Desagradecida, la TV a la que le dio el negocio, dedicó apenas minuto y medio para informar sobre su muerte. Sus pantallas siguen trasmitiendo todo, Superclásicos incluídos. Pero a él, a la hora de la muerte, el miércoles pasado en la suite presidencial 907 del Sanatorio Migone, que era suyo, la TV beneficiada le concedió apenas minuto y medio. Nicolás Leoz, de él se trata, se merecía algo más. Contar, al menos, por qué su reinado de 27 años en el fútbol sudamericano terminó en un escándalo de sobornos y prisiones, primero ISL, luego el FIFAgate, aunque él fue uno de los pocos que zafó de las rejas, porque, nonagenario y enfermo, impuso dilaciones judiciales que aplazaron eternamente su extradición a Estados Unidos, no su muerte.
El fallecimiento del ex presidente de la Conmebol (1986-2013) sucedió con River en plena Asunción, con fiscales actuando a destiempo, bombas de noche para no dormir y clima de vieja Libertadores, aunque el fútbol sudamericano, tiene otro presidente paraguayo, Alejandro Domínguez, hijo de Osvaldo Domínguez Dibb, ex titular del club Olimpia y denunciante años atrás de Alberto J. Armando, ex presidente de Boca, a quien acusó de intento de soborno, para quedarse con la Copa Libertadores de 1979. Ahora, al menos, para bien o para mal, hay VAR. Menos chances de que todo pueda depender de un árbitro como el colombiano Oscar Ruiz, señalado otra vez en estos días, ahora por Christian Traverso, figura del Boca campeón de todo con Carlos Bianchi. “Bromeando”, Traverso dijo ese mismo último miércoles que Ruiz “era uno más de nosotros”. El mismo Ruiz que hoy, pese a graves denuncias de acoso en su propio país, sigue en la Conmebol, miembro clave de su Comisión de Arbitros.
Pero recordemos a Leoz, “el paraguayo que más lejos llegó en el siglo XX”, como lo describió una vez el analista político y ex ministro Horacio Galeano. Recuerdo todavía la descripción que me hizo de Leoz un personaje importante de la vida paraguaya: “toda la sociedad chic asunceña, empresarios, dueños de diarios, políticos, dirigentes de fútbol” sabían que recibía coimas. Pero todos “aplaudían sus inversiones, admiraban sus proezas. Lo alababan y condecoraban. Se desvivían por invitarlo a sus eventos sociales, a tenerlo sentado en su mesa”. Años en los que Juan Carlos Wasmosy, entonces presidente de Paraguay, le concedía “inmunidad diplomática” a la Conmebol. “Inmunidad contra allanamiento, requisación, confiscación y expropiación y contra toda otra forma de interferencia, ya sea de carácter ejecutivo, administrativo, judicial o legislativo”. Años en los que Clemencia, esposa colombiana, manejaba el Spa del hotel Bourbon cinco estrellas anexo a la sede de la Conmebol.
Leoz, se sabe, era el garante de los intereses de Brasil y Argentina en la Conmebol, siempre dócil al poder de Julio Grondona, patrón poderoso. Cuando en 2012 los países del Pacífico se rebelaron a ese poder, Grondona inventó un Congreso Extraordinario y llevó en vuelo privado desde Zurich a Joseph Blatter, presidente de la FIFA. “Lo traje (a Blatter) porque vos, vos y vos, quieren cagar a Leoz”, apuntó contra los rebeldes. Pero comenzaron las denuncias. Los cheques a sus cuentas personales de ISL: 23 millones de dólares en veinte días del año 2000 al Banco do Brasil, cuya sede era propiedad de Leoz Inmobiliaria, una de sus tantas empresas. “El soborno privado -alegaron sus abogados- no constituye delito en Paraguay”. El Pacífico, enojado por el poder Leoz-Argentina-Paraguay, impulsó su negocio de TV con Full Play (Hugo y Mariano Jinkis). Y, para calmar su rebelión, Traffic (Brasil) y Torneos (Argentina) se vieron obligados a crear Datisa, que repartió sobres para todos. José Hawilla (Traffic) y Alejandro Burzaco (Torneos), pagadores de coimas, fueron los arrepentidos que terminaron cantando todo al FBI.
La Conmebol no podía ofrecerle a Joao Havelange ni a Blatter los casi cuarenta votos de la Concacaf (Confederación de Norte, Centroamérica y Caribe), con Federaciones casi anónimas como Anguila, Antigua y Barbuda, Aruba, Barbados, Bélice y Granada. El poder de la Conmebol radicaba en los Messi y los Neymar, un buen queso para la TV, y para sus dineros por debajo de la mesa. Pero la codicia no tiene límites. Fue el propio Burzaco quien contó ante la corte de Estados Unidos que Grondona debió presionar a Leoz en un baño, en un intermedio de la votación de 2010 que terminó adjudicando la sede insólita de Qatar para el Mundial 2022. “¿Qué carajo estás haciendo?”, inquirió Grondona a Leoz, que supuestamente había cotizado su voto en distintas ventanillas. Leoz, que ya había recibido títulos Honoris Causa y distinciones en diversos países, y estadio y calle con su nombre en su propia nación, pidió a Inglaterra, a cambio de darle el voto, que la Reina Isabel pudiera concederle el titulo de Sir. Le explicaron que eso era imposible. Que los extranjeros, salvo contadísimas excepciones, no podían recibir esa distinción. Hijo de un español, y nacido él en el Chaco paraguayo, Leoz soñó con el palacio de Buckingham. La monarquía le dijo que era demasiado. Y luego llegó el FBI.