“Si continuamos en el rumbo en el que estamos cabalgando, las perspectivas serán aún más nefastas”
Es nuestro Bukowski, nuestro Dickens, nuestro Henry Miller. Sus libros se hallan en anaqueles de médicos, carpinteros y amas de casa. El reconocimiento de la magnitud de su obra todavía no está completo.
En ¡Priscila, Priscila!, Medina combina el realismo sucio que ha sabido cultivar con un policial criollo. Una joven desea estudiar para maestra, pero su sueño se malogra con la muerte de sus padres. Madre soltera y con poca suerte en el amor, en un momento de angustia comienza a prostituirse. Su niña es secuestrada por unos perversos matones, y Priscila va en su búsqueda. Uno de los personajes, una vieja ciega que alquila armas y vende drogas en una villa, bien resume la sordidez de la trama: “la historia de la humanidad es la historia de la guerra y el crimen”.
- En tu vasta carrera has creado personajes femeninos con roles protagónicos, algo que no ha sido la norma para escritores hombres ¿Qué lectura le das a esto? ¿Qué mujeres marcaron tu vida?
- Mis dos primeros libros, Las Tumbas y Sólo Ángeles, tuvieron una marcada energía masculina. No sólo quienes narraban eran hombres sino que lo hacían desde una tangente marginal, lo que le daba a las historias un tinte machista muy acentuado. Esto me lo marcaron muchos críticos y amigos, no como un defecto, ya que los temas lo requerían, sino como una advertencia al encasillamiento. Y era así porque yo estaba muy influenciado por la novela policial, especialmente el Mickey Spillane de Mike Hammer; y también algo de Hemingway. Además de ese tinte, las historias las contaba desde la primera persona, lo que resultaba, desde lo literario, muy pesado y contundente. Bien recuerdo que Eduardo Mallea me aconsejó utilizar la tercera persona para no enviciarme. Al mismo tiempo, cierta vez mi madre me dijo: “Espero que algún día puedas escribir un libro que pueda regalarle a mis amigas”. No sólo me reí sino que atendí el pedido bien razonado. En aquel tiempo, escribir con las palabras coloquiales que hoy con la mayor soltura se usan en la radio y la televisión, para el lector de entonces era recibir un gancho al hígado. Y fue así porque la crudeza de esos dos libros marcó un punto y aparte en la novelística de esos años, que es lo que abrumadoramente dijo lo que se denominaba “crítica autorizada”. Y así fue que decidí escribir mi tercera novela, Transparente, ubicándome en el pensamiento femenino. Esto lo hice muy cerebralmente, casi como un desafío, para demostrar que podía hacer creíble una historia sin recurrir al golpe bajo. Y ese libro tuvo éxito porque mostró el otro costado del escritor “duro”, como ya me habían registrado. Luego vinieron tres libros más de “mujeres”, Buscando a Madonna, El trapo en la boca y El secreto, con la misma impronta: meterme, ahondar, en el mundo femenino. La propuesta fue narrar desde la primera persona de la protagonista, y describir gran parte del siglo pasado desde la mirada femenina, y desde diferentes edades. Fueron cuatro libros que luego reuní en un solo volumen: Mujeres y amantes. Si tuviera que hacer una evaluación, puedo decir que me siento muy feliz y satisfecho con el resultado. Y también debo decir que en esos libros están las principales mujeres que marcaron mi vida: mi madre, por supuesto; y además, como es lógico, aquellas otras que dejaron gratos perfumes y profundas huellas en el corazón.
- En tu última novela volvés al tema de la prostitución. ¿Cuán urgente lo encontrás como asunto público?
- Fundamentalmente soy novelista, lo que me ayuda a esquivar explicaciones ensayísticas, pero, sin rehuir el compromiso de responder, puedo decir que, si estas protagonistas me atraen como personajes, de ningún modo considero la actividad como si fuera común a otras, para nada. Ni oficio ni trabajo. Simplemente muestro una degradación de todos los tiempos como un recurso argumental que me permite plantear mayor cantidad de situaciones, en el barullo de la vida, que la de otras diligencias. Una prostituta me admite hechos y desarrollos que quizás me los niegue una oficinista. Pero debo aclarar que no es ella a la que veo degradante, ella me simpatiza y cuenta con mi solidaridad. Ella solamente cae en la degradación que le impone un sistema, cae entrampada creyendo en soluciones rápidas, o fáciles, o momentáneas, sin pensar que ya no habrá retorno.
- ¡Priscila, Priscila! transcurre en gran parte en lo que podría ser Plaza Miserere, en el Once porteño, lugar de confluencia de pastores evangélicos, travestis, vendedores ambulantes, trabajadores y lúmpenes varios. ¿Cuánto hay de observación y cuánto de imaginación?
- Sí, puede ser un lugar muy parecido al barrio de Once, o a Constitución, o a otros que alguna vez fueron modelo y hoy son otra cosa muy distinta. Y ni hablar del dominio en las calles por parte de la delincuencia. Y la falta de protección para el pobre infeliz contribuyente. Es muy triste hoy en día ver tantos barrios degradados en una ciudad que fue una de las más bonitas del mundo y no la porquería que es ahora. Pero no sólo los barrios, también las grandes avenidas han sido ensuciadas con vómitos del progresismo más berreta. Y claro, también las villas miserias me han servido de fondo; con sus sórdidos secretos y siniestra clandestinidad han sacudido con violencia a este país que alguna vez estuvo entre los primeros del mundo, pero gracias a una casta política perversa y corrupta, hoy somos, con orgullo, una maloliente letrina infecta. En cuanto a lo que la novela tiene de observación e imaginación, yo creo que en mi novelística siempre hubo de las dos cosas sin especificar porcentajes. Más bien uso la realidad para dejar volar mi imaginación. Aunque no dudo en afirmar que el ingrediente más importante es el trabajo, y en cuanto a su porcentaje podría afirmar que no baja de un 90 por ciento.
- Tu heroína encuentra solaz en la poesía de Storni. ¿Por qué la poesía? ¿Por qué Alfonsina?
- El aporte de la poesía de Alfonsina Storni, que puede parecer impostado, no lo es; por lo contrario, sí es el soporte de positividad que tiene el personaje para disimularse. Ella, la misma Priscila, para mantener el equilibrio en su mente y sustentarse persona para no reconocerse en su terrible realidad, se sostiene leyendo a Alfonsina, como si la poeta fuera su alimento espiritual. Lo mismo hacemos los que nos creemos normales, vivimos disimulando personajes y papeles que nos respaldan en el diario vivir. Mucho más aquellos que deambulan en los subterráneos de la sobrevivencia. En muchos de mis libros está presente la poesía.
Siempre hay versos incrustados en capítulos y personajes; a veces pido prestado, como cuando lo hago con el poeta Alfredo Vento, y otras veces agrego algo mío. Siempre me importó la poesía, llevo tres libros publicados ya, y posiblemente vaya a sacar alguno más. En cuanto a mi preferencia por Alfonsina Storni, es total. La considero no sólo una creadora genial sino que la ubico al lado de nuestros mayores creadores: Sarmiento, Lugones, Borges, y otros.
- Priscila, a lo largo de la novela, recurre a su manera a Dios, pidiendo ayuda cuando fallan las instituciones humanas, especialmente la policía. ¿Considerás que hay esperanza para las miles de Priscilas del país? A propósito de esto, esta es una de las frases que más me gustó del libro: “en tiempos de guerra, la única salvación consiste en atarse al horizonte”.
- No sólo no creo que haya esperanzas para Priscila en esta realidad que vive el país, sino que estoy convencido de que si continuamos en el rumbo en el que estamos cabalgando como desesperados, las perspectivas serán aún más nefastas y decisivas en lo peor. Sabemos que en estos momentos hay una desorientación en el mundo de la justicia. Bien se ve que hay una clara tendencia de los jueces en defender la delincuencia y, lo que aún es mucho peor, en acentuar el castigo a las víctimas. Y siempre ayudados por un periodismo imberbe y cómplice en muchos casos, y en otros, ligero y desconocedor de una justicia razonada. A pesar de todo, pienso que en algún momento esto se ordenará correctamente. Afirmando mi esperanza, quienes ayudan decididamente a Priscila, son policías. También la ayuda un mafioso, y esto mismo me lo cuestiono yo. ¿Puede ser que crea en la redención? ¿O es un comodín que uso para mantener mi cable a tierra?... Eso lo decide el lector. Y sí, en la frase creo que se puede resumir el aliento y el conflicto de la novela. En cuanto a su recurrente fijación con Dios, es claro entender que en la invocación, ella busca fortalecer su ánimo para soportar su destino, que lo sabe cruel y apocalíptico.
PERFIL
Enrique Medina nació en Buenos Aires, en 1937. En 1972 publicó Las tumbas, su primera novela, con gran reconocimiento de la crítica y repercusión en los lectores. Luego vendrían 24 títulos más. Sus libros fueron prohibidos durante la última dictadura. Trabajó como periodista, crítico y director teatral, actor y guionista cinematográfico. Fue profesor de Literatura en la Universidad de Arizona y dirigió colecciones literarias en Abril y Galerna. Entre otras distinciones, ganó el Premio Municipal por Deuda de honor y recibió la Faja de honor de la Sociedad Argentina de Escritores. Su obra fue traducida a seis idiomas.
Por Matías Carnevale - BUENOS AIRES- PARA LA GACETA