¿Por qué nos obsesionamos con registrar todo con nuestro celular?

Una pareja celebra el Día de los Enamorados en un restaurante. Se ponen alcohol en las manos, se sacan sus barbijos y ordenan el menú a través de un código QR. Nunca olvidarán que esa primera cena de San Valentín fue en el marco de una pandemia. Pero, por las dudas, se hacen una selfie: felices, bien vestidos, con un fondo elegante para que se vea que el lugar era de buena categoría. Cuando el mozo trae los platos, el ritual se repite: selfie con la comida, primer plano al plato, con la luz tenue de velas que le dan un toque gourmet a la captura. #diadelosnamorados #conmiamor #exquisitacena.

El registro de esa fecha especial para la pareja es tan importante como la experiencia en sí. Pero a diferencia de la fotografía analógica que supo guardar los recuerdos de las infancias del siglo pasado, la imagen digital tiene un componente central: la socialización. Los algoritmos desplegarán luego su magia y distribuirán la sonrisa de la pareja según los intereses de sus seguidores. Montaje, captura, publicación, estrategia. Todo tiene que estar alineado como una cadena de producción de recuerdos.

La escena se multiplicará exponencialmente cuando vuelvan las clases, los recitales, las fiestas y cualquier evento que amerite una porción de megas de nuestro celular. Las pantallas que nos agotaron durante la cuarentena seguirán seduciéndonos, tal cual lo hicieron antes de conocer dónde quedaba Wuhan. ¿Por qué queremos capturar todo? ¿Es por la comodidad de tener una cámara en nuestro bolsillo o hay algo más?

La primera pregunta es técnica y seguramente nunca existió un dispositivo tan completo como un celular. Pasemos a la otra pregunta y aquí sí hay mucho más para pensar y muy pocas certezas. Los clásicos pensadores de la fotografía ya dijeron que el registro da cuenta de la simbólica de una época, de una clase social o de un círculo artístico, que muchas veces no está explícita en la imagen.

La propia fotógrafa alemana Gisèle Freund sostuvo que el gusto no es una manifestación inexplicable de la naturaleza humana. Es decir, no hay nada espontáneo en la toma fotográfica a pesar de la velocidad de un click. El gusto, en cambio, “se forma en función de unas condiciones de vida muy definidas, que caracterizan la estructura social en cada etapa de su evolución”.

¿Y qué etapa estamos entonces? Sin dudas, a la socialización de la fotografía digital habría que sumar el volumen. Cientos de disparos por día, publicaciones seriadas y planificadas en redes sociales, todo interpretado por el big data. El “zeitgeist” de nuestra época es un collage de postales que van revelando nuestras emociones al calor de un “me gusta”. Desnudamos aquí nuestras expectativas como nunca y como consecuencia nuestros miedos.

Bourdieu, otro clásico estudiado hasta el hartazgo en las carreras de ciencias sociales sigue vigente cuando sostiene que el hecho de tomar fotografías y de conservarlas es una especie de evasión. Más concretamente, “la fotografía tendría como función ayudar a sobrellevar la angustia suscitada por el paso del tiempo, ya sea proporcionando un sustituto mágico de lo que éste se ha llevado, ya sea supliendo las fallas de la memoria y sirviendo de punto de apoyo a la evocación de recuerdos asociados”.

Será entonces que la magia de un dispositivo técnico es haber conectado rápidamente con esa necesidad de congelar el tiempo, sin importar la edad, la clase social, o cuán conscientes somos de la estética de la que pretendemos ser parte. “Lo que te da terror te define mejor”, dijo Gabo Ferro, de quien ahora solo nos queda su registro. La muerte ya hizo lo suyo con ese artista inclasificable y lo mismo hará con nosotros. Por eso, mientras tanto, disfrutemos del plato antes de que se enfríe.

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