Una novela como un río

Tercera parte de la trilogía de Selva Almada.

01 Noviembre 2020

NOVELA

NO ES UN RÍO

SELVA ALMADA

(Random House - Buenos Aires)

Tres amigos -Enero, el Negro, Tilo: un mes, un color, un árbol- se llegan hasta la isla para cumplir con el ritual que los hermana desde que tienen uso de razón: la naturaleza, la pesca, el campamento. Entre ellos, Eusebio, el Ahogado, el ausente, el fantasma revelado entre sueños.

Y en el devenir, la gente del pueblo y la gente de la isla, siempre clase popular, baja; familias rotas, desmembradas, abandonos, la niñez destemplada; el alcohol, la apatía, la amistad (y sus límites), el sexo, dejarse estar; el rancherío, el agua oscura, amarronada, el monte, el barro. La inminencia de un enfrentamiento, una traición, una tragedia; la violencia latente, lo ominoso.

Esa isla y ese pueblo innominados -aunque sepamos cabalmente que se trata del norte de una provincia mesopotámica- se encuentran a orillas o en medio del río, y no serían lo que son si no estuvieran, precisamente, a orillas o en medio de ese río.

“El río. Un resplandor que humedece los ojos. Y otra vez: no es un río, es este río. Ha pasado más tiempo con él que con nadie”. Y el monte: “Lo conoce como a la palma de su mano. Como no conoce ni conoció a ninguna persona”. Y la isla: “que es como decir: sobre el mundo”. Ese mundo, el único conocido, y no otro. Lo que como a nada en el mundo se conoce.

No es un río, de Selva Almada, que viene a completar la trilogía “masculina” que arrancó con ese excelente libro que es El viento que arrasa y siguió con Ladrilleros, es una novela costera, que viaja en el tiempo, entre presente y pasado, y donde lo onírico busca sus intersecciones con lo real y tiene en sus personajes y en la naturaleza el conducto para esa búsqueda.

Prosa ajustada, sintética, un vuelo poético que hace que las imágenes huelan, se vean, se palpen, se saboreen: “gurises negros y flacos como anguilas, puro ojo”; “la lancha pasa, rampante sobre el agua, abriéndola en dos como a una tela podrida”. El pulso de la oralidad, puro realismo, leve filiación a lo mágico, un lenguaje recortado, como quien escucha música. Cadencia de la escritura, que se asemeja al moroso oleaje de ese río.

© LA GACETA

Hernán Carbonel

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