particulares: son otra vez taxis en infracción. Están bien entrenados. Sienten la bocina de la camioneta oficial y salen casi en picada. Llegan a la otra esquina y no hace falta el bocinazo oficial: ellos mismos les hacen señas a sus colegas (¿“cómplices”?, ¿“socios de la ilicitud”?) y salen a las apuradas a seguir haciendo de buey corneta. La camioneta de tránsito se detienen en los lugares vacíos, en una mesa del bar del frente departen tranquilos como si nada tres hombres. Saborean el café, ríen y gesticulan. Son agentes de tránsitos que en la primera hora de trabajo ya encontraron la necesidad del recreo. Ven a la autoridad y se deshacen en disculpas, pero los gestos desnudan enojo, como si les hubieran interrumpido la vida.

• La camioneta sigue adelante, sin doblar. Pasa la avenida Sáenz Peña y llega a la mismísimo zona de El Bajo. Allí, frente a la vieja terminal, la calle se enangosta hasta su mínima expresión. Es que del lado izquierda hay dos filas de autos descascarados y descarados. La escena es la misma. Sienten la bocina y salen corriendo para subirse a los autos como en aquellas viejas carreras del lejano oeste que veíamos cuando éramos chicos en televisores en blanco y negro. A más de uno el auto ni le arranca.

• Mientras esto ocurre en Maipú al 100, una agente de tránsito frena a un taxi de Yerba Buena. Se baja el chofer, le quita el talonario con las actas a la oficial de tránsito. Llega apoyo para auxiliar a la mujer. Aparece otra dama, grita, dice que es la dueña del vehículo, se tira al asfalto, dice que está embarazada. Obviamente, la autoridad ya es el diablo y el infractor se ha convertido en ángel. El operativo se desarma. El chofer en falta sale airoso y festejando como si hubiera hecho un gol.

• Todas las mañanas en Santa Fe casi esquina Salta, los taxistas deciden tomar esa arteria y se estacionan en doble fila. Pedirle a los choferes que dejen libre los lugares para que asciendan o desciendan los vecinos y niños que viven en los edificios parece una afrenta. Se defienden a los gritos o con improperios, como si cumplir las reglas fuera una agresión.

Todo igual

Esta semana, el presupuesto de la provincia va a dibujar el futuro de la provincia. En la Legislatura no hay un sesudo análisis de las cuentas provinciales. Hay una clara preocupación por cumplir con el pedido del Poder Ejecutivo que hizo a imagen y semejanza de los borradores que dibujó el ministro de Economía Eduardo Garvich.

En realidad, en la Cámara la preocupación es que cuando haya que gestionar dineros que no son de las dietas siga en vigencia ese sistema por el cual se le pide autorización a alguna de las autoridades y se manda a alguien a la calle Salta a buscar un dinero que se anota en la cuenta del Otario y después alguna planilla la absorbe hasta el próximo mes. Ya no hay gastos sociales, pero sí nombramientos y estos préstamos que se descuentan por planilla sin límites.

A pocos les importa el presente. La mayoría está en modo 2019. Ya es hora de pensar en candidatos o en pintadas. Muchos ya caminan barrios y acopian billetes porque el año que viene, entre fiscales, autos y comidas, como mínimo, deberán tener más de 10 millones de pesos para ser candidatos con chances. Ya escuchan pedidos en los barrios, los más dramáticos son los de jóvenes que les preguntan: “¿Podemos hacer una cocinita?”, tal cual lo confesó este viernes una dirigente que camina los barrios como pocos.

La discusión podría seguir. Uno de los contertulios seguirá hablando de desculturalización, aunque la palabra no exista. El otro dirá que la política se ha desvirtuado porque el consenso no existe. Uno dirá que el problema está en las alturas del poder; el otro hablará de los desquicios de la calle. ¿Y si es un trabajo conjunto? También se podría sumar el que piensa que la Justicia es el último resquicio para encontrar el quicio a este des-quicio. Es posible siempre y cuando no aparezca un fiscal incapaz de aceptar sus errores, que termine descargando su bronca con la prensa, dibujando causas como un artista en vez aceptar sus faltas o de mirar de frente a quienes los atacan. A la Justicia le cuesta aceptar que la prensa puede ser autónoma y sin intenciones sectoriales.

Cuando estas líneas llenaban la pantalla en blanco, el clásico River-Boca escribía una capítulo más de lo increíble. La conversación podría volver a empezar. Es la sociedad y su incapacidad de convivir o es la autoridad incapaz de dar el ejemplo y de poner orden. “Por qué no hacen el partido en el Centenario de Montevideo y sin público”, vocifera un maestro de la impaciencia... o un hombre harto de seguir viviendo en la disyuntiva del “amigo-enemigo”.

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