Los inmigrantes venezolanos dan batalla al nuevo desempleo local

El cierre de bares y hoteles es el principal escollo.

RAFAEL PINTO. Es chef, perdió su empleo y ahora vende platos de su país.  RAFAEL PINTO. Es chef, perdió su empleo y ahora vende platos de su país.

Emigrar es una tarea ardua. A hora de hacerlo, resulta crucial hallar un medio de vida perdurable en el país de destino. Así lo sostienen quienes tomaron alguna vez, por el motivo que fuere, la decisión de abandonar su patria. En especial lo dicen aquellos venezolanos que huyeron de la violenta crisis que vive desde hace años su nación. Ahora, por la cuarentena, muchos de ellos han perdido sus empleos en el Tucumán que eligieron como su nuevo hogar. Y el panorama no es alentador: se trata de puestos -en su mayoría informales- cuya fecha de normalización es incierta.

“Tengo muchos amigos venezolanos que trabajaban en bares y en restaurantes de la ciudad. Fueron despedidos apenas se cerró todo. Conozco a otros a quienes no les renovaron los contratos. Es muy fuerte que se hayan quedado desempleados”, le expresa a LA GACETA Mariano Tomas Boquet. Este licenciado en Administración Tributaria de 36 años vive en Tucumán desde 2018 y agradece más que nunca haber ganado estabilidad en su empleo antes del inicio de la cuarentena.

MARIANO TOMAS BOQUET. El venezolano llegó a Tucumán en 2018.  fotos de archivo MARIANO TOMAS BOQUET. El venezolano llegó a Tucumán en 2018. fotos de archivo

No corrió la misma suerte uno de sus compatriotas que menciona: Erick Eddinson reside en la provincia desde septiembre y ahora ha quedado desempleado. “Trabajé en un hotel y luego en una tienda de productos de limpieza. Para nosotros, los inmigrantes, es muy difícil porque nos contratan ‘en negro’ y la paga no es buena”, se lamenta el joven de 34 años. Y admite: “pensé en volverme, pero no es viable”.

La esposa de Tomas Boquet también forma parte del grupo de expatriados venezolanos que han perdido sus empleos en Tucumán debido al aislamiento obligatorio. Yendy Ramírez es médica y trabajaba de manera informal en una clínica estética que fue a la quiebra. “Ella ahora está desempleada y no le liquidaron el dinero por su situación”, especifica su marido.

LOS LÓPEZ. La familia celebró los 18 años de su hija antes de la pandemia.  LOS LÓPEZ. La familia celebró los 18 años de su hija antes de la pandemia.

Ninoska y Antonio López partieron de Caracas junto con su hija Victoria en enero del año pasado.La joven de 18 años cuenta que su hermano, Álvaro, no pudo salir de Venezuela porque le habían robado el pasaporte. Iba a mudarse este año, pero la pandemia no se lo permitió. Ella estudia Administración en la UNT y trabaja en un local del centro desde el año pasado. “Como estoy ‘en negro’, dejé de percibir mi salario. Espero que mi situación se normalice ahora que reabrió el comercio”, anhela. Su padre Antonio, que es profesor de inglés y tiene 66 años, no puede decir lo mismo. “Él trabajaba en una cochera del centro que cerró por la cuarentena. Ahora está sin trabajo”, se lamenta Victoria.

Pese a las dificultades, para la familia López la mera posibilidad de pensar en volver a su patria no es una opción. “Sería una locura. La situación allá es cada vez peor. No hay ni agua para lavarse las manos. Creo que el venezolano tiene esa capacidad de echarle ‘pa’delante’ venga como venga. Vendimos todo para venir aquí; volver sería morirnos de hambre”, considera la joven.

Rafael Pinto vive en Tucumán desde 2011 y su medio de vida ha sido la gastronomía. “Mi esposa y yo trabajábamos en un bar de la Quinta Agronómica y ahora estamos desempleados porque cerró. Mi hijo también perdió su empleo en otra empresa ”, dice el venezolano de 45 años. Ahora su familia intenta sobrevivir por medio de un pequeño emprendimiento de comidas de su país, como arepas, pero aseguran que no es suficiente. “No llegamos a cubrir todos los gastos. Buscamos otros trabajos pero no se consigue”, se apena.

Solidaridad en el sur

En Concepción reside desde hace casi dos décadas la venezolana Myriam Osteicoechea. Ella recibe en su casa a sus compatriotas recién llegados que no consiguen trabajo. Es el caso de Grisel, una mujer de 50 años que arribó a Tucumán en marzo justo antes del cierre de fronteras. “Yo logré estabilidad en mi trabajo universitario, pero gran parte de la comunidad venezolana vive de trabajos informales y emergentes. La cuarentena ha reprimido sus ingresos y la situación se ha vuelto dramática”, analiza la ingeniera civil. “Ahora no queda más que la solidaridad y esperar”, finaliza.

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