La primera tucumana nacida en Inchon

Yoon Sang Soon llegó desde Corea hace 30 años. Aquí nacieron sus hijos, aquí trabaja y de aquí no piensa moverse. Esta es su historia.

Todo lo extrovertida que luce Yoon Sang Soon fuera de cámara se apaga en el estudio. Las cámaras, las luces y la puesta en escena parecen intimidar un poco a la señora Yoon, así que responde en voz bajita, casi en un susurro. Lo que no se altera es su coquetería, así que aprovecha cada corte para revisar y corregir el maquillaje. La señora Yoon, surcoreana de nacimiento, vive hace 30 años en la Argentina, pero el español le sigue costando. Después explicará por qué. Entonces pide que una de sus alumnas la asista desde la sala de control, hablándole por cucaracha. Toda una innovación entre los invitados a “La otra pregunta”, aunque tratándose del ciclo “inmigrantes” las reglas se flexibilizan.

Las respuestas de la señora Yoon son sintéticas. Quería que la entrevista se focalizara en su trabajo -la enseñanza del coreano- y terminó hablando de todo. Con mucho humor en el medio, porque la sonrisa le sale fácil. Será porque la contagian los chicos, quienes desbordan sus clases de K-pop (pop coreano) y doramas (telenovelas coreanas), dos pasiones tucumanas que explican qué es eso de la transculturalidad.

Apunta la señora Yoon que la península coreana tiene el tamaño de Santiago del Estero. Fue largo el periplo del desairrago, pero aquí encontró el amor y también su lugar en el mundo: Tucumán. Pero antes de seguir, un brevísimo repaso histórico. Corea, la patria de la señora Yoon, está partida en dos desde 1953. Antes de la guerra civil había padecido el imperialismo japonés. Sí, es un pueblo por demás sufrido.

- Mi mamá tiene 90 años. Ella sufrió mucho por todo lo que pasó en Corea. Tuvo que dejar su casa y caminar un mes para encontrar otro hogar. Eso le enseñó a cuidar lo que tiene, a no tirar nada, a ahorrar. Es una lección que se transmitió a toda la familia. Por ejemplo, nosotros nunca tiramos comida y siempre nos pasamos la ropa. La mía después va para mi hermana. Y así. Todo se aprovecha.

- ¿Cómo llega usted a la Argentina?

- Somos de Inchon, a unos 30 minutos de Seúl. Llegamos hace 30 años con mi hermano. Éramos jóvenes, a él le gustaba la Argentina y en ese momento era imprescindible para los inmigrantes venir en grupos de familia. Entonces para mí fue una obligación acompañarlo.

- ¿Dónde se instalaron?

- En San Javier, en la provincia de Santa Fe. Trabajamos en el campo durante dos años. Allá me casé y como mi marido vivía en Tucumán nos vinimos para acá.

- ¿Cómo se conocieron?

- Mi tía y la hermana de mi marido eran amigas. Ellas nos presentaron para que fuéramos novios. Y nos casamos (risas).

- Y se vinieron a Tucumán. ¿Cómo fueron esos primeros tiempos?

- Si. Es otro aire, otros sentimientos, otras personas. Siempre hay algo de miedo. Pero nos ayudó mucho que los tucumanos fueron muy amables. Tenemos tres hijos, todos trabajando fuera de Tucumán. El mayor es Cristian. En 1986 ese nombre estaba de moda, ahora casi no se usa. Después Elena, que vive en China, y el más chico es Sebastián.

- Y al final también trajo a su mamá.

- Ella habla un poco de español, le gusta la comida y charlar con los vecinos. Claro que tiene mucha edad y se queda en casa.

- La situación en Corea sigue siendo tensa. ¿Cómo lo vive a la distancia?

- No tengo familia en Corea del Norte, pero sé que allá están sufriendo mucho. Los que soportaron la guerra ya van haciéndose viejos y nunca volvieron a ver a los suyos. Hoy tenemos que apoyar un camino de paz, de unión.

- ¿Qué extraña de su país?

- La tecnología. Allá están los número uno de celulares en el mundo: Samsung y LG. ¡Y los cosméticos!

- Inchon es un puerto, tiene mar...

- Pero acá hay montañas. De San a Javier a Cafayate hay lindos paisajes. La verdad es que ya soy tan tucumana que esas cosas no las extraño.

- Eso sí, mantuvo sus creencias...

- Sí, practico el budismo. Voy a al centro que está en El Corte. Pienso que formamos parte de un todo, que es la humanidad, y que Dios vive en el interior de cada uno. Lo importante de la religión es que las personas sean practicantes.

- ¿Y en cuánto a las costumbres? ¿La comida?

- Bueno, sí. En Corea cada estación tiene algo particular relacionado con la comida. La primavera es con las flores; en el verano es todo frío: el café, los fideos... ¿Acá eso no se come frío, no? Ustedes deberían probar el café o los fideos con hielo, queda rico. En otoño agradecemos a Dios por la cosecha: el arroz nuevo, el trigo nuevo. Y en el invierno a todo le ponemos picante. Me gusta cocinar esos platos. Algunos ingredientes se consiguen en Tucumán, pero otros los traigo de Buenos Aires.

- ¿Qué le gusta y qué no le gusta de Tucumán?

- Hace mucho calor y hay humedad, pero no es grave. Me acostumbré. Lo mismo con la comida. Me gusta lo casero, los asados que son famosos en todo el mundo, pero también la pizza del Conejo Loco, La Pizzada, La Esquina... No sé si puedo hablar de esto, ¿no? (risas)

- ¿Y lo negativo?

- La pobreza me da lástima. Muchos jóvenes necesitan trabajo y los políticos tienen que apoyarlos. Eso hace falta. Y también la inseguridad. A mí me robaron celulares. Es un problema y en la calle puede solucionarse poniendo cámaras. Por ejemplo, en las ciudades de Corea hay cámaras en todas las esquinas. En Villa Carmela y en Las Talitas hay mucha tierra. ¡Pongan pavimento! (risas)

- Está dedicada a la enseñanza del coreano. ¿Cómo lo vive?

- Enseño en la Facultad de Filosofía y Letras, en el Colegio Presentación de María (Villa Carmela) y en la Escuela Nueva Argentina (Las Talitas). En todas las clases se notan dos grupos: uno es de los chicos que se interesan en aprender y otro en el que no tienen ganas de hacer nada. Eso me da pena, porque yo también fui joven y me planteaba cómo iba a vivir mi vida, qué haría cuando fuera grande. Por ejemplo, algo pasa en la Facultad. No sé por qué les cuesta tanto recibirse. Hay carreras en las que entran 200 o 300 alumnos y terminan 20 o 30. En Corea todos los que entran a la universidad se reciben.

- Usted tiene más alumnas que alumnos, ¿por qué cree que pasa eso?

- Porque la mujer es más inteligente que el hombre (carcajadas)... Pero es verdad, las mujeres aprenden y aceptan un segundo idioma con más facilidad que los hombres. En las universidades coreanas se estudia mucho el español, por eso me gustaría que haya más intercambios, que los coreanos vengan a conocer Argentina y Tucumán.

- Usted está involucrada en el sistema de becas. ¿Cómo funcionan?

- Hay varias. En el caso del secundario, todos los años se elige a un alumno de quinto o sexto año para que viaje a Corea, ya sea porque maneja bien el idioma, o por sus calificaciones, o por su comportamiento. Hay otra parecida para los universitarios. Y en el caso de los posgrados hay una de tres años, con el 100% de los gastos cubiertos, pero para acceder se necesitan los mejores promedios. Allá los becarios conocen el país, aprenden un poco el idioma, visitan los polos tecnológicos y descubren la cultura: nuestros bailes, la comida...

- ¿Es muy difícil aprender el coreano?

- Lo básico es el alfabeto. Lo primero que se aprende son las 10 vocales y 14 consonantes, con eso empezamos las clases. Después hay otras 11 vocales dobles y cinco consonantes dobles, con lo que hacemos un total de 40 letras. Ahí ya se pueden armar las palabras. A nosotros nos cuesta mucho pronunciar cuando hay dos consonantes juntas.

- Por ejemplo si le digo... biblioteca.

- Bilioteca... No me sale bien (risas). Lo que pasa es que yo aprendí el español de grande, mi lengua ya estaba endurecida por el coreano. Por eso es importante aprender de niños, cuando no estamos endurecidos.

- ¿Volvería a vivir en Corea?

- Lo pensé en otras épocas. Ya no. Siento que soy tucumana y que este es mi país. Mis hijos nacieron acá, tengo nietos. Algo extraño, porque es mi tierra, pero vivo bien acá y estoy contenta.

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