A los símbolos patrios hay que hacerlos respetar

Han pasado 440 años y siempre estuvo ahí. Desde que Don Juan de Garay en 1580 decidió levantar allí la “Fortaleza de San Juan Baltasar de Austria”, el terreno donde actualmente se erige la majestuosa Casa Rosada ha sido el lugar de todos los gobernantes que dirigieron el país, incluidos Virreyes, Juntas, Triunviratos y Directores Supremos y por supuesto, el primer presidente de los argentinos, Bernardino Rivadavia. Fue Domingo Faustino Sarmiento quién decidió pintar con su color característico al señorial edificio. La construcción de la actual Casa de Gobierno comenzó en 1873, al levantarse el edificio de Correos y Telégrafos en la esquina de Balcarce e Hipólito Yrigoyen. Pocos años después, el tucumano Julio A. Roca decidió la construcción del definitivo Palacio de Gobierno en la esquina de Balcarce y Rivadavia. Ambos edificios se unieron en 1886 mediante el pórtico que hoy constituye la entrada de la Casa Rosada que da hacia Plaza de Mayo. Ese predio de 26.000 metros cuadrados alumbra todas las decisiones que conciernen a los argentinos. No es la casa del pueblo, que en este caso sería el Congreso, pero es la casa de los gobernantes del pueblo, y el respeto a ese solar debiera ser máximo.

La idea de organizar allí el sepelio de Diego Armando Maradona, el máximo ídolo deportivo de los argentinos, fue del presidente Alberto Fernández, quien antes la consultó a la ex esposa del astro, Claudia Villafañe. Y a pesar de que según el mismo gobierno informó en una de sus páginas oficiales que se destinarían más de 1.200 para preservar la seguridad de todos, a raíz de las imágenes que recorrieron el mundo entero, el operativo fue un fracaso. Gritos, corridas, empujones, represión con balas de goma, utilización de gas pimienta. Las miles de personas sólo querían despedir a su ídolo, muchísimas de ellas niños y niñas llevados por sus padres, fueron víctimas de una desorganización que desde el primer momento se podría haber evitado. Y para peor, se dio otra circunstancia. Grupos de barrabravas se apoderaron de la Casa de los Presidentes Argentinos, provocaron destrozos e incluso obligaron hasta a los propios familiares de Maradona e incluso a la vice presidenta Cristina Fernández a encerrarse en oficinas custodiadas ante el violento desborde en pasillos y salones. En medio de todo esto, el ministro del Interior, Wado de Pedro, salió a criticar al gobierno de la Ciudad, con los nombres de Horacio Rodríguez Larreta y Diego Santilli por los desbordes y las fallas en los operativos, desdiciendo la propia información del Gobierno Nacional. Es cierto que claramente se vio a personal policial de la Ciudad involucrado en la represión, pero la seguridad debía haber estado en manos de la Nación.

De poco valieron ya las explicaciones de ayer del presidente Fernández. “Vinieron muchos hinchas de fútbol a tratar de entrar de cualquier modo. Debimos haber previsto la presencia de barrabravas. La verdad es que confiamos mucho en la conciencia social y quiero aclarar que la inmensa mayoría no participó de estos incidentes”, dijo. El daño ya estaba hecho.

Nadie niega que Maradona se merecía una despedida de ídolo. Pero en medio de una pandemia, y con el mismo gobierno remarcando las medidas de distanciamiento social de ocho meses, la elección de la Casa Rosada para tal fin no fue la más adecuada. La despedida del astro se vio manchada por la ineficacia de los organizadores. Y la Casa Rosada, el máximo símbolo institucional de los argentinos, no puede ser tomada por un grupo de violentos que podrían haber puesto en peligro incluso la figura presidencial.

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