“Miguel Ángel es un pianista admirable, pero también un poeta”

Dijo Nadia Boulanger de Estrella. El artista tucumano comenzó a estudiar grande el piano y luego llevó a Tucumán por el mundo.

“Miguel Ángel es un pianista admirable, pero también un poeta”

Madrugada. Abril 7. La luna tucumana se abraza con su gemela parisina en una zamba. El Si menor de una zarabanda de Bach se sienta tal vez ahora en una baranda del Pont Neuf. En el viento de Tafí del Valle. En la calma de Vinará. El Sena está arropando los 85 años de un luchador que entre fusas y corcheas está abriendo las puertas del silencio.

1948. Teatro San Martín. El sentimiento de Chopin estalla en los dedos de la polaca Halina Czerny-Stefanska. El changuito se agita en la butaca. Se pone colorado. Pellizca a Omar, su padre poeta, y le secretea: “Esto quiero ser, tata”. De los gatos y chacareras a Mozart, Beethoven y Liszt. Cada integrante de la familia ahorra unos pesos por mes para que pueda estudiar en Buenos Aires. Termina el Gymnasium Universitario. Rinde libre el Conservatorio porteño. Vive en una pensión. Marta, su novia (luego su esposa), le ha hecho una lista de unas 40 personas que tienen piano, donde él puede practicar. A veces viaja dos horas o más para estudiar una hora en el instrumento de un vecino. Toca en los ingenios azucareros, realiza tareas sociales con el padre Mugica en la Villa 31 de Retiro.

Se perfecciona en París. La famosa pedagoga Nadia Boulanger es su segunda madre. “Un músico nato. Su interpretación se caracteriza por una gran economía, una potencia contenida, un gusto infalible, una autenticidad absoluta y un rechazo del énfasis. Miguel Ángel es un pianista admirable, pero también un poeta”, dice ella de su discípulo y no duda en encabezar con Yehudi Menuhin, el movimiento internacional para pedir su liberación. Ojos vendados. La picana eléctrica bajo las uñas. Días colgado de las manos. Simulacro de cortarle las manos con una sierra. “Nunca más vas a volver a tocar para la negrada”, le gritan los personeros de la dictadura uruguaya.

Tras la liberación, no se cobija en el resentimiento. Crea Música Esperanza, movimiento de derechos humanos dirigido a los niños y a la juventud. Con la colaboración de Julio Cortázar, genera una acción para enviar ayuda a los familiares de desaparecidos de Tucumán.

Toca en el Carnegie Hall y en renombradas salas europeas. Varias veces en el Colón. “Sus manos grandes y poderosas se inclinan sobre el piano como aquellas de un padre sobre la cabeza de sus niños”, escribe Le Monde de la Musique. “El público, de pie, rindió un emocionante homenaje, a este cálido artista, embajador de buena voluntad de la Unesco. ¿El artista debe contentarse con su carrera o debe ser un fermento, un despertador de conciencia, un revolucionario? Este hombre no se oculta detrás del piano, al contrario, lo abre con música y palabras”, apunta el diario “Ouest France”.

Con el Cuarteto Dos Mundos busca abrazar la música académica con lo popular. Francia lo hace Caballero de la Legión de Honor. Varias universidades, entre ellas la de Lovaina y también la UNT, lo condecoran por su tarea artística y humanitaria. Brinda conciertos solidarios para las organizaciones Médicos del Mundo, Cristianos contra la Tortura. En 2002, echa a rodar la Orquesta Árabe Israelí, integrada por 40 jóvenes que muestran que la música es un puente para la paz. Actúan en zonas pobres, en guetos para refugiados, en las cárceles. “Si fuéramos capaces de crear un nuevo humanismo, seríamos más creíbles ante los niños y los jóvenes si les dijéramos: ‘para construir la paz, trabajen contra la violencia y la exclusión. Hagan aquello que el amor al prójimo y la imaginación les inspiren y, sobre todo, trabajen en equipo, escuchándose los unos a los otros y no como un portador solitario de soluciones. El grupo enriquece; el individualismo es reductor y encierra al ser humano en una profunda soledad’”, afirma.

Miguel Ángel Estrella era de esas personas que si se caía se podía morir en cualquier momento porque el corazón le ocupaba todo el cuerpo. Dicen que en la madrugada del jueves parisino, su piano silbó: “en el Aconquija viene clareando, vidita, nunca te’ i de olvidar”.

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