Una cuentista del detalle

Mirada que se posa en lugares casi insospechados.

21 Febrero 2021

CUENTOS

EL SOL MUEVE LA SOMBRA

DE LAS COSAS QUIETAS

ALEJANDRA KAMIYA

(Bajo la Luna – Buenos Aires)

No es tanto por la sutileza de su prosa, tampoco por la decisión de construir el relato con nudos emocionales tan simples que resultan sofisticados, ni siquiera porque en sus páginas conviven tradiciones de Oriente y Occidente, sino porque cada cuento deja una reverberación, produce un segundo de silencio en el lector o la sensación de estar viendo un ser pequeño, bello y frágil, como una oruga. Por eso, Alejandra Kamiya es una de las voces más originales entre los cuentistas actuales de la Argentina.

Su segundo libro, El sol mueve la sombra de las cosas quietas, es la constatación de un estilo ya presente en su primera colección de relatos Los árboles caídos también son el bosque.

Resulta inevitable hablar de las resonancias de la literatura japonesa en su manera de encarar las narraciones. Desde los títulos se plantea un vínculo con la tradición poética del haiku que hace de la observación el principal acto filosófico. A través de una mirada detenida, que se posa en lugares casi insospechados, se construye un tono único y fresco. Su libro es una bocanada de aire hecha de pequeños detalles, historias familiares y una escritura felina (pausada, decidida y ágil). Es que cada uno de los trece cuentos funcionan como un ejemplo del ejercicio de la tensión: no sólo el terror y lo terrible, que tanto se han explorado y discutido en los últimos años, mantienen sentado al lector.

En el primer cuento, la hija de una pareja separada es testigo de la lenta disolución de sus padres ante el Alzheimer hasta que la desmemoria lleva a un reencuentro inesperado. En las siguientes páginas, el señor Nishida siente a través del viento que se acerca su muerte y Sara repite para sí los pasos que debe seguir para construir su casa con sus propias manos.

En casi todas las narraciones, hay una exploración de las relaciones familiares, vínculos hechos de palabras al pasar, silencios y sobreentendidos. La naturaleza, sus signos, también construyen un diálogo con los personajes: “si no sopla el viento, es imposible saber si el tiempo pasa o se ha detenido, si uno está vivo o muerto. Esta tierra quiere estar quieta”, se lee en “Los gestos de la sal”, una fábula sobre un trabajador de los salitres. En “Veré árboles”, el último relato, la narradora y su punto de vista van creciendo hasta que, detrás de la ventana, mira los árboles que plantó su padre y que serán la leña del siguiente desarrollo inmobiliario. En detalles como este, se percibe una declaración de estilo.

© LA GACETA

Comentarios