El vacío*
16 Enero 2022

Aquel año nos hicieron una extraña propuesta. Visitar los locales totalmente renovados de lo que fue nuestra revista. Dubitativo, el grupito de familias de las víctimas trepó los mismos escalones que sus parientes, heridos o muertos, habían recorrido en sentido inverso aquel miércoles de enero. Me reencuentro así con los pasillos oscuros del edificio y esos horribles ladrillos de las paredes que pretendían darle un aspecto rústico.

La puerta de entrada de nuestras antiguas oficinas se alza delante de nosotros. El encargado del edificio la abre. En medio de un silencio monacal apenas perturbado por el zumbido de los murmullos, penetramos lentamente en el lugar de la matanza como se entra en una sala funeraria para visitar a un difunto. Todo lo que había ha sido desarmado. Solo quedan las columnas del edificio. Los paneles que separaban nuestras oficinas han desaparecido. A pesar de esa despiadada remodelación, los sigo viendo como si los tuviera delante. Y adivino en el suelo la posición de las víctimas. Las familias, preocupadas ante la idea de pisar la escena del crimen, se aglutinan unas contra otras. Una silueta se me acerca y, como si hablara con un párroco, me pregunta en voz baja: “¿Dónde estaba?”. Dónde estaba el lugar exacto en el que su ser querido perdió la vida.

¿Dónde? No sé qué contestarle. De pronto creo revivir aquel momento, muchos años antes, en que una viuda me había implorado que la llevase a la morgue a ver a su difunto esposo. Dudé un instante, pero se trataba de su marido y no me parecía tener ni el derecho ni la fuerza de privarla de eso. La escena se repetía. A ese familiar de una víctima del 7 de enero, ¿cómo podía negarle mi ayuda? Ese día, nuestra pequeña revista se vio transformada en morgue y, como aquella vez, me resigné a satisfacer aquel pedido. Por más que alrededor nuestro no hubiera más que un gran vacío, yo estaba en condiciones de mostrar lo que acababan de pedirme. En voz baja, le indiqué dónde mirar. Sin embargo, ya no había nada para ver, salvo las paredes vueltas a pintar y un nuevo revestimiento en el suelo.

* Fragmento de Un minuto cuarenta y nueve segundos.

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