Dejemos de lado el análisis fino de la serie con River, del zarpazo histórico construido en Tucumán y rubricado en Núñez gracias al oportuno toque a la red de Javier Toledo. Espiemos más allá, al mediano y -sobre todo- al largo plazo de Atlético, que como en la canción de Serú Girán luce parado en el medio de la vida, en una zona de confort en la que se siente muy pero muy bien. En medio de tanto vértigo es difícil ponerse a pensar. Atlético viaja a las carcajadas en un carrito de la montaña rusa futbolera, feliz gracias a resultados que se dan una y otra vez. ¿Cómo hizo para clasificarse en la cancha de River? La respuesta la ofreció Jürgen Klopp cuando le preguntaron por la serie que Liverpool dio vuelta contra el Barcelona de Messi y compañía: “esto es fútbol, señores”.
Hay dos ejemplos que Atlético tiene a mano para medir lo que viene. Uno es el de Belgrano; otro, el de Godoy Cruz. Los cordobeses parecían afirmados en el lote de los clubes más sólidos, a caballo de un proyecto que en materia deportiva descansaba en manos de un conocido de la casa: Ricardo Zielinski. Pero la historia se torció en medio del camino. El presidente, Armando Pérez, cambió su despacho en el barrio Alberdi por la Comisión Normalizadora de la AFA; Zielinski agotó un extenso ciclo -años, toda una rareza en el fútbol argentino- y dijo adiós, las decisiones desacertadas empezaron a acumularse. Conclusión: Belgrano descendió. Luz roja.
Los mendocinos celebran el pase a los octavos de final de la Copa Libertadores con un plantel en el que asoman varios chicos formados en el excepcional predio de Coquimbito. Son los frutos de una inversión generosa en infraestructura que le permite a Godoy Cruz perfilarse como una usina de futbolistas calificados para transferencias jugosas. Se nota una conducción firme y bien orientada en la conformación de los planteles, lo que blinda al “Tomba” más allá de las prestaciones del DT de turno. Conclusión: el proyecto funciona. Luz verde.
La cuestión de fondo
Construir, sentar bases, implica orientar los recursos más allá de la coyuntura dominguera. Eso requiere un compromiso de parte de socios e hinchas, un grado de madurez que no es habitual en nuestro país. Es aceptar que el dinero -poco o mucho- no irá al bolsillo de contrataciones impactantes, sino a asegurar el futuro. Miremos a Estudiantes, que lleva años lejos de las vueltas olímpicas pero está empeñado en inaugurar el nuevo estadio en La Plata. Hasta el momento las señales emitidas por la directiva de Atlético son alentadoras, porque se nota la intención de apostar por los ladrillos. Es el camino más largo y costoso. El otro, más fácil, suena a canto de sirenas: traer tres o cuatro figuras que succionan el presupuesto pero garantizan los spots. Es un riesgo: cemento versus troncos ilustres.
Atlético ya se codeó en el plano internacional y volverá a hacerlo en 2020, no sólo porque se clasificó a la Copa Sudamericana, también porque cuenta con varias opciones concretas de volver a la Libertadores. Son las grandes ligas del fútbol, lo que es sinónimo de prestigio y de buenos negocios. Y es, definitivamente, el lugar de los grandes. Esta es la cuestión de fondo.
Hay un desafío, trascendente, con el que Atlético viene coqueteando: el despegue definitivo de la rampa para consolidarse entre los grandes del país más allá de los resultados o de los vaivenes de una temporada. Para que en el top, junto a Boca, River y los etcéteras del caso, el nombre de Atlético fluya con naturalidad en todos los rincones, asociado con ese grupo. Pero no en lo referido a equipos o jugadores, sino en potencia y solidez institucional. Lo primero es consecuencia de lo segundo. En 1979, cuando accedió a las semifinales del antiguo torneo Nacional -perdió la serie con Unión-, el club parecía encaminado por ese sendero. Por diversos motivos la oportunidad se perdió. Ahora las condiciones son todavía más favorables.
Nunca es aconsejable la dependencia de los “hombres fuertes”, aunque justo es apuntar que es la moneda corriente en los clubes argentinos. La figura del dirigente providencial, por lo general de bolsillo generoso -aunque esto suele llamar a engaño- es un clásico. Ya se habló de Armando Pérez. Godoy Cruz también tiene su “hombre fuerte” -el empresario José Mansur-. La tendencia es que cuando el “hombre fuerte” desaparece, el club queda a la deriva. Huérfano. No es el perfil de Mario Leito, cuyo futuro político está atado a la voluntad popular.
Si Atlético es capaz formar un equipo de trabajo para varios años, desprovisto de personalismos, sumará un punto a favor. Un semillero dirigencial que no mire a la campaña del año próximo, sino al Atlético de 2030 en adelante. Tal vez algún día se conozca cuánto de verdad y cuánto de leyenda urbana hubo en cuanto a la injerencia económica de José Alperovich en los momentos más delicados (y para nada lejanos). Leito y el resto de los directivos juran que Alperovich no puso un peso y que al club se lo rescató de la crisis con sangre, sudor y lágrimas. De una u otra forma, la sombra de Alperovich ya no planea sobre Atlético con la contundencia de otras épocas.
Pensando más allá
Por más que en Tucumán se construya un estadio único primermundista no habrá forma de que Atlético deje el Monumental para oficiar de local lejos de casa. Tampoco lo haría San Martín. Las reformas en 25 de Mayo y Chile son permanentes y la nueva platea alta norte lo ratifica, pero de todos modos se trata de un estadio antiguo, pensado y construido en un Tucumán que ya no existe y para un equipo que jugaba a otro nivel. Tarde o temprano habrá que pensar en una reestructuración de fondo en el Monumental, no sólo por el crecimiento de la masa societaria y de los hinchas que convoca. Se trata de comodidad, de funcionalidad, de modernidad. De nuevo vale el ejemplo de Estudiantes, que optó por rehacer su estadio desde cero. Colón reformó su cancha con la excusa de la Copa América 2011 y quedó muy bien, posicionada además en el plano internacional. También juega la incidencia del estadio en el barrio, las vías de acceso, los lugares para estacionar. Discutir un plan a largo plazo vale la pena.
El proyecto de inferiores está en marcha. Es el huevo de la gallina, el que más atención merece. Atlético está apostando fuerte en infraestructura y el retorno de esa inversión puede demorar más de lo previsto. El trabajo con los chicos es difícil y está sujeto a muchas variables. Formar buenos jugadores, capaces de ganarse un lugar en Primera división, es tarea de orfebres. Conseguir un crack es otra cosa, con suerte sucede una vez cada 15 o 20 años. No hay que esperar milagros, sino jóvenes identificados con el estilo, con los colores. Hay quienes hablan de una filosofía, lo que suena exagerado, pero no deja de resultar atractivo.
Tal vez Atlético consiga un título en el brevísimo plazo, lo que sería fantástico para el club y para Tucumán. Bien lo sabe Zielinski: a veces la diferencia entre la victoria y la derrota puede esconderse en el más insignificante de los detalles. Tal vez Atlético no dé una vuelta olímpica en los próximos años, pero hay un campeonato más importante que viene disputando y es el institucional. Ningún hincha va a copar la plaza Independencia para celebrar la aprobación de un balance o la inauguración de una cancha de entrenamiento, pero en el corazón de los clubes esos logros merecen un brindis.
En síntesis...
La posibilidad, concreta, es que Atlético deje de ser el “gigante del norte” para afirmarse como un “gigante nacional”. Lo bueno es que depende de sí mismo, de las decisiones que tome, de su capacidad para luchar contra los barrabravas, de escuchar a los socios y de brindarles todas las comodidades y prestaciones que merecen. Entonces, artículos como los del diario madrileño El País (“La gloria del interior”) no serán una sorpresa ni un mimo, sino la consecuencia natural de la grandeza.