Hace algunas semanas, durante un asado en Yerba Buena, una mujer de 40 años que porta algunos de los apellidos más ilustres y antiguos de Tucumán, contó muy entusiasmada que ella y sus hermanos habían empezado a tramitar la ciudadanía italiana. Medio en broma, medio en serio remató: “mucha prosapia, mucha tradición, pero todos tenemos algún antepasado ‘tano’ que nos sirve para hacer el trámite”. Más allá de lo trivial, esta anécdota sirve para describir un panorama desolador: buena parte de una generación de argentinos está analizando seriamente la posibilidad de irse del país -si es que no lo hicieron aún.

Vale aclarar que no estamos hablando de profesionales contratados por empresas del exterior que deciden iniciar una carrera en otro país. Nos referimos a jóvenes sub 30 que no creen que Argentina vaya a cambiar la matriz de crisis cíclicas y de deterioro constante. Probablemente muchos llegan a Ezeiza con un título universitario bajo el brazo y con pocas expectativas de volver.

También existe otro grupo, integrado por individuos que tienen menos de 50 años y que no parten solos: con ellos se van sus parejas y sus hijos. Se trata de proyectos de una Argentina trunca que buscan su continuidad en otras tierras. A cuentagotas -y no tanto- se está yendo parte del futuro de nuestro país. Y no hace falta observar la expresión de los abuelos o de los padres que se quedan para entender que estamos ante un fenómeno trágico.

Paraguay

Correrse por un minuto de las posturas políticas es quizás un buen ejercicio que puede ayudarnos a entender este éxodo silencioso. Acá no hay etiquetas ni grietas, lo que se está produciendo es algo más horizontal: las ganas de proyectar la vida en algún lugar menos incierto que la Argentina de hoy no sabe de ideologías ni de militancia. Solo de ilusiones, proyectos y despedidas. Como los migrantes que imaginó Tizón en la novela “Luz de las crueles provincias”, pero al revés.

Si no, hay que mirar lo que sucede con Paraguay. A diferencia de Uruguay, donde buscan radicarse en su mayoría argentinos de alto poder adquisitivo y que, posiblemente, ya tienen propiedades allá, Asunción parece haberse convertido en la meta de profesionales relativamente jóvenes (el abanico es enorme: del campo a la tecnología pasando por emprendedores de diversos rubros) que aspiran a hallar la estabilidad que acá no encuentran. El fin de semana, durante una comida, un ingeniero agrónomo tucumano que ya está tramitando la residencia y que se irá a vender agroquímicos a ese país contaba (palabras más palabras menos) que los paraguayos le dicen: “hasta hace poco éramos nosotros los que cruzábamos la frontera; ahora son ustedes los que están viniendo y no estamos preparados para recibirlos a todos”. Parece el epitafio de una Argentina que ya no es.

Hay datos concretos que muestran la magnitud del fenómeno. Hasta hace no demasiado tiempo, aquellos que planificaban instalarse en Italia para gestionar la ciudadanía (proceso más rápido que el que se realiza desde acá) calculaban que, si todo salía bien, podían obtener los documentos en un plazo de entre tres y cuatro meses. Hoy, el tiempo de espera ronda los seis. Uno de los motivos -entre otros, claro- es que aumentó la cantidad de trámites iniciados (es decir, de argentinos que se fueron hacia allá) y eso genera cuellos de botella.

Al mismo tiempo, en los consulados españoles que funcionan en Argentina calculan que es posible que más de 60.000 personas intenten iniciar el trámite por la nueva “ley de nietos” que promete favorecer a miles de argentinos, aunque todavía no están muy claros algunos detalles (por ejemplo, la norma habla de descendientes de exiliados y aún resta definir cuál es el alcance de ese concepto). Si bien encarar una gestión burocrática no quiere decir que ese individuo vaya a emigrar indefectiblemente, es una señal: hay muchas personas que seguramente están pensando en dejarles a sus hijos o a sus nietos un salvoconducto que les permita buscar los horizontes que ellos ya no perseguirán.

Acróbatas sin público

No es difícil determinar las motivaciones que están empujando este éxodo minucioso e imparable. Se las puede hallar en ese circo vacío de la política, donde los acróbatas y los trapecistas siguen haciendo piruetas aunque el público se haya retirado (potente imagen usada por Carlos Pagni en su columna de este lunes para describir la relación entre los dirigentes y la sociedad, representada en esos espectadores ausentes). También está en la certeza de que nos hemos degradado tanto que las mafias han terminado de copar casi todos los espacios de poder y que cambiar el statu quo parece difícil o imposible. Habrá también quien diga que “está en los genes”: el razonamiento de una persona de 40 años podría ser “si el abuelo padeció y sobrevivió numerosas crisis económicas, si a papá le pasó lo mismo, si yo ya llevo unas cuantas encima (hiperinflación, 2001 y la actual, por nombrar solo las más graves) ¿quién me puede garantizar que las cosas finalmente van a cambiar? ¿Quién me puede asegurar que mis hijos no van a volver a repetir este patrón empobrecedor y frustrante? ¿De qué sirven los estudios, el esfuerzo y el mérito si no llego a fin de mes? ¿Si tengo amigos que, a pesar del título universitario, están cobrando casi por debajo de la línea de la pobreza? ¿Si me tengo que sentar a hacer números porque no sé si puedo seguir pagando la cuota del colegio de mis hijos, o las clases de inglés, o el club?” Y ni hablar de aquellos que están en la informalidad o de los que se quedaron sin trabajo durante la pandemia (y la cuarentena atroz e ilógica que impuso el Gobierno argentino).

La Argentina que recibió a los abuelos o a los bisabuelos hoy está expulsando a sus nietos. La diferencia es que los primeros llegaron a un país del que sabían poco y en el que estaba casi todo por hacerse mientras que los migrantes del siglo XXI pueden recurrir a tutoriales en YouTube para asesorarse antes del viaje y hasta quizás hayan sido turistas en esos mismos destinos en los que ahora se juegan el porvenir de sus hijos. Son las paradojas de un tiempo triste.

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Hace algunos meses, en este mismo espacio, contamos la historia de Andrés Ernesto, quien pasa sus días en una ciudad del norte de Italia. Se trata de un emprendedor jujeño que en los últimos dos años manejó una pizzería “clandestina”, la misma en la que alguna vez recibió clientes con mesas en la calle, pero a la que trasladó a la cocina de la casa de su mamá para eludir la maraña de tributos y coimas que le devoraban la rentabilidad. Cansado de esta situación, partió a Europa para intentar obtener la ciudadanía y comenzar una vida nueva. Allí está aún, esperando que avance un trámite lento y complejo que le va dejando varias enseñanzas. Vamos a enumerar algunas; tal vez haya alguien a quien le sirvan:

- YouTube es un buen aliado: allí hay tutoriales que explican el paso a paso de los trámites, qué papeles se necesitan y cómo gestionarlos. También es bueno recurrir al consejo de quienes ya hayan emigrado. De hecho, algunos brindan servicios de asesoramiento on line (pagos) para quienes están madurando la idea de partir.

- Aquellos que están dispuestos a instalarse en Italia para solicitar la ciudadanía deben saber que la elección de la ciudad en la que se va a presentar la carpeta es clave: algunas están más preparadas que otras. Y eso va desde una mejor gestión del trámite hasta las posibilidades de alquilar un sitio para vivir. Este último es un requisito muy importante para iniciar el proceso. Allá no valen los Airbnb o los hostels. Por eso es indispensable prestarle atención. Si no lo hacemos, podemos poner en riesgo todo el proceso; www.subito.it/ e www.idealista.it son dos sitios muy usados para buscar inmuebles.

- En Europa es posible conseguir trabajo con relativa facilidad, pero hay que moderar las pretensiones. Si un diseñador gráfico argentino (por nombrar un trabajo; podría ser cualquier otro) pretende dedicarse a su especialidad ni bien se baja del avión es posible que se frustre. Hay que apuntar a los oficios que los locales quizás no están dispuestos a hacer.

- Fuera de España, el conocimiento del idioma es capital. Y acá hay que saber manejar las emociones: es probable que los argentinos recién llegados busquen relacionarse con compatriotas e integrarse a sus comunidades. Está muy bien. Seguramente nos sentiremos arropados en tierra ajena. Pero la relación con los locales es la que más puertas puede abrir.

- Aún no está claro qué medidas tomará Georgia Meloni, la ganadora de las últimas elecciones en Italia, respecto de los inmigrantes. Si bien su discurso es duro, especialmente con aquellos que llegan en forma ilegal desde África, entre otros lugares, quienes se encuentran allí tramitando la ciudadanía creen que no se modificarán las políticas que se aplican con los argentinos. Sólo el tiempo lo dirá.

- Las viralizadas historias de argentinos que dejaron todo para encontrar el éxito en otro país pueden ser verídicas, pero suelen ocultar lo más complejo del proceso: el dolor del adiós, la angustia que causa lo desconocido, el imborrable temor de haber tomado la decisión equivocada, el peso de la soledad, de los atardeceres en tierra ajena, el silencio de una habitación solitaria, el sabor ácido de un trabajo que no nos gusta, el miedo a no volver más. Y acá está la clave: por más que vivamos en un país que expulsa, nunca hay que olvidar que emigrar tiene un lado B. Ponerlo en la balanza seguramente ayudará a tomar la decisión adecuada.

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