Reutemann, de ir a la escuela a caballo a ser piloto de Fórmula 1

Un repaso por carrera de un ídolo popular del deporte argentino.

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La tierra del circuito de montaña de La Cumbre, en el Valle de Punilla cordobés, fue testigo de su debut en una carrera “de las grandes”. Corría mayo de 1965, la categoría era Turismo Mejorado y él tenía 23 años. Desde ese entonces, y hasta 1985, cuando hizo su última carrera, en rally (a cuatro años de haber estado muy cerca de abrazar la gloria en la F-1), Carlos Alberto Reutemann edificó una carrera en el automovilismo de notable calidad. Fue, mientras corría en la “máxima” en grandes equipos, con muy buenas actuaciones y ganando carreras, la gran esperanza argentina de revivir los tiempos en los que Juan Manuel Fangio llevó a la Argentina a lo más alto de la categoría. Las paradojas dicen también que, aunque un sector lo tildó en aquellos tiempos de “eterno segundo”, fue el último corredor de nuestro país que se destacó en el “Circo” que millones siguen alrededor del mundo.

Fue “Lole” desde niño. El apodo salió de la forma con la él se refería “los lechones”, en el campo de sus padres en Nelson, Santa Fe, donde había nacido un 12 de abril de 1942, hijo de Enrique Reutemann y de Flora Molina. Habituado a las tareas campestres, pronto hizo contacto con los vehículos.  Y así comenzó la afición que lo llevaría al estrellato.

Hay una anécdota llena de color. A poco de su carrera debut (con abandono) con un Fiat 1500, ganó por primera vez, un 11 de julio, en Carlos Paz. Lo cierto es que llegó manejando un Citroën 2CV de su papá, recorrió varias veces con ese coche la ruta e hizo una hoja de ruta perfecta. Carlos Grossi, uno de los dueños de la mayor agencia Fiat de la época, y que lo había contratado para correr, dijo una frase que quedó marcada a fuego: “estamos ante un piloto diplomado en la universidad”. De allí en más, la fama de Reutemann de piloto meticuloso, atento a todos los detalles se hizo bien conocida. En suma, un exquisito.

Luego de ganar carreras y títulos en el país, llegó su trampolín al mundo, con su participación en la serie internacional de Fórmula 2 de 1968. En el 70 ya estaba en Europa, en el 71 fue subcampeón del Europeo de F-2, detrás nada menos que de Ronnie Peterson. Por ello lo invitan a participar en una carrera en Brands Hatch. Y luego de esa experiencia, lo contratan en 1972 como segundo piloto de Brabham. ¿Su compañero? Nada menos que Graham Hill.

Desde 1972 hasta 1982, Reutemann corrió en Brabham, Ferrari, Lotus y Williams. Obtuvo 12 victorias, 45 podios y seis pole positions en 144 carreras que daban puntos. A ello se suman dos triunfos y una pole en otras fuera de campeonato. Además de su subcampeonato de 1981, terminando a sólo un punto del brasileño Nelson Piquet, fue 3° en los certámenes de 1975, 1978 y 1980. Tuvo como compañeros de equipo a grandes del volante. Con la mayoría se llevó muy bien y obtuvo respeto. Eso no se puede decir del australiano Alan Jones, que compartió escudería en Williams y con quien tuvo encontronazos todo el tiempo. Y no sólo con él, sino también con el dueño del equipo, Frank Williams.

Frustraciones vivió muchas. No sólo se recuerda su fallido intento por salir campeón. También aquel Gran Premio de Argentina de 1974 en Buenos Aires, corriendo con Brabham. La toma dinámica de su coche se desprendió, lo que lo dejó sin combustible sobre el final de la carrera. Verlo sobre la pista llorando, sentado al lado del bólido, fue una de las escenas más desgarradoras de la historia del deporte argentino.

En Tucumán todavía se recuerda su paso como competidor del Rally Codasur a comienzos de los 80.  El Fiat que manejó, cada vez que se recortaba en el horizonte de la ciudad o de los cerros de los tramos de la competencia generaba el delirio del público. Al santafesino, parco en su carácter, recién en la ceremonia de premiación, efectuada en el ex autódromo “Nasif Estéfano”, se lo vio reír. Apenas le colocaron la corona de laureles por haber ocupado un puesto de podio, produjo una explosión de júbilo entre los espectadores.

Alguna vez le preguntaron a Reutemann si se había arrepentido de dejar la F-1 en 1982, a poco de la frustración de no haber podido consagrarse en Las Vegas. Él, siempre medido, no dudó en responder: “cuando pienso en eso recuerdo que, cuando era chico, tenía que ir a la escuela a caballo. De ahí llegué a ser piloto de F-1. Ese placer no me lo va a quitar nadie”.

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