Por Santiago Sylvester
PARA LA GACETA - SALTA
La palabra tradición, cuando aparece, reclama explicaciones, así que la dejo de lado y me quedo con su etimología: del latín, traditio = entrega; que es la entrega que hace una generación a otra y ésta sucesivamente a la siguiente.
En Salta hubo una traditio literaria que, entre la producción anónima (ver el Cancionero de Juan Alfonso Carrizo) y la de escritores con nombre propio, duró alrededor de un siglo; con una recepción que nunca fue en bloque sino electiva. A fines del siglo XX hubo un cambio sustancial en esa transmisión, que se debió al aporte tecnológico: un cambio que sucedió, lógicamente, no sólo en Salta sino en todo el mundo. No digo que haya desaparecido, pero la razón tecnológica elabora de otra forma conocimiento y traditio; y proporciona un relativo alejamiento de lo propio y un acercamiento buscado de lo ajeno. Hoy convive una cierta desconfianza hacia el pasado con una afirmación constante del presente.
Con estos cambios, la idea de tradición recibió una modificación inocultable, que no vino tanto de una ideología o de un análisis, como de la tecnología básica. Ya no es una generación la que entrega a otra sus logros y conocimientos, sino que cada uno, o cada grupo, se provee a sí mismo de lo que busca y necesita. Es la inmediatez de los jóvenes con los jóvenes: un muchacho puede saber qué escriben los jóvenes de cualquier sitio, con el añadido de que si conoce idiomas el ámbito se multiplica. En todo el mundo tecnificado sucede este fenómeno.
Mi impresión, tal vez exagerada, es que habría que encontrar otra palabra para referirnos a este nuevo fenómeno, como si la palabra tradición hubiera quedado indicando, como el gótico, un tipo de edificación antigua.
En cuanto a la presencia de Buenos Aires en el medio cultural argentino, es evidente que su tamaño y vitalidad le dan una prepotencia incluso involuntaria, y que es la mayor caja de resonancia del país. El hecho tecnológico no sólo actúa en la misma dirección, sino que agranda la brecha entre “centro” y “periferia”, porque la circulación no es simétrica, ni es cierto que dé igualdad de posibilidades, sino que agudiza y amplifica las diferencias que ya había. Se dice, tal vez con razón, que la noción de “centro” también está diluida, pero en la práctica sucede que la tecnología fortalece ese sitio donde se generan modas, prestigios e influencias. Para exponerlo de un modo que sólo quiere ilustrar la situación, un escritor de Cafayate tiene la posibilidad de conocer lo que se está haciendo en Buenos Aires, pero que no espere mucha reciprocidad: Buenos Aires está pendiente a su vez de otros “centros” del mundo. La correntada sigue en la misma dirección, incrementada por mayores afluentes.
Esto no significa que no sea posible trabajar con herramientas propias y eficaces: en las provincias siempre se ha trabajado contra ese viento y esa marea, y con buenos resultados; pero ante la pregunta formulada conviene ver con honestidad el problema. Saber cómo es el mundo es una condición, aunque no la única, para vivir en él.
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Santiago Sylvester – Poeta salteño. Miembro de número de la Academia Argentina de Letras.