Perrone: el fin de un mito
O el fin prematuro, abortado, de un mito. Porque venía gestándose lo más bien entre la juventud que nunca llegó a leerlo. El escritor marginal, muerto en la vía, olvidado y pobre como una araña. Tucumano de pura cepa, conocedor de la gloria y la caída. Todo un melodrama. Un mito que secretamente venía forjándose, sobre el desconocimiento de su obra, sobre la no lectura de sus novelas, o sobre su ya esfumado recuerdo. Por Juan Ángel Cabaleiro.
La edición de la obra de Perrone viene a desvelar una verdad ominosa y terrible, difícil de asimilar y hasta de nombrar: Perrone es un pésimo novelista. Ignora los rudimentos del oficio: confunde narradores, mezcla puntos de vista, destroza cualquier sentido del ritmo, compone diálogos cursis... Escribe, en definitiva, horrible. Se nota, además, que es un hombre sin lecturas, porque de ellas algo hubiera aprendido. Sus novelas, auténticos fiascos, trasuntan, eso sí, la originalidad de un tema que interesa (el mundo marginal tucumano) y la verdad de quien auténticamente lo ha vivido y tal vez gozado.
¿Cómo pudo alguien sin el menor talento literario despertar interés?
Preso común, en su época, fue leída por el público de Semanario o Casos policiales, con el pudor y la clandestinidad de una porno. Fue un éxito: Perrone se la creyó y quiso dárselas de escritor. Así surgieron las restantes, que a nadie interesaron, porque nadie quería leer una novela de Perrone, sino que cuente su versión de los hechos, cómo violaron a esas dos jovencitas, cómo los trataron en la cárcel después, cómo arregló el abogado para sacarlos antes de tiempo. (Por cierto: ¿no es Ávila Gallo, el abogado de Perrone, el mismo que patrocinó después a Bussi con su partido?).
La novela ―muy corregida por el editor― resulta un anecdotario tumbero verosímil, salvo por el risible argumento de la Gran Conspiración con que pretende exculparse: todos mienten, incluso dos de sus compinches; la policía se empeñó en perjudicarlos; las chicas se prestaron al estigma de un juicio por violación gratuitamente, iban provocando, eran prostitutas... En fin, hay quien les cree a las víctimas y quien banca a la patota de señoritos. No somos todes iguales.
Razones extraliterarias han llevado a Perrone a la postulación de mito en un país que adora el fracaso y la derrota. Perrone, como un Cristo, se sometió a ella, despilfarró sus bienes y amistades, cayó en la pobreza. El capitalismo cruel y las injusticias del mundo lo empujaron a la marginalidad, sumado al oneroso estipendio de sus festicholas. (Por cierto: ¿qué le impedía a Perrone trabajar, como todo el mundo?).
Nada nos hubiera costado dejar su obra en paz, decir que los militares la destruyeron, que nada de ella se conserva, salvo el imaginario de esas grandes novelas geniales, únicas, gloriosamente desconocidas.
© LA GACETA
Juan Ángel Cabaleiro – Escritor.