La Superliga europea, un fracaso que marcó límites

Florentino Pérez. ARCHIVO Florentino Pérez. ARCHIVO

Florentino Pérez, el superpoderoso presidente de Real Madrid, es “el tipo que más daño le ha hecho al deporte español y al periodismo español”. La definición que lanzó ayer el veteranísimo periodista español José María García seguramente tiene alguna exageración. Pero no tanta, dicen quienes han sufrido la costumbre de Florentino, octava fortuna de España, de escuchar siempre en boca de sus empleados que todas sus decisiones son sabias y correctas porque él, como lo definió una vez el ex jugador Emilio Butragueño, “es un ser superior”. Algunos años atrás, cuando Jorge Valdano era director deportivo de Real Madrid, el ex campeón argentino, que suele tener cabeza propia, osó discrepar con Florentino. Fue despedido.

En años de Carlos Menem presidente de Argentina le preguntaron al superempresario Alfredo Yabrán qué significaba el poder. Y él respondió que el poder era “impunidad”. La impunidad, sabemos, termina siendo traicionera. Quien la ejerce cree que se puede hacer y decir cualquier cosa. Y que no habrá consecuencias. Bien, Florentino, uno de los constructores más poderosos de Europa, cometió acaso la mayor torpeza de su carrera pública cuando hace una semana asumió su condición de padre y vocero de la Superliga europea, así presentada pese a que sólo tenía equipos de tres países (Inglaterra, Italia y España). “Debería llamarse Torneo de las Tres Naciones”, ironizó Jaume Roures, capo de Mediapro, cuyo negocio de la TV estaba afuera del proyecto y podía entonces decir libremente que esa Superliga de millonarios estaba destinada a un fracaso fulminante.  

Lo que nadie imaginó fue que el fracaso fuera tan rápido. Que señores tan poderosos, con tanto dinero, supuestamente astutos y rodeados de séquitos que planifican siempre a su favor podían ser tan pero tan torpes. No intuir que su proyecto de Superliga cerrada y para ricos podía enfurecer a todo el fútbol y convertir a los villanos de la UEFA en héroes del fútbol popular. Muchos de los patrones de la fracasada Superliga tienen matriz de Estados Unidos. Puede entenderse algo más su error de cálculo. En Estados Unidos siguen sin entender al fútbol. O creyeron que terminarán domesticándolo al sistema Made in USA. Pero es más difícil de entender que Florentino, crecido él mismo como niño rico sí, pero igualmente hincha de Real Madrid desde la cuna, haya sido quien lideró el proyecto y, peor aún, se convirtiera en el único que diera la cara cuando ningún otro se animaba a hacerlo. Lo hizo, además, con esa forma presuntuosa del poderoso. La teoría del derrame. Como yo tendré mucho dinero pues entonces les daré algo a ustedes, los más pobres. ¿Nadie le avisó a Florentino que no estaba hablando ante una junta de accionistas de sus compañías, sino ante millones de aficionados que seguían su discurso por la TV?  

Hay otros como él que también deberán dar explicaciones. Por ejemplo Joan Laporta, que en campaña rechazó la Superliga y, ya presidente, dijo que Barcelona adhería al proyecto. Cuentan que el rojo que encontró supera los 1.300 millones de euros y que no sabe de dónde sacar dinero para retener a “Leo” Messi y al resto. ¿Y Javier Zanetti? ¿No es el ‘Pupi’ vicepresidente y cara símbolo de un Inter de propietario chino pero que también adhirió inicialmente al proyecto? Se puede entender de Milan, que pertenece a Paul Singer y a su conocido Fondo Buitre, pero cuesta pensar que Zanetti participara de semejante desastre. Por algo no estuvieron los alemanes, porque ellos tienen que responder a sus socios (los clubes en Alemania no pueden ser propiedad mayoritaria de las empresas). Ahora, en Inglaterra, cuna verdadera del proyecto, dicen de copiar el modelo alemán. Imposible. No pueden echar a jeques, magnates, fondos de inversión y tiburones que la propia Inglaterra invitó en su momento para crear a la Premier League, la Liga más comercializada del fútbol mundial.  Es tarde para desandar ese camino. El fracaso fulminante de esta Superliga que conmocionó la última semana al fútbol sirvió sí al menos para indicarle a esos tiburones que, en algún momento, todos tenemos un límite. Florentino Pérez también.

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