Una receta para confirmar que hay otro Tucumán posible

AXEL CÓRDOBA AXEL CÓRDOBA

La realidad argentina y la tucumana -en particular- agobian. Cada vez es más claro que existe una disociación que parece irreversible entre las prioridades de los políticos y las de los ciudadanos en un país que se desmorona. Egoísmos, intereses sectoriales o particulares por encima de los colectivos, corrupción, patoterismo discursivo y la irresponsabilidad de seguir alimentando una grieta que no sabemos cuándo va a implosionar son algunas de las dudosas cualidades que hoy engalanan a buena parte de la dirigencia oficialista y opositora (a la de Buenos Aires y también a la de Tucumán). Así, la sociedad navega entre la desesperanza, la apatía -tan peligrosa-, el enojo y la frustración. Mientras tanto, el que puede, apura los trámites de alguna ciudadanía europea e intenta irse antes de terminar desbarrancando del sistema.

A pesar de este panorama, aún es posible hacer algunos ejercicios que reconfortan. O, al menos, que llevan a pensar que los Cayo Bermúdez que se multiplican en la política comarcana como evadidos de la prosa de Vargas Llosa son una minoría poderosa, pero minoría al fin. Una de estas actividades es repasar las historias de algunos tucumanos que demuestran que es posible romper con el statu quo. Seguramente hay muchas, pero vamos a detenernos en una en particular.

Axel Córdoba tiene 25 años, nació, creció y se educó en Graneros, en el sudeste tucumano. Pasó parte de su infancia haciendo experimentos caseros y esa afición, más el hecho de haber terminado sus estudios en una escuela rural, signaron su presente. Preocupado por las deficiencias que padecen los chicos que se educan en zonas desfavorecidas, hace algún tiempo se propuso buscar el modo de mejorar las condiciones en las cuales se enseña ciencia. Esa idea, sumada a otra vinculada con el riego y la sustentabilidad, lo colocaron este año nada menos que entre los 50 mejores estudiantes del mundo.

Axel actualmente vive en Río Negro, junto con sus padres, quienes se mudaron por trabajo, y estudia Geología. Se convirtió en finalista del Global Student Prize 2022 gracias a dos proyectos: por un lado, “Ciencia Cristalina”, que busca crear laboratorios de física y química de bajo presupuesto para escuelas rurales; por el otro, “Hydroplus”, un polvo granular que reduce el uso de agua de riego (absorbe el líquido y lo libera a medida que la planta lo va necesitando).

Hijo de docentes, está convencido de que la educación debe generar oportunidades y enseñar a superar las limitaciones que impone el entorno. A eso apunta con “Ciencia Cristalina”. Cuenta que la idea surgió a partir de una beca que ganó en el prestigioso Instituto Balseiro, en Bariloche, donde lo capacitaron en cristalografía y en crecimiento cristalino. “Ahí recordé lo que yo había vivido en la escuela rural y que es algo que se replica a nivel país: la falta de instrumental necesario para hacer experimentos; pero eso no tiene que ser un limitante”, le cuenta a LA GACETA. Su ejemplo ilusiona: demuestra que aún es posible escapar de los discursos que, disfrazados de falso progresismo, normalizan el conformismo y la mediocridad.

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Uno de los los daños más grandes que le hizo buena parte de la clase política a la Argentina en las últimas dos décadas es haber destruido aquello que se conoce como la “cultura del trabajo”, que no es más que la voluntad por mejorar las condiciones que a uno le tocaron a partir de propio esfuerzo. Y eso es una tragedia de la que sólo podremos salir si nos preocupamos por multiplicar el ejemplo de los cientos o miles de Axel que, a lo largo de toda Argentina, buscan generar transformaciones desde el anonimato de un aula, de un laboratorio, de una oficina, de un claustro o de la calle misma.

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El logro de este chico de Graneros vuelve a poner en valor una máxima de nuestros padres y abuelos: el mérito no se combate, se reconoce, se destaca, se premia. Este es un buen antídoto para neutralizar el mensaje de las patotas culturales que se empeñan en bajar la vara a niveles de decadencia. Por eso quizás sea una buena oportunidad para preguntarnos qué podemos aprender de él. Por ejemplo: ¿qué le enseña su historia a un adolescente que todavía transita las aulas de las escuelas rurales tucumanas? ¿O a los docentes abnegados que recorren decenas de kilómetros para enseñar? ¿O los padres que increpan a los maestros porque desaprobaron a sus hijos? ¿O a alguno de los jóvenes porteños que, envuelto en banderas políticas, toma el colegio e impide el dictado de clases? ¿o a los afiliados a Adiunt, que adhirieron a un nuevo paro en la UNT? ¿O al ministro de Educación y a sus compañeros de gabinete, a quienes a veces la política parece enredárseles demasiado con la gestión?

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Al Global Student Prize 2022 lo ganó el ucraniano Igor Klymenko y entre los 10 finalistas hubo otro argentino, Nicolás Monzón. Pero a esta altura el resultado ya es anecdótico. El hecho de que, entre 7.000 postulantes, un hijo de la escuela pública de un pueblo tucumano haya sido seleccionado como uno de los 50 mejores del mundo dispara mensajes potentes. Repasemos algunos:

1- A pesar de lo devaluada que está, la educación pública sigue siendo el motor de la formación de millones de argentinos. Es, en gran medida, la usina que educa a los actores de cambio que pueden transformar sus entornos.

2- Es imperioso empezar a poner el foco en el interior del interior más allá del calendario electoral.

3- En tiempos tan adversos, es clave desarrollar la capacidad de pensar “fuera de la caja”, de buscarles soluciones creativas a los problemas y de no dar por infranqueables los límites que nos impone el contexto. Esta es quizás una prioridad que los padres vamos a tener que asumir respecto de la educación de nuestros hijos.

Axel, quien aspira a seguir desarrollando sus ideas en los ecosistemas de emprendedores, nos enseña que hay otra Argentina y otro Tucumán posible. Y que tal vez aún estamos a tiempo de soñar con un país distinto, en el que las miserias de la política, la violencia sindical, las escuelas tomadas, las fábricas cerradas y la indigencia creciente -entre otras tragedias- se transformen, con el tiempo, en el recuerdo de todo aquello que no podemos volver a ser nunca más.

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