La hipocresía va ganando la elección

La naturalización de pagar para conseguir un voto vuelve a poner en el tapete los desajustes éticas de una ciudadanía que se ha acostumbrado a esas deficiencias democráticas. Mirada esquiva de la Legislatura y de la Justicia.

Las elecciones son carísimas. Pero no se trata de analizar lo que vale para el Estado que las convoca, las organiza y las supervisa. Son caras porque, al menos en Tucumán, ser candidato exige gastar muchos millones de pesos. “Sólo para el día de las elecciones hay que tener dinero y en muchísimas cantidades para afrontar el gasto”, expresó a modo de síntesis el ex ministro, ex diputado nacional y ex presidente de la Corte Carlos Alfredo Dato. Lo dijo en uno de los programas televisivos de LA GACETA, con mucha preocupación. Sentenció que la libertad de votar estaba afectada.

Tres días antes de los comicios tucumanos del 9 de junio no había plata en Tucumán. Las cuevas estaban secas como consecuencia del invierno electoral. Y no faltaron bancos a los que les costaba mantener la liquidez porque los actores principales de los comicios necesitaban contar con muchos millones, en efectivo, para afrontar “el gran día”.

Tres días después de las Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias (PASO), José Vitar, precandidato a diputado nacional en esos comicios, también en los estudios de LA GACETA TV, mostró su preocupación por cómo se había desvirtuado el acto comicial. Ante las cámaras criticó con dureza el deterioro que está sufriendo la política con la mercantilización. Hace falta un trabajo serio y responsable de los políticos, diagnosticó.

Este miércoles que no volverá nunca más, el intendente de la Capital, Germán Alfaro, advirtió el gran deterioro en el que ha quedado sumida la sociedad argentina, en general, y la tucumana, en particular. “En los últimos 80 o 90 años la clase dirigente llevó a este país a que se viva en las condiciones que se vive actualmente”, manifestó el lord mayor.

Es curioso: hace siete días, primero Gonzalo Blasco, y luego, motivado por aquel agricultor, el legislador Luis Brondersen también, consideraron fundamental ofrecer 5.000 pesos a sus empleados si Mauricio Macri llegase al balotaje. Los exégetas de esta idea se encargaban de resaltar cuán inteligente eran porque no había que tomarse el trabajo de actuar sobre cada uno; simplemente debía revisarse el resultado.

Mucho de lo mismo

También los que elogiaban a Blasco justificaban sus posturas afirmando que, si los otros lo hacen, ¿por qué no iban a hacerlo ellos? Esto es parte de la doble moral en la que vive entrampada la sociedad. Ambos pertenecen y militan en un espacio que toda la vida criticó, denunció, atacó, vilipendió, despotricó, vociferó, enlodó, reprochó, insultó, difamó, recriminó, amonestó, reprendió, rezongó, gruñó, refunfuñó, censuró, sermoneó, reconvino, echó en cara, desaprobó, demandó, acusó, culpó, condenó y tachó todo lo que tuviera que ver con el clientelismo. El blanco siempre fue el peronismo y el gobierno oficialista de Tucumán, que muchas veces tuvo que ver con los bolsones, los bonos o los pagos para incidir en la libertad del votante. Hay quienes no sólo repartieron mercaderías, sino también llegaron a entregar una zapatilla antes el día de la votación: la otra fue dada al día siguiente de la elección. Son parte del folclore electoral, suele decirse desde el anonimato. Otra hipocresía más de la doble moral tucumana.

Unos y otros disfrazan la realidad. Le ponen algodones para que no parezca lo que es. Desde los distintos espacios sólo están concibiendo una política sin ética, sin valores. Eso es un sinsentido. La política implica una aspiración, invita a acercarse a la utopía, a aspirar al “deber ser”. La doble moral le da la razón al constitucionalista Luis Iriarte, quien esta semana subrayó que se está desnaturalizando el sistema político. “Estamos llegando a extremos que yo nunca pensé que podíamos llegar. No es algo de ahora”, especificó, coincidiendo, sin saberlo, con el intendente Alfaro.

Sin ética en la política es muy difícil vivir en comunidad; sin embargo los tucumanos, estoica y a la vez hipócritamente, logran hacerlo todos los días. La política debería aspirar al bien común (siempre antes que el personal) y ese bien común debería ser la finalidad de todas las acciones del hombre en la política. Para evitar el desmadre de los ríos de la ética debería existir una Justicia que controle esos cauces para que el agua del bien común fluya libremente. Harto difícil cuando se mira para otro lado desde la Justicia, como ocurrió con el fiscal federal Carlos Brito, quien perdió la precisión del diagnóstico jurídico cuando LA GACETA le consultó sobre lo que hizo Blasco. Llegó a hablar de versiones periodísticas. Las mismas que tantas veces ayudaron a investigar aún cuando los diques del poder intentaban frenar a la Justicia.

El constitucionalista Rodolfo Burgos sacó de su computadora el “Fallo Polino” de la Cámara Nacional Electoral. En él se castiga el clientelismo en una interna del partido socialista de la Capital Federal, en la que Héctor Polino denunció la compra de votos con mercaderías y juguetes. Burgos recuerda que en esa jurisprudencia se advierte que se debe castigar con prisión a quien “con engaños indujere a otro a sufragar en determinada forma o a abstenerse de hacerlo”.

Recuerdos sociales

La división de poderes es una de las columnas fundamentales que sostienen nuestra democracia. La Legislatura tucumana, apenas explotó esta falta de respeto a la libertad del ciudadano, decidió tomar cartas en el asunto. Avanzó contra uno de sus miembros: Brodersen. Y es muy posible que mañana profundice sus planteos contra el legislador del sur.

Sin embargo, no es para entusiasmarse con la defensa de los valores éticos de los integrantes de la Cámara. No hay que olvidar fue este legislador quien llegó a la Justicia para denunciar (a sus pares) por cobrar los tristemente célebres gastos sociales. La doble moral es una endemia.

Un reproche moral

La Justicia, en aquel fallo de fines del siglo pasado por el planteo de Polino contra su par socialista Alfredo Bravo, encontró cómo el clientelismo es pasible de ser sancionado como un delito.

La “Señora de los ojos vendados” puso su “mirada” en el horror de compeler a una persona para que vote. Vuelve reprochable moralmente que una persona pueda diseñar el camino del voto de un ciudadano. El fallo se escribe preocupado por la vulnerabilidad de aquel ciudadano que puede ser compelido a emitir un sufragio. Algo que en la actualidad parece no importar mucho.

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