Ocurre en los momentos menos pensados, cuando estamos en la verdulería, supermercado, la calle o el taxi. “Señora”, “señor”... indica alguien, por primera vez, al referirse a nosotros. Las palabras son una cachetada, pero se deslizan tan naturalmente que resulta imposible detenerlas. A fin de cuentas es inevitable, ya estamos en otra etapa y el subidón siempre va hacia arriba.
Aunque la cuestión de la edad ha marcado nuestro pensamiento y actos desde tiempos inmemorables, según un relevamiento hecho -en 2021- por la Organización de las Naciones Unidas (ONU) se estima que durante la última década la ansiedad, angustia y rechazo por llegar a esta etapa se triplicó.
Al rozar los 30 o 40, la mayoría entramos en un periodo de crisis al adquirir mayor conciencia sobre el paso del tiempo. “Esto resulta normal dentro de los procesos de introspección, pero lo que ocurre hoy es que muchísima gente niega la naturalidad del envejecimiento y se resisten a comprenderlo como parte del ciclo vital y proceso biológico”, explica la gerontóloga Margarita Crespo.
Las causas responden a diversos factores que incluyen la imposición de estereotipos socioculturales, las aspiraciones insatisfechas y el flujo constante de información sobre vidas ajenas (típico de las redes sociales).
“A diferencia de otras etapas, la vejez siempre aparece nublada por atributos negativos que fomentan el edadismo y la 'gerontofobia'. Nuestro sesgo cognitivo hace que convirtamos la etapa en una batalla en la que solo perdemos cosas y ya no ganamos nada. Por ejemplo, las percepciones centrales oscilan entre la dependencia, la incapacidad para valerse por cuenta propia, la merma económica y desaparición de la belleza o atractivo”, subraya.
En el peor de los casos, estas visiones conducen al aumento de cuadros de depresión, malestar emocional y trastornos perceptivos (entre ellos, el dismórfico corporal), añade.
Por qué no quiero
La aprehensión al paso de los años también encuentra justificativo en la exigencia de permanecer activos. “Por lo general, convertirnos en adultos mayores va anexado al achicamiento de actividades (productivas o consumistas), lo que el capitalismo traduce en una falta de utilidad. Al no ser funcionales al sistema percibimos y nos hacen creer que seremos un descarte”, analiza el psicólogo David Roldán.
De la mano, va el grial del ocio. Desde chicos nos inculcan el valor de la productividad. Además, hay obligaciones y compromisos que no paran de crecer hasta tocar la adultez.
“Para acortar diríamos que jamás aprendemos a gestionar el descanso, al punto incluso de sentir enormes dosis de culpa por la pasividad. Con tal pensamiento, los cambios nos abrazan y -de repente- poseemos un montón de horas libres que desconocemos cómo emplear. La imagen que se desprende es percibir a la tercera edad como una fase de monotonía el doble de desgastante”, acota.
De nuevo, hablamos de mitos arraigados que son apenas un recorte de la realidad. La vejez conlleva decenas de estilos de vida que dependen directamente de la unión entre el querer, poder y hacer.
“Ahí nuestra predisposición psíquica y anímica nos salva de las construcciones sociales lapidarias. Sin embargo, también es cierto que Latinoamérica carece de políticas estatales que permitan la integración completa de los adultos mayores (pensemos en la infraestructura de Tucumán) y colaboren a sostener una mejor calidad de vida integral”, enfatiza Crespo.
El último justificativo antiage queda anclado en el temor a la muerte y la vulnerabilidad. “Junto a la senectud del cuerpo es inevitable transitar por un ciclo de duelos consecutivos que producen consecuencias psíquicas. Esto siendo jóvenes o adultos se vuelve un balde de agua fría porque se interpreta a modo de un ciclo permanente de soledad y alejamientos sin contemplar la belleza de los instantes transitados y la fortaleza de la biografía”, destaca Roldán.
Sin fórmulas mágicas
Entonces, ¿cómo actuar para no enemistarnos con la senectud? Para el gerontólogo Javier Calvo la principal respuesta es ejercitar una mentalidad positiva y resetear los estigmas.
“De ningún modo esto nos hará inmunes a las enfermedades o el malestar de las contingencias, pero si mejorará nuestra apertura a la transición. La vejez representa apenas una parte del vasto proceso de existir. Reír, crear nuevas metas y jamás estancarnos en el ayer son puntos indispensables para que sigamos siendo los protagonistas”, expresa.
En paralelo, las generaciones actuales y futuras están redefiniendo a cada rato los rígidos conceptos de vejez desde la perspectiva vivencial. “Los ejemplos de bienestar en la tercera edad son numerosos y nos hermanan a ejemplos en los cuales septuagenarios usan WhatsApp, navegan en internet, consumen Netflix, son adeptos al yoga o meditación, hacer trekking o viajan con amigos”, resume el profesional.
Para sumarnos a ese casillero, Calvo argumenta que el principal factor en contra se da por la falta individual de medidas previsionales y pensamientos preventivos.
“Los genes predisponen estimativamente un 50-60 % de nuestro envejecimiento, el resto deriva de factores controlables. Por tal motivo, se vuelve necesario que alguien nos respalde y enseñe hábitos saludables y de autocuidado desde pequeños”, destaca.
El argumento deriva en la crítica a algunas filosofías que nos seducen a vivir el presente sin tantas vueltas, planificaciones o mediciones de consecuencias.
“Hacer del ahora una bendición en lugar de implementar el futurismo y toparnos con la incertidumbre y las falsas expectativas está perfecto. No obstante, cada etapa acarrea una deuda de preservación con la siguiente y hay cosas que solo lograremos en la vejez si fuimos capaces de proyectarlas y empezar a digerirlas desde mucho antes”, prosigue Calvo.
Para ilustrar tenemos la “responsabilidad” de hacernos chequeos médicos anuales, usar protector solar (aliado contra el fotoenvejecimiento y las arrugas), ejercitarnos para evitar la atrofia del organismo y cuidar de nuestra vista y espalda. ¿En cuántas ocasiones nuestros padres nos habrán dicho de chicos o adolescentes que estar con el celular a oscuras o encorvados en la computadora traería consecuencias.
Lo recomendable es que a partir de los 35 arranquemos a planificar (en la medida de nuestras posibilidades y capacidades) la manera en que queremos envejecer. Al menos para bosquejar los deseos que anhelamos aún cumplir, chequear las facilidades económicas que se contemplarían y el curso de los vínculos afectivos.
“La lógica por detrás remite a mantenernos preparados para las transformaciones y regresarle al envejecimiento la noción de proceso en lugar de un problema que aparece de la nada y nos deja a la deriva al no contar con los recursos mentales y emocionales necesarios para hacerle frente”, indica Crespo.
En referencia, queda grabada la frase de la ensayista chilena Pilar Sordo: “uno envejece cuando los recuerdos superan a los proyectos, no antes”.