Hace varios lustros, las naciones desarrolladas entendieron que era necesario invertir cada vez más en educación, cultura e investigación porque en los próximos años el poder no pasaría solamente por lo económico, sino por aquellos países que estén en condiciones de exportar y vender el producto de su capital intelectual. Históricamente, toda forma de conquista o de sometimiento de un pueblo, luego de la derrota armada, se consolidó en la imposición del idioma, de la religión y de la cultura. Los móviles siguen siendo los mismos bajo otros ropajes: la globalización, el marketing, los ajustes y recetas económicas que se repiten y que no hacen más que profundizar el deterioro de los países subdesarrollados o periféricos.
El modo de no perder la identidad ante el continuo bombardeo de propuestas de consumo que, por lo general, son ajenas a nuestra idiosincrasia, únicamente se puede revertir invirtiendo en educación y cultura. Es la llave para el desarrollo y el progreso de toda nación. Pero la cultura raramente figura en las plataformas electorales; tampoco suele ser tema de charla entre los políticos y apenas es un mero enunciado en la Carta Magna.
En octubre de 2008, en los preludios del II Congreso Argentino de Cultura que tuvo lugar en San Miguel de Tucumán, el ya fallecido cineasta Octavio Getino, entonces titular del Sistema Nacional de Medios Públicos, planteó ideas interesantes sobre esta cuestión. El integrante del grupo Cine Liberación señaló que el término cultura era bastante nuevo en el mundo, que no tenía más de 40 o 50 años. Luego de la Segunda Guerra Mundial, con la irrupción de múltiples culturas que estaban presentes en las naciones colonizadas de África, Asia y, en menor medida, América Latina, empezó a aparecer el término de cultura en un sentido más holístico, como los modos de vida de los individuos.
El realizador indicó que entre la década del 50 y 60 habían aparecido en Europa estudios destinados a medir la importancia económica de algunas actividades relacionadas con las artes, con la música, con el teatro, y entonces se advirtió que aun cuando el Estado invertía cierto dinero para determinadas actividades, buena parte regresaba a las arcas. Se descubrió que la cultura no era un gasto sino una inversión porque era una fuente de recursos económicos: dinamiza las empresas; el empleo, la balanza comercial y los intercambios económicos y culturales entre los pueblos. “Lo más significativo es que a las políticas culturales no las manejan aún los encargados de Cultura sino los responsables de Hacienda y de Economía de cada provincia. Tengo la idea de que, a veces, los funcionarios no tienen mucha información sobre el tema de la cultura, porque la gente de la cultura tampoco se aproxima a los poderes públicos”, sostuvo Getino en esa ocasión.
Se suele escuchar con frecuencia que cultura y educación no representan un gasto sino una inversión. La Unesco recomendó a los países destinar, por lo menos, el 1 % del presupuesto a la cultura. Sin embargo, la cultura sigue sin convertirse en un motor de la sociedad y de la economía. Quizás ello ocurre porque una buena parte de los economistas que condujeron y dirigen las finanzas del país y de las provincias, no aprendió en la escuela y en las universidades el valor de la historia y de la cultura, como pilares de la identidad de una nación.