Una educación es un proceso temporal. Una buena educación pone al tiempo de su parte, para lo cual lo ordena comedidamente en paralelo a su experiencia. No fue mi caso: por una decisión que escapó a mi control, tuve una educación defectuosa. Lo supe ya mientras se realizaba, me daba cuenta de que estaba experimentando una intermitencia de desapariciones, cuando lo propio de una educación adecuada era una acumulación de apariciones. No pude evitarlo. Una megalomaníaca convicción infantil de mi superioridad mental hizo que rechazara todas las insinuaciones del sentido común, con una positiva distracción que ya empezaba a parecerse a la literatura. Y, una vez adulto, frente a desafíos que debía enfrentar con los ojos cerrados, recurrí para explicármelo a la fórmula con la que titulé todo lo que escribí: una educación defectuosa.
¿Cómo pudo ser? ¿Fue de verdad, o un sueño? De un modo u otro, todos los hombres completan su educación y se lanzan a practicar lo aprendido como mejor pueden. Todos la completan a la medida de sus necesidades. En todo caso, van agregando interpolaciones de experiencia al dictado de los hechos y su correspondiente percepción. En mi caso, el proceso del aprendizaje se cerró pronto, no solo por el motivo más extendido, que es el temor de caer en la trampa de una educación crónica, sino por la prisa de empezar a ejercitar mis imperfecciones como otras tantas elegancias literarias. Sí, a veces pienso que fue un sueño, que todos los libros que leí en mi infancia fueron otros tantos sueños. Más allá, un cielo de nubes oscuras caía sobre el horizonte.
Se recurre al sueño cuando no hay otra explicación. Hace muchos años que tengo un solo sueño, quiero decir sueños que son variaciones del mismo sueño, cuyo argumento puede resumirse como la necesidad de llegar a tiempo, o la imposibilidad de llegar a tiempo, ya sea a una partida en avión o en tren, a una reunión, a una cena, a un sitio donde me esperan.... Las variaciones de escenarios, de personajes, de dificultades y escollos o demoras son innumerables, la necesidad de llegar a tiempo siempre está presente. También varía el tono, desde la más angustiada pesadilla a una casi indiferencia, aunque por supuesto nunca es un sueño agradable. He debido conformarme. Mi inconsciente no tiene la obligación de proveerme sueños agradables. Aparentemente sí existe la obligación de que haya sueños, para proteger la saludable operación de dormir, o por un requisito neuronal, o lo que sea. Y este recurso a un mismo asunto se revela como un modo de economizar el gasto narrativo. Sobre todo que sea este asunto, «llegar a tiempo», y no otro, porque su amplitud ceñida (que no es un oxímoron) permite insertar todos los restos diurnos y los deseos ocultos en un relato fluido. Lo que he observado es que dentro del tiempo de la demora en llegar a tiempo hay otros tiempos, globos de tiempo en los que, justamente, me demoro, globos narrativos, que hacen a mi profesión.
Al impartirme yo mismo mi educación en los primeros años de mi vida, como en los últimos he estado soñando que nunca puedo llegar a tiempo, al no aceptar maestros ni consejos, quedé en manos del Hada Atención. Las cosas podrían haber salido bien a partir de ahí. Lo dijo Leibniz: «Dios nos da la atención, y la atención lo puede todo». Para poder todo hay que administrar bien ese don precioso, al menos tan bien como lo hacen los demás, que reservan la atención para lo que creen importante, en un gesto práctico destinado a evitar una sobrecarga eléctrica en los circuitos cerebrales. Yo, por efecto de las lecturas de las que ya estaba intoxicado, reservé la atención para lo maravilloso. No concebía como digno de mi atención sino lo que estuviera facetado en mil caras, el diamante en cuyo corazón innumerable se reprodujeran las imágenes de mi realidad personal.
* Fragmento del discurso de aceptación del premio Formentor.
PERFIL
César Aira nació en Coronel Pringles en 1949. Ha sido traducido y editado en Francia, Inglaterra, Italia, Brasil, España, México, Venezuela y Estados Unidos. Es autor de más de 100 libros. Algunos de ellos son: Ema, la cautiva (1981), La luz argentina (1983), La liebre (1991), Embalse (1992), Cómo me hice monja (1993), Cumpleaños (2000), Varamo (2002; 2015), El mago (2003), Yo era una chica moderna (2004), La villa (2006), Las conversaciones (2007), El error (2010) y Prins (2018). Hace varios años suena entre los candidatos al Nobel. Su premio más reciente es el Formentor.