El después será como antes, o peor

El después será como antes, o peor

Cabía esperar que el después fuera mejor que el antes; sin embargo, en el país de la grieta, eso no parece ser posible. Estamos anclados en el pasado, al “antes”. Es porque parte de la dirigencia con responsabilidades de conducción no hace los esfuerzos suficientes para cambiar los modos de hacer política, para modificar las conductas con las que viene manejándose desde antes del atentado a la vicepresidenta; prefiere mantenerse en la comodidad del discurso confrontativo, acusatorio y denigrante del otro. O bien, como lo dicen desde ambas trincheras cuando se refieren al adversario: el discurso del odio. El otro es que odia; la fórmula básica. O como lo mencionó ayer el diputado Negri en la Cámara de Diputados: el violento es el otro.

Y están convencidos de eso: el otro es el culpable de todas las desgracias por las que la Argentina está como está, en una profunda crisis económica y social, con media población atrapada en la pobreza. Conclusión: todos se odian, se acusan. Y también todos son responsables de la realidad. Sin embargo, nadie lo admite, cual si hacerlo implicara menoscabarse o mostrarse débil frente al rival. Demasiado ego y orgullo innecesario. Practicar el “agrietismo” es lo que mejor hacen, donde mejor se desenvuelven, porque es lo más sencillo, un sistema de agrietadores y de agrietados sistémicos.

No saben moverse en otro escenario, no quieren, necesitan la disputa, reniegan del que tienda puentes y genere un espacio para el debate de ideas y para el diálogo político e institucional. Sucumbieron al agrietismo, no tienen el antídoto para superarlo. Se envenenan. Lo peor es que están convencidos de que es el único mecanismo con el que deben conducirse para abrirse paso en el ámbito político y ganar adeptos, o convencerlos de sus verdades parciales; lo nefasto es que sólo suman fanáticos para sus causas. Peligroso para la democracia.

La violencia política no se revela solamente en los discursos de odio, sino en la estrategia elegida para hacer política -la grieta-, donde los discursos son una herramienta más dentro de un combo que puede concluir en la violencia de otrora, cuando para imponer ideas se acudía a las armas y cuando los mensajes no iban en cartas sino en ataúdes. Se tiraban muertos. Los que conducen aparentemente no vislumbran ese peligro en el horizonte, no creerán o no evaluarán que pueden estar agitando esas maneras setentistas de resolver sus entredichos políticos.

Si el intento de asesinato de Cristina Fernández no sirve para llamar a la reflexión en ese sentido, para poner freno a la locura de unos pocos que la alientan, la espiral de decadencia se mantendrá. Tampoco hay la suficiente grandeza como para aceptar las culpas que les corresponden a cada uno por el estado de situación, porque se sigue privilegiando el señalamiento al enemigo y no la autocrítica desde la humildad. Cual si admitir errores fuera un garrafal pecado político, sin advertir que tal vez sea el primer paso para encarar una nueva etapa democrática, mucho mejor.

El intento de magnicidio pudo ser un punto de inflexión -debería serlo- pero, por lo poco que se observó en los dichos y en los gestos de la clase dirigente, se optó por mantenerse en el antes en lugar de dibujar un nuevo después. Nada nuevo y mejor cabe esperar, porque cada lado se encapsuló en sus propias creencias y convicciones; el contínuo choque entre sectores marca el estilo de hacer política; más ahora que están a menos de un año de las primarias y cuando el oficialismo y la oposición han decidido explotar la grieta como método para tratar de imponerse en los comicios.

No se auguran tiempos pacíficos en términos políticos, sino conductas electorales que, seguramente, tendrán en los discursos del odio una herramienta más para hacer proselitismo. Peligroso. A aguardar que lo verbal no se traduzca en hechos graves, violentos, porque la vida en democracia corre el peligro de resentirse, resquebrajarse, de agrietarse. Hay responsables de que eso no ocurra, de ellos depende. Que se hagan cargo, cada uno en su lugar y según sus incumbencias. Y que no le echen la culpa al otro … como antes.

El oficialismo

A partir del acto en la plaza de Mayo en favor de Cristina, el peronismo gobernante parece dispuesto a encarar una nueva etapa; se motivó y no puede desaprovechar el envión que significa la circunstancial unidad de los compañeros detrás del repudio al atentado a la vicepresidenta y, de refilón, para defender al Gobierno nacional.

Antes del jueves por la noche venían con disputas internas -sus propias grietas movimientistas-, con crisis de gabinete y con un país inmerso en dramas económicos y sociales; pero hoy un suceso inesperado le dibuja un escenario insospechado en términos de consecuencias políticas y electorales.

Bien podría haber aprovechado para reforzar la vida en democracia pacificando los ánimos y haciendo un llamado a la concordia nacional, tendiendo puentes. Sin embargo, resolvió mantenerse con las maniobras y los postulados del “antes” antes que pensar en un nuevo “después”, decidió seguir provocando a la oposición, señalándola con dedos acusadores porque creen que son los responsables de las agresiones al peronismo y de alimentar un clima de tensión, anulando así las posibles vías de diálogo que podrían abrirse con los adversarios. El tiempo electoral se acerca, y determina acciones; obliga.

Además, de ambos lados se conocen, juegan con las mismas armas, intuyen los comportamientos del adversario y no se arriesgan a adoptar algún gesto de grandeza; esa es una apuesta de riesgo que no quieren asumir. La ecuación básica sería más vale grieta con efectos conocidos que diálogo con consecuencias imprevistas. Ni se escuchan, y no se quieren escuchar. Y se justifican. No construyen para el bienestar general.

Los opositores

Es lo que pasó ayer en la Cámara Baja, donde el bloque del PRO decidió votar una resolución y abandonar el recinto para no oír los eventuales discursos del oficialismo contra los opositores, los medios y la Justicia. Buena excusa para los propios seguidores, para seguir mostrándose como el espacio opositor más duro y confrontativo con el Frente de Todos,  contra el kirchnerismo. En ese marco es imposible que haya una mesa de diálogo entre macristas y cristinistas; no dan señales de que eso sea factible, menos después de todo lo que han dicho, se siguen diciendo y se dirán en el juego que practican, donde se necesitan para exponerse como diferentes -odiarse, dirían algunos- y para retroalimentarse a partir de la existencia del otro como espacio político.

Los radicales se quedaron en el recinto, a diferencia del PRO. ¿Unos aceptan escuchar al enemigo y otros no? Esas conductas diferenciadas de los socios políticos que componen Juntos por el Cambio anticipan que pueden existir varias alternativas electorales compitiendo en la interna. O aún más, permiten pensar que finalmente haya una fractura entre dialoguistas e intransigentes, o como prefieren identificarse ahora: palomas y halcones. Una postura.

Frente a los acontecimientos políticos posteriores al intento de magnicidio, la unidad del oficialismo -aunque manteniéndose en sus trece respecto de los discursos del odio- y las diferentes posturas de los miembros de Juntos por el Cambio en la Cámara Baja -unos yéndose, otros quedándose, y no unificando un discurso-, muestran más signos de fortaleza política en el oficialismo que en la oposición, o bien más debilidad en la oposición que en el peronismo que gobierna.

Habrá que seguir atentamente el desarrollo de la interna de Juntos por el Cambio para verificar si sobrevienen implicancias electorales conflictivas a partir de esta situación. En ese posible marco, hasta una eventual suspensión de las primarias abiertas puede entrar a terciar en la interna opositora. Vaya por caso, por ejemplo, que la UCR ponga en la balanza su peso específico como expresión política y como estructura partidaria y meritúe la conveniencia de jugar por fuera de JxC antes que tener una interna abierta con el PRO. Hasta puede amenazar con esta posibilidad para presionar a los halcones macristas, que los consideran los palomas de la coalición, por usar conceptos que pueden resultar más elegantes.

En la alianza hay muchos candidatos que se regodean con la posibilidad de llegar al poder en 2023 frente a la debilidad que viene exponiendo el Gobierno nacional. Todos aluden a la derrota del oficialismo como un hecho seguro, reiteran la idea, acicatean con ese final. Sin embargo, si bien no habrá un antes y un después tras el ataque a la vicepresidenta en términos de las conductas confrontativas; sí se vislumbra que puede haberlas en términos electorales. Y si en Juntos puede haber varias fórmulas presidenciales -se mencionan a Macri, a Rodríguez Larreta, a Bullrich, a Vidal, a Morales, a Manes, a Cornejo, a Losada-, en el Frente de Todos ahora el escenario quedó acotado a dos personas: Cristina Fernández -convertida otra vez la gran electora- y Sergio Massa. Si el tigrense acomoda algunas variables económicas, es candidato puesto.

Es que el atentado vino a reacomodar el tablero político y las sensaciones de cada lado, a trastocar la realidad obligando a los principales protagonistas a redefinir sus estrategias de cara al año electoral que se viene, porque se pone en juego el poder. Y algunas variables han cambiado.

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