...declaramos solemnemente a la faz de la tierra, que es voluntad unánime e indubitable de estas Provincias romper los violentos vínculos que los ligaban a los reyes de España, recuperar los derechos de que fueron despojados, e investirse del alto carácter de una nación libre e independiente del rey Fernando séptimo, sus sucesores y metrópoli.

Los representantes de las entonces denominadas Provincias Unidas en Sud América se manifestaban de esta forma en el histórico encuentro del 9 de Julio de 1816, en la casa de Francisca Bazán Estevés de Laguna, la anfitriona que recibiría a los héroes que declararon la independencia. El párrafo mencionado forma parte de la memorable Acta de Independencia. La antesala fueron años de lucha contra el imperio español. En 1814 el rey Fernando VII de España había regresado al trono y había debilitado lo iniciado por la Revolución de Mayo. Fueron las provincias y sus caudillos quienes retomaron el freno a las invasiones. Güemes y Artigas, entre otros, allanaron el paso del libertador San Martín. El frente Norte resistió los embates y fortaleció la lucha de los criollos, que un día como hoy nos declaraban independientes.

Pasaron 204 años de aquella gran gesta y junto al paso de las décadas se comenzaron a agrietar los pilares que los constituyentes erigieron: el del federalismo, la libertad, la autonomía y la lucha por la patria. El centralismo porteño se fue adueñando de las provincias unidas y el ejercicio del poder monopolizó las decisiones en los distritos con el único objetivo de mantener el bastón de mando. La democracia se logró, literalmente, con sangre para que luego los caudillismos la llenaran de manchas de dependencia. Los líderes territoriales elegidos por el voto se convirtieron en súbditos.

No importa si se es del mismo partido o de uno diferente, la Nación condena o toca con su varita mágica según el nivel de “obediencia”. La cascada sigue en la relación entre gobernadores y respectivos intendentes y así hasta la base de la pirámide. Tucumán, la Cuna de la Independencia, es un ejemplo triste de lo desvirtuado del sistema. Desde el retorno de la democracia hasta nuestros días no hubo gobernador que lograra sortear su gestión con relativa tranquilidad sin el arbitrario sostén del Gobierno nacional. José Alperovich lo dijo públicamente cuando culminó su tercer mandato: no se llevaba bien con Cristina Fernández, pero debía hacer todo lo que ella le pedía porque de otra forma no conseguía recursos para la provincia. Juan Manzur desfila con asiduidad a Buenos Aires y repite que es gracias -y solo gracias- a la buena relación que forjó con Alberto Fernández que Tucumán consigue desde recursos para pagar sueldos hasta destrabar obras y subsidios. Germán Alfaro juega la misma partida. De férreo macrista pasó a cercano manzurista y mandó a callar a sus seguidores para que no osen cuestionar al gobernador. Sin la billetera mayor su gestión naufraga.

Lejos está aquel hito independentista de las desgracias que aquejan a nuestra enviciada democracia, pero el Día de la Independencia invita a la reflexión. ¿Qué tanto vale el voto cuando nuestro elegido no actúa al son del mandato popular sino al del repique del comandante de turno? ¿Son los Estados realmente independientes como lo consagra la Constitución? La eternamente postergada discusión por una nueva ley de Coparticipación Federal (la 23.548) más justa y equitativa es la espada y el escudo principal con los que la Nación combate la osadía de quienes se atrevan a querer ser lo que deberían: estados provinciales autónomos e independientes. Igual sucede en la Provincia con los municipios, rehenes de pactos por los que el Poder Ejecutivo les retiene sus recursos a cambio de pagarles sus “gastos de funcionamiento”. A todos, o a la mayoría, les conviene la democracia dependiente. Esto pese a que según datos del Centro de Implementación de Políticas Públicas para la Equidad y el Crecimiento (Cippec), el total de recursos que se destinan a las provincias fue en detrimento desde la década del 90 en adelante. Actualmente, se distribuye, para todas, el 28,7%. “El federalismo fiscal sufre de un elevado desequilibrio vertical, producto de la asignación de potestades tributarias y responsabilidades de gastos entre los diferentes niveles de gobierno. Como consecuencia, las provincias no pueden financiar con recursos propios la proporción del gasto de la que son responsables”, dice el Cippec. Según un estudio del Instituto Argentino de Análisis Fiscal (Iaraf), los ingresos propios de 14 de las 24 provincias representan a lo sumo un 31% de sus ingresos totales anuales. Tucumán genera un 29%. Sin embargo, ello no es anormal, ya que sucede en la mayoría de las naciones del mundo que son federales y solidarias con todos sus distritos. En Argentina, esa “solidaridad” tiene un alto costo político y de falta de independencia.

Pocos dirigentes osaron desafiar al poder central e intentaron gritar otra independencia: el cordobés Eduardo Angeloz y los puntanos Rodríguez Saá esbozaron la idea entre fines de los 80 y a lo largo de los 90. Hace unos días el mendocino Alfredo Cornejo salió a pedir la independencia de su provincia ante lo que consideró un injusto trato de la Nación, cuyo punto máximo fue el cambio de destino de la megaobra Portezuelo del Viento de Mendoza a La Pampa.

Son vientos turbios los de este 9 de Julio si los que unidos lograron la independencia en las últimas décadas quieren separarse o están cada vez más “encadenados” a la Nación. Al parecer, nadie se dedicó a mecer la cuna en la que con tanto esfuerzo y coraje se puso a descansar el grito libertador.

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