Atlético acalló a los extraños

El "Decano" jugó un gran partido y eliminó a Talleres en un estadio colmado por ambas hinchadas.

FUNDAMENTAL. Barbona estrelló un tiro en el palo pero además hizo jugar a Atlético y gracias a él, llegaron varias de las chances de gol con las que contó. la gaceta / foto de hector peralta FUNDAMENTAL. Barbona estrelló un tiro en el palo pero además hizo jugar a Atlético y gracias a él, llegaron varias de las chances de gol con las que contó. la gaceta / foto de hector peralta

Los y las hinchas que tienen más de cinco años yendo a la cancha, conocen un ruido al que le temen y mucho: el grito de gol de la hinchada visitante. Ese grito que no se escuchaba desde antes de la prohibición de las dos hinchadas, en un mismo estadio. Ese grito logrado por una minoría que con fuerza y orgullo, logra un peculiar fenómeno: silenciar a la mayoría y hacer que sólo se escuche el suyo. Ese mismo grito que en la ida fue de hinchas tucumanos de Atlético y aturdió a los de Talleres en dos oportunidades. Ese grito que tuvieron atragantado toda la siesta los cordobeses y que finalmente sólo se escuchó en las tribunas del Monumental. Todo lo cual significaba una sola cosa: la clasificación de Atlético a cuartos de final.

Explicar el 2-0 desde las tribunas no es justo para el equipo de Ricardo Zielinski, superior a su rival en el partido, pero el clima que se vivió afuera, acompañó a lo que pasaba adentro. El ida y vuelta entre las hinchadas fue el mismo que se dio en los primeros minutos del partido entre los dos equipos.

Atlético salió a llevarse por delante a Talleres que, como era de esperarse, tenía preparado algo más que contraataques. Estaba predispuesto a atacar cuando tenía la chance pero sin desacomodarse. Al menos sin hacerlo por sus propios medios porque entre David Barbona y Leandro Díaz lo hicieron contra su voluntad.

Cómo no intentar explicar en sonidos lo que se perdió el “Loco” en diagonal a un arco sin arquero pero con el ángulo suficiente para marcar. La emoción contenida de las miles de personas en ese segundo, se transformó en una onomatopeya de desazón. Era la chance para abrir el marcador. La misión con la que había salido Atlético.

Claro, parece una verdad de Perogrullo: en todos los partidos el equipo sale a intentar hacer el primer gol, pero en este caso, con el resultado de la ida, el 0-0 lo dejaba afuera y el 1-0, haría que la “T” sea aún más osado en ataque y descuidara su patio trasero.

Esa misma energía contenida y el silencio previo a lo que podía ser el gol, se sintió cuando Javier Toledo quedó mano a mano con Guido Herrera, bien comenzado el segundo tiempo. El delantero se demoró para patear, pero aguantó la posición con el cuerpo y cuando vio que los jugadores de Talleres se desparramaban para bloquear su remate, los engañó y asistió a Díaz. Finalmente llegó el gol tranquilizador y el grito posterior. No eran los visitantes, era todo el estadio asimilando la ventaja de su equipo.

Una vez arriba en el marcador y sabiendo que con ese resultado, clasificaba a cuartos, Atlético vio cómo Talleres mandó a sus hombres arriba y el partido quedó oficialmente quebrado. El ida y vuelta en las tribunas, ahora estaba reflejado en las idas desesperadas de Talleres y las contras de Atlético, que amagaba con liquidarlo.

El gol de Talleres, que tanto temía Atlético, seguía sin llegar. Nery Leyes, que volvió a jugar de titular luego de varios partidos, también lo hizo posible. Marcó como en las viejas épocas y se acopló con su ya conocido Rodrigo Aliendro. Entre ambos, intentaban neutralizar a Dayro Moreno y Sebastián Palacios, los principales candidatos a hacer gritar a sus hinchas y callar a los de Atlético, quedaron reducidos a la mínima expresión, sobre todo en el segundo tiempo.

El gol que sí llegó fue el de Toledo, que picó el penal con la confianza de alguien que dominó la serie en ofensiva (tres goles y una asistencia). El otro, el que hubiese devuelto la clasificación a Córdoba, jamás llegó. Atlético pensó en hacer los suyos y evitar los ajenos y lo hizo a la perfección.

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