Cuando la sociedad tucumana tenía vínculos de respeto con los maestros de sus hijos, en cada hogar la palabra del maestro era -tal vez aún puede serlo- palabra santa. En las escuelas rurales, los alumnos les obsequiaban tortillas al rescoldo, batatas asadas, dulces caseros y flores. En las urbanas, los padres competían en cómo unirse para un regalo más importante, que iba desde ropa a electrodomésticos y flores. Recuerdo la emoción de la maestra de una escuela céntrica, cuando un alumno le regaló una factura envuelta en celofán, con moño y tarjeta, el mismo regalo que cada uno de sus seis hermanos llevó a su maestra. Esto quedó como un verdadero acto de amor a una maestra, en el contexto en que una factura o el pan eran comprables. Un gobernador prohibió el hábito de llevar regalos el Día del Maestro, pasando por alto que cuando el hábito es cultural no basta una orden de censura; más aún cuando los niños asistían a la escuela pública más cercana, lo que creaba vínculos dentro y fuera de la comunidad educativa. El paulatino y lento descrédito de la escuela del barrio hizo que los padres buscaran fuera de su comunidad escuelas con mejor calidad y muchos las hallaron en los establecimientos privados del centro de la ciudad. El atascamiento en la calidad educativa de las escuelas públicas se proyectó a los niveles educativos superiores, y se agravó por los avances filosóficos, científicos y tecnológicos, sin que las autoridades responsables por mandato constitucional se hicieran cargo en tiempo y forma de lo que sucedía, descuidando la formación docente, la motivación, la incentivación de vocaciones docentes. De modo que ser maestro no sea un trabajo insalubre ni una simple oportunidad laboral amparada por el poder gremial, al que tanto temen los gobernantes. Vale destacar, quizás, el salto a la fama de L-Gante, por haber escuchado a las madres de chicos que no pueden leer ni escribir porque no conocen el abecedario, y puso a disposición de los que lo necesiten el Rap del Abecedario. También puso en evidencia que el plan Conectar regala computadoras sin ton ni son, imitando a los que gastan pólvora en chimangos, desperdiciando el tiempo y el dinero en cosas desventajosas e inútiles, “para los giles”, como se dice en lunfardo. L-Gante abandonó la escuela que lo aburría; como autodidacta, hizo lo que la escuela debe hacer: poner las computadoras al servicio del potencial creativo e intelectual del alumno, aún del que fuma marihuana, como que eso es parte de la construcción cultural que genera la falla del sistema educativo y por ende la falta de idoneidad de gobernantes distraídos que sólo miran la realidad de su ombligo, felices en las nubes de Úbeda.
Elvira Arnedo
La Rioja 151
San Miguel de Tucumán