Por Katrin Koenig, periodista alemana.-
En mi entorno observo que el respeto hacia los demás va en descenso. En las familias, por ejemplo, hay muchos adolescentes que no miran ya a nadie con excepción del teléfono móvil. Hay varias causas, no solamente los nuevos medios de comunicación. A finales de los años 60 empezó una época de rebelión contra la autoridad de los adultos, una tendencia quizás más marcada aquí en Alemania por haber vivido las consecuencias de la subordinación total en los tiempos de Hitler. La nueva generación empezó a educar a sus hijos sin límites, confiaba en que los jóvenes iban a formar una personalidad fuerte cuanto menos se les marcara el camino. Estos hijos son los padres de hoy y, por cierto, muchos de ellos han vuelto a imponer reglas -si bien mucho más blandos que sus abuelos- porque han experimentado que la libertad completa los ha dejado perdidos.
Se ha establecido un trato amistoso entre padres e hijos. Casi nadie pega a sus hijos, se habla con ellos. El lado positivo es que los hijos confían en sus padres, la mayoría no se siente para nada reprimida (según encuestas actuales). Pero en un aspecto hay un abismo: muchos padres querrían que sus hijos pasaran menos tiempo delante del móvil u otra pantalla, que salieran más, en vez de comunicarse con todo el mundo a través de internet. Esta ausencia mental de los adolescentes (y de cada vez más adultos) lleva ciertamente a una falta de respeto, si bien no necesariamente es una falta consciente. Simplemente, no se perciben las necesidades de los demás. Dolor, alegría, separaciones: mucho se comunica solo en un mundo virtual.
Hacia fuera, los padres han empezado a defender a sus hijos con uñas y dientes; si los peques van mal a nivel escolar, buscan la culpa en los profesores o suponen que su hijo es superdotado. Estos hijos crecen o han crecido ya y la consecuencia es que casi nadie deja que se los critique. Se vive un gran egocentrismo en la sociedad: “¡aquí estoy, mírenme! Obviamente, muchas de las personas mayores han quedado fuera de juego. Están asustadas o indignadas por las generaciones tan poco “empáticas”, absorbidas por sus WhatsApp, YouTube... Con sarcasmo se podría decir: cuando ellos mueran, ya a nadie le importará. Pero las corrientes se suelen alternar con contracorrientes. En este caso, ojalá así sea.