Es posible que esta temporada no tengamos brote de dengue, sostienen los investigadores. Aluden a esa característica que tiene la enfermedad de que luego de una epidemia le siguen períodos inter-epidémicos con menos casos. Y ese es el principal el motivo por el que esta patología nos pone a prueba: porque sostener las medidas de prevención cuando no está circulando el virus es muy difícil, pero es al mismo tiempo la clave que nos permitirá en el futuro hacer frente a las infecciones que nos pueda traer el Aedes aegypti.
La semana pasada, la confirmación del primer caso de dengue importado en Tucumán dejó en claro cuál es una de las cosas esenciales para el control de un posible brote: la notificación de casos. En plena pandemia de coronavirus y aun sabiendo que las dos enfermedades (covid-19 y dengue) comparten muchos síntomas, es crucial consultar al médico cuando una persona tiene fiebre alta, dolor de cuerpo y detrás de los ojos, malestar general y picazón, entre otras señales. Además, hay que estar muy atentos si es que volvemos de un viaje a las provincias donde sí hay contagios: Salta, Corrientes, Misiones y Chaco.
La notificación de un caso (aunque sea sospechoso) de dengue es importantísima. Y debe hacerse lo más rápido posible. Porque esto permite a los epidemiólogos planificar y llevar a cabo las acciones de intervención y de bloqueo en la zona donde vive el paciente y así evitar que haya más contagios.
Ese es el punto de partida de todas las epidemias: una persona que llega infectada luego de un viaje. En su casa, es picada por un mosquito Aedes aegypti. El insecto después pica a otra persona y así se expande el virus. Cuando un caso no se notifica en tiempo y forma, todo un barrio puede estar en peligro de infectarse.
Pero hay otra situación más preocupante: la que el Siprosa confirma cada vez que visita un barrio para hacer tareas de prevención: todavía hay demasiados criaderos del mosquito Aedes aegypti en las casas. Hay familias enteras que se han enfermado de dengue y aún así no quieren deshacerse de todos los cacharros que tiene tienen en sus casas. Hay vecinos a los que los agentes sanitarios han bautizado como “grandes acumuladores”. Hasta en los techos guardan objetos en desuso: neumáticos, electrodomésticos rotos, pedazos de chapa y muebles inservibles, entre otras cosas. También hay lugares, como los clubes, las escuelas y las chatarrerías, que son un peligro.
La duda es: después de la peor epidemia que sufrimos en 2020, con casi 8.000 casos de dengue y cuatro muertos por la enfermedad, ¿realmente hemos aprendido que es fundamental sacar de nuestras casas aquellos recipientes que acumulen agua de lluvia?
Lo han repetido hasta el cansancio los biólogos el año pasado. El arma más poderosa que tenemos contra el mosquito es ordenar las viviendas (pues allí es donde le gusta vivir al Aedes), identificar todos esos lugares donde se acumula líquido y eliminarlos. Sostener estas acciones en el tiempo y denunciar rápidamente ante la primera sospecha de la enfermedad nos marcarán la próxima vez que haya un brote. ¿Será dentro de uno, dos o tres años? Es imposible saberlo.
Los tucumanos nos enfrentaremos a un escenario más duro: las tres epidemias que ya sufrimos nos dejaron una importante cicatriz. En caso de que ingrese una nueva cepa del virus (en total tiene cuatro), todas las personas que ya se enfermaron correrán un mayor peligro de desarrollar las formas más graves de este mal. Por lo tanto, hoy más que nunca el dengue pone a prueba: nos obliga a organizarnos e involucrar a todos los miembros de la comunidad para ganar la próxima batalla que nos traiga el virus.