Jóvenes desencantados: qué hay detrás del slogan “la única salida es Ezeiza”

Tienen menos de 30 años y comparten la angustia de no poder proyectar un futuro. Definen a la Argentina con tres palabras: crisis, pobreza y corrupción, según un estudio realizado en la facultad de Psicología de la UNT. Una franja etaria fundamental.

CON EL FUTURO EN OTRO PAÍS. Siete de cada 10 jóvenes argentinos preferirían abandonar la Argentina. CON EL FUTURO EN OTRO PAÍS. Siete de cada 10 jóvenes argentinos preferirían abandonar la Argentina.

Crisis, pobreza y corrupción. Con esas tres palabras definen a la Argentina. Dentro de cinco años se ven estudiando o trabajando en otro lugar del mundo. Las razones: “porque el país te desalienta a crecer”, “porque acá no hay futuro”, “porque es inestable”.

Estas son algunas de las sensaciones que tienen los jóvenes cuando se les pregunta por la situación del país, de acuerdo al estudio “La cultura juvenil: el discurso de los jóvenes que nos interpela en la época actual”, que realizaron en la Facultad de Psicología de la UNT.

“Con esta investigación, nos propusimos explorar la situación de los jóvenes, de 17 a 30 años, a través de los discursos: qué es lo que dicen, lo que hablan, lo que actúan. Consideramos que es una franja etaria fundamental para el futuro democrático del país. Hablamos de futuro, y lo primero que nos preocupa es el alto porcentaje de jóvenes que quieren emigrar del país”,  Mariela Ventura, doctora en Psicología, profesora de la UNT e investigadora.

Precisamente en el estudio se citan sondeos en los cuales queda en evidencia la intención de los jóvenes de irse; entre ellos uno de la Universidad Argentina de la Empresa (UADE), el cual arrojó que el 75% de los encuestados evaluó la posibilidad de abandonar la Argentina.

Según el trabajo de la UNT, del análisis del discurso de los jóvenes se desprende que el desencanto radica en que ven al país como “economía en ruinas”, “pésimos mandatarios”, “inseguridad”, “tristeza por lo que pasamos”, “inestable”, “malo” y “devaluado”.

Pesimistas

Aldana Campos Córdoba, de 24 años, se considera parte de esta generación de “desencantados”. “Es muy difícil poder proyectarse en la Argentina por los constantes cambios que vivimos. Invertir y emprender es una tarea que se vuelve cada vez más desafiante, e incluso encontrar un trabajo también lo es. En mi caso, veo mis proyectos y sueños alejados del país, más que nada por cuestiones de seguridad y estabilidad. Quisiera poder recorrer el mundo mientras trabajo y no tener que preocuparme por la inflación, la inseguridad, etcétera”, expresa la joven, que el año pasado se recibió de licenciada en Administración de Empresas y está trabajando en forma remota para una firma.

“Los jóvenes nos sentimos desilusionados con el futuro del país. Dentro de la inestabilidad económica, el tener una moneda devaluada y la pérdida del poder adquisitivo, nos lleva a pensar que el día de mañana es casi imposible adquirir un bien propio, ya sea una vivienda o un auto; también es difícil ahorrar, si bien muchos no pueden hacerlo, otra gran parte decide no hacerlo porque la inflación es mayor a lo que se puede ganar ahorrando. La inseguridad creciente es otro factor, cada día estamos más expuestos a asaltos y demás. Y por último, es muy difícil poder planificar algo si hay incertidumbre, tanto política como económica”, resume.

Aldana, al igual que muchos de los jóvenes que tienen menos de 30 años, eran chicos cuando  ocurrió la crisis de 2001. Crecieron en un contexto económico inflacionario y hoy muchos comparten la angustia de no poder proyectar un futuro. Por eso, entre otras razones, son pesimistas y viven el día a día sin demasiadas perspectivas. Las cosas que antes eran básicas y aparecían en los planes de cualquier joven, como acceder a la educación, una casa o un vehículo, hoy las ven como un lujo.

De hecho, el último censo ha mostrado que desde hace dos décadas cada vez menos argentinos pueden fantasear con la idea de la vivienda propia. Según el censo 2022, en la actualidad, uno de cada tres hogares (el 34,5%) no tiene vivienda propia.  

En una encrucijada

Para Nicolás Arroyo, de 27 años, el desencanto tiene que ver con un discurso avalado por la realidad de la Argentina: “nos transmiten un estilo de vida, y más específicamente una capacidad económica que en el país hoy no es posible. Sumado al eslogan encantador de ‘la única salida es Ezeiza’”.

Reconoce que en relación a sus proyectos y sueños, se encuentra en una encrucijada. “Trabajo en un emprendimiento familiar del cual me hago cargo. Las disparidades de los precios, el estilo de vida que acostumbro tener y la situación del país hacen que sienta que no la estoy pasando mal pero tampoco estoy progresando como quiero. Alquilar un departamento es casi imposible; sin embargo, mantengo un auto. Unas zapatillas están arriba de 50 lucas (SIC) y dudo en comprarlas. Pero mínimo dos veces a la semana salgo a tomar un café o a cenar”, confiesa.

Arroyo siente que muchos de los jóvenes como él están en una posición cómoda, en la cual pequeños cambios ya no están siendo suficientes, aunque quisieran un panorama más claro hacia el futuro. “No nos basta con discursos políticos y promesas. Queremos sentir que si alquilamos, empezamos un emprendimiento, o estudiamos, no vamos a tener que estar haciendo malabares solo para vivir. Queremos certezas”, exclama.

Llegar a fin de mes

Maira Garay, de 28 años, es licenciada en Comunicación Social y hasta hace poco tenía un emprendimiento. Pero tuvo que abandonarlo. “Siento que la situación política y económica del país no nos permite crecer. Como emprendedora, me costaba sacar un crédito. No es fácil acceder y eso te va desmotivando. No te queda otra que trabajar para alguien por un sueldo fijo y así poder, con suerte, llegar a fin de mes. Uno siente que se va quedando cada vez más estancado”, lamenta la joven, que actualmente está trabajando en el área de administración de un instituto terciario que tiene su padre.

“Todo está cada vez más caro; las cosas se complican. En el país no hay mucha salida para el que quiere tener un proyecto independiente. Tengo que estar encerrada en una oficina y no estoy haciendo lo que quisiera”, apunta.

Para Sebastián Carrera, lo único bueno de ser joven es que uno aprende todos los días cómo lucharla de diferentes maneras. “Rogás no cansarte. Porque en este país trabajás y emprendés muchísimo, y parece que tiraste detergente en el piso y te pusiste a caminar. Te mantenés como podés, pero no avanzás”, compara.

Sebastián tiene un emprendimiento de ropa en un showroom y está en pareja. Quería irse del país, pero días antes de comprar los pasajes a España vino la pandemia y sus planes se frustraron. Aunque admite que todavía no abandona ese sueño.

“Los días se convirtieron en ‘vivimos para trabajar’. Ya ni siquiera salgo de vacaciones. Lo bueno es que dejé de fumar porque no podía solventar los gastos en cigarrillos. Con mi pareja, cuando tenemos una semana linda de ventas, nos damos el gusto de salir a comer afuera y romper la dieta”, describe.

Campos Córdoba, Arroyo, Garay y Carrera son parte de una generación que cuestiona el viejo paradigma de tener un solo trabajo para toda la vida, donde el futuro estaba asegurado y era prometedor.

Punto de vista

Desesperanza

Por Gabriela Abad - Psicoanalista

Asistimos a un tiempo en el que se instalan temas como la desesperanza de los jóvenes en la Argentina y con un exceso de omnipotencia se pretende dar una respuesta. Frente a cuestiones tan complejas y sobre todo que admiten múltiples lecturas, no quisiera apresurarme y cerrar la pregunta, solo pretendo pensar y abrir nuevos interrogantes.

Primero, no podemos desconocer las marcas de la época en nuestros jóvenes, entre las que se cuentan la necesidad de las respuestas inmediatas, los estándares de éxitos ligados al consumo y al mercado. Por otro lado, los mandatos sociales que los atraviesan según los cuales hay que disfrutar, gozar de todo, exprimir el tiempo y por sobre todo ser feliz, como si esto se resolviera con la facilidad de adquirir una mercancía. Obviamente, esto tiñe a la sociedad toda, pero las nuevas generaciones son sus destinatarios primeros. Frente a semejantes imperativos, que para sumar dificultad, desconocen o menosprecian los tiempos que lleva a un sujeto encontrar aquello que le da chispazos de felicidad, cuales son los proyectos en los que se siente deseoso o motivado e incluso también comprender que el camino hacia lo que anhelamos es sinuoso y con dificultad.

En los consultorios escuchamos a chicos y chicas que creen que deben tener las respuestas cuando aún no pudieron formularse la pregunta. Pero la sociedad no otorga ese crédito que supone el tiempo de espera, la escucha, la interlocución. Pocos son los que pueden escuchar, actuar, por momentos sancionar y así contener la angustia y la desesperanza. Cuántas veces necesitan alguien que los pare a tiempo en esa frenética carrera, pero claro, hay pocos adultos dispuestos a ejercer esa función tan comprometida.

Si a este estado de cosas le sumamos un contexto político, económico y social de crisis, entendemos que las respuestas que se buscan también sostienen el modelo que imponen los tiempos, salidas rápidas, mágicas, mesiánicas. ¡Hay un lugar en el mundo donde están todas las salidas! Y se cuentan historia en las que el dinero y buena vida abundan.

Nuestros jóvenes quieren viajar, conocer, abrir horizontes y es algo muy propio de la época, la globalización y la real posibilidad de hacerlo. Pero es una mítica de nuestros tiempos, que eso le da el pasaporte a la felicidad y la salida a su desesperanza. Incluso es delicado alentar indiscriminadamente estos escapes rápidos y sin las herramientas necesarias, porque puede producir lo contrario, la angustia se redobla y el malestar inunda.

Por otro lado, también vemos a las familias, que frente a la dificultad para encontrar trabajo de sus retoños, o en muchos casos en los que sus trabajos no son sustentables, alientan que todos queden cómodos con el calor hogareño por un tiempo indiscriminado. Tampoco esta es la salida. Caso por caso y acompañando el encuentro de sus proyectos, sin que esto se convierta en una trampa que obstaculice el vuelo.

Trabajo de investigación

“Los jóvenes necesitan sentirse incluidos, valorados y escuchados”, sostiene una psicóloga

Son el grupo etario y social más pesimista respecto al porvenir. Tienen menos de 30 años, son nativos digitales y vivieron diversos fenómenos que sacudieron al mundo. Para conocer a fondo cómo piensan y analizar el discurso que tienen, a fines del año pasado se hizo la investigación llamada “La cultura juvenil: el discurso de los jóvenes que nos interpela en la época actual”.

“Nos preocupa la cantidad de jóvenes que quiere irse del país, y enlazado con esto, la cuestión de los ideales, y la función de autoridad (los padres, gobernantes, maestros, etcétera.). Para ello, se hizo un cuestionario ad hoc del tipo Google Form, que fue aplicado a 78 estudiantes jóvenes de universidades privadas y públicas, de la Facultad de Psicología de la UNT y de la Universidad Católica de Santiago del Estero (UCSE)”, describió Mariela Ventura (foto), doctora en Psicología, profesora de la UNT e investigadora que dirigió este estudio. Entre las conclusiones del trabajo, la especialista sostiene que desde lo psicosocial, se puede entender esta manifestación juvenil desencantada como portavoz de la falta de espacios que los incluyan y prevean su porvenir.

“El debilitamiento de los mecanismos de integración tradicional (la escuela y el trabajo, centralmente) sumado a la crisis estructural y el descrédito de las instituciones políticas genera, una problemática compleja en la que parece ganar terreno la desesperanza”, remarca la experta.

“Desde esta perspectiva, podemos comprender esta manifestación juvenil actual de escape, de desencanto, e incluso del consumo de sustancias, como un síntoma resonante de exclusión”, evalúa la profesional, y sostiene que es fundamental que el país cuide sus recursos para el futuro.

“Nos preocupa que se quieran ir a otro país porque nosotros estamos formando jóvenes en nuestras universidades para que sean recursos humanos útiles para nuestra sociedad y son recursos que emigran hacia otros países”, señala.

“Este fenómeno de emigración de jóvenes argentinos es complejo y puede tener múltiples causas. Algunos de los factores mencionados en las encuestas también fueron la falta de confianza en los gobernantes, la corrupción y la pérdida de valores. Son problemas que han existido en diferentes momentos y contextos en la Argentina. Estos factores pueden generar desilusión y descontento en la población, especialmente en los jóvenes que buscan oportunidades y un futuro prometedor. Algunos especialistas podrían argumentar que la emigración de jóvenes también puede estar relacionada con la búsqueda de mejores oportunidades laborales, la inestabilidad económica, la falta de políticas públicas que fomenten el desarrollo y el desencanto con el sistema educativo. Estos factores económicos y sociales pueden influir en la decisión de los jóvenes de buscar oportunidades fuera del país”, explica.

Y aclara, por otro lado, que la emigración de jóvenes no es exclusiva de la Argentina, sino que puede ser un fenómeno global. Muchas veces, buscan nuevas experiencias, ampliar sus horizontes y acceder a oportunidades que consideran limitadas en su país de origen, remarca.

Sobre todo, según Ventura, los jóvenes necesitan sentirse valorados, escuchados y pertenecientes a un mundo que los incluye, pero desde los ideales. “Ellos están necesitando creer y sentir que podemos ser mejores en el país. Por eso debemos recuperar los valores, recuperar la cuestión del mérito, que muchas veces se lo puso entre comillas, saber que el que estudia va a llegar realmente, que su carrera puede ser redituable. Tenemos que motivar a los jóvenes para que puedan integrarse, quedarse en la Argentina, que encuentren trabajo, que no sientan que el futuro es algo vacío”, concluye.

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