Sombras y luces en la ruta de vuelta a la normalidad

11 Mayo 2020

“Un barco está seguro en el puerto, pero no es para eso que están hechos los barcos”, advertía el teólogo estadounidense Willam G. T. Shedd en el siglo XIX. Por supuesto, aunque efectivamente aplicable a los barcos, el punto de Shedd se refería a las personas. O más bien, al propósito de las personas. Cada quien es -o debería ser- libre de elegir cómo vivir su vida sin ser juzgado mientras no perjudique a nadie, y eso incluye la decisión de hacerlo de la manera más segura posible, pero también hay una realidad: no se puede evitar el riesgo por siempre. Perseguir un propósito implica, en la mayoría de los casos, hacerse a la mar. Abandonar la seguridad del puerto (eso que se suele llamar “zona de confort”) por la incertidumbre de aguas más profundas y agitadas. Ahí es donde realmente se aprende a navegar.

El tema es que hace mes y medio buena parte del mundo se puso en pausa casi de repente, y la inercia de nuestra rutina nos llevó a todos a estrellarnos contra una dura realidad: la de encontrarnos en un escenario para el que no estábamos preparados, y que en muchos casos coarta la posibilidad de desplegar todo nuestro potencial en la persecución de nuestros objetivos. Más allá del obvio perjuicio económico y de la importancia del contacto social, muchos -sobre todo los que no pueden adaptar su trabajo a la modalidad remota- se han sorprendido con lo mentalmente agotador que puede ser tener que quedarse todo el día en casa durante tanto tiempo. Desenchufarse hace bien de vez en cuando, pero al cabo de un tiempo regresa la necesidad de sentirse activo y productivo.

Con poco más de 40 casos (la mitad de los cuales ya fueron dados de alta), la situación en Tucumán no es alarmante en términos de covid-19 (sí lo es con respecto al dengue), por lo que ya se ha organizado la reapertura de los comercios, siempre bajo ciertas condiciones de seguridad y prevención. Porque aunque ya se haya dicho mil veces, conviene tenerlo presente: para volver a la normalidad, todavía falta mucho. El riesgo de contagio sigue latente ahí fuera, así que cuanto menos se salga, mejor.

No obstante, hay quienes han decidido correr ese riesgo por un bien mayor. Por caso, esta semana se publicó la historia de cómo dos amigos, sin más recursos que sus ganas de ayudar y algunos alimentos recolectados vía Facebook, montaron un comedor para 200 personas en la capilla de un humilde asentamiento obrero cercano al dique La Aguadita, en el departamento Tafí Viejo. A poco más de un mes de su apertura, ya son casi 400 las personas que asisten al comedor, y más de 30 los chicos que reciben clases de apoyo por parte de maestras que se sumaron al proyecto. Dentro del ámbito deportivo, también cabe mencionar otras iniciativas, como el albergue que armó Atlético en su complejo de Ojo de Agua, donde diariamente se brinda alimentación, atención médica y talleres educativos a personas en situación de calle. O la escuelita de fútbol en La Cañada (Los Nogales) que se transformó en comedor para sus más de 50 alumnos de bajos recursos (muchos de ellos hijos de trabajadores cuyos rubros están parados por la cuarentena), y que trata de abastecerse por medio de rifas y donaciones. Son sólo algunos ejemplos de gente que decidió abandonar la seguridad de su puerto, porque sintió que su propósito esperaba mar adentro.

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