La historia del cine de los últimos cuarenta años ofrece, al observador curioso, pocas posibilidades de percibir la aparición de cineastas renovadores encolumnados de un modo generacional. Hoy, con el cine de los más jóvenes y el cine independiente, se está produciendo una novedad. No hay una generación homogénea y anónima. Todos y cada uno de los jóvenes construyen un aporte general por andariveles distintos. Nadie es igual a nadie, pero todos caminan en la misma dirección.
La razón de ser de esto hay que buscarla en las escuelas de cine. La enseñanza del cine es una disciplina de formación que está todavía en sus albores dentro del marco de la enseñanza general, pero que tiene un horizonte amplísimo. Las escuelas de cine son instituciones que nacieron de las necesidades de expresión de un mundo cada vez más complejo y cada día más abierto a iniciativas singulares. Y, sobre todo, cada vez menos propicio al individualismo.
Esto no puede perderse de vista. Estas jóvenes generaciones, que han venido una vez más a consolidar el prestigio del cine, tienen circunstancias materiales cada vez más difíciles. Por eso debemos apoyarlos y cuidarlos. Los países más preponderantes lo saben mejor que nosotros. El primer ministro francés, al inaugurar hace un tiempo un coloquio organizado para la apertura del Festival de Cine de Cannes, sugirió que en Francia el cine es una cuestión de Estado. “Francia es un país que ama el cine, que lo celebra y que se esfuerza por ayudarlo”, declaró en su encendida defensa. Convencido de la importancia del cine en la formación de los jóvenes, manifestó también que se estaba elaborando un plan para que los alumnos de los colegios franceses “tuvieran la oportunidad de recibir una verdadera educación cinematográfica”. Algo que yo también propugné en mi recorrido de casi seis años como funcionario del cine durante el gobierno del doctor Alfonsín y que lamentablemente no hubo tiempo de concretar. Una vez más, las urgencias volvieron precarios los sueños.
Hoy debemos volver a intentarlo. Si en Rusia el ajedrez es una actividad preponderante, por qué no atribuirlo a que ese juego se enseña desde la escuela primaria y por qué no aplicar esa misma experiencia al cine y avanzar por esa vía a un predominio que por otros caminos no lograríamos. Admitamos que en esos otros caminos la batalla ya la hemos perdido. La perdimos el día en que Herbert C. Hoover afirmó que “cuantas más películas norteamericanas se vieran en el mundo, más autos y más heladeras norteamericanas habrían de venderse”, sabia afirmación de quien entonces seguramente no preveía —o sí— que en aquel preciso instante estaba dando origen a una de las principales industrias de los Estados Unidos y sin duda al cine industrial y comercialmente más importante del mundo. Hoy no podría contestar si el cine norteamericano tiene tal poderío porque tiene a los Estados Unidos detrás o, a la inversa, si los Estados Unidos son así por tener detrás a su cine.
Manuel Antín - Rector de la Universidad del Cine
*Adelanto del libro Pospandemia: 53 políticas para el mundo que viene, publicado por el Centro de Evaluación de Políticas basadas en Evidencia (CEPE) de la Universidad Torcuato Di Tella.