Rodríguez Larreta, pragmático o iluso, entre leales y traidores

Rodríguez Larreta, pragmático o iluso, entre leales y traidores

Pragmático, optimista, iluso o ingenuo, ¿Qué mote le cabe a Horacio Rodríguez Larreta cuando descuenta que la unidad de Juntos por el Cambio en Tucumán está asegurada? O es adivino o bien maneja información privilegiada; o tal vez confía en el peso y la posible influencia que pueda tener su opinión. Posiblemente sólo se limita a exponer la obvia necesidad política del espacio para convertirse en alternativa de poder en la provincia; la que por cierto deben garantizar centralmente los dirigentes opositores de la provincia. Porque es imposible que el porteño desconozca que entre los principales referentes de la coalición reina la desconfianza, que hay algunos dispuestos a romper el frente -“hay loquitos que trabajan en esa línea”, confiesan algunos en estricto off- y que hay quienes sólo piensan en salvar sus ropas aun a costa de sacrificar el cuero de uno que otro correligionario.

Es un secreto a voces que en el radicalismo es donde la situación es más conflictiva por los múltiples intereses en juego y, sobre todo, por las aspiraciones y las ambiciones personales. Se cruzan, chocan y confrontan. Rodríguez Larreta debe estar en conocimiento de esta realidad pues debe tener muchos vasos comunicantes y correveidiles que lo mantendrán al tanto de las enormes dificultades locales por encontrar los denominadores comunes que fortalezcan a la coalición.

En ese marco dejó tres definiciones tras su paso por la provincia en clave peronista, tal vez recordando sus antiguas simpatías por el movimiento: la unidad es una premisa para el equipo nacional, el respaldo a la candidatura a gobernador de Germán Alfaro -lo que en parte implica bajar al barro y jugarse por un dirigente- y que la forma en que dirimirán las postulaciones en la coalición la definirán sólo los tucumanos.

Es pragmático al subrayar la unidad como instrumento indispensable de consolidación de un proyecto de poder, pero lo es más también al avalar a un intendente que conduce el municipio más importante de la provincia, donde reside casi la mitad de los tucumanos y, por ende, donde hay una cifra significativa de votantes que le viene dando la espalda al oficialismo en las últimas elecciones. Y es pragmático porque Alfaro tiene territorio y recursos institucionales como para apuntalar a su candidatura presidencial y porque debe conocer -como refieren desde el alfarismo, en tono desafiante- que el intendente de la Capital ya cuenta con candidatos para poner en todos los municipios -el de la Capital lo estaría evaluando, en cuanto a perfil y pertenencia política- y en las 93 comunas. “Hizo un trabajo silencioso y de pinzas”, refiere un colaborador que se ufana de haberlo apodado “El zorro del desierto”.

Para el hombre de la CABA, por más que elogie la gestión del intendente, la Capital le ofrece adhesiones para pelearle eventualmente la candidatura a Macri si es que este se presenta para competir en una interna abierta, ya sea como aspirante a la presidencia o secundando a Patricia Bullrich haciendo la “Gran Cristina”. Recuérdese que en 2015, Alfaro votó a Daniel Scioli en lugar de al líder del PRO; no simpatiza con Macri tanto como no simpatiza con Macri el gobernador de Jujuy, el radical Gerardo Morales. En ese aspecto el tucumano y el mandatario jujeño tienen un punto en común, pero también un aspecto los aleja: en la última reunión de la UCR, para recordar el triunfo de Raúl Alfonsín en 1983, Morales presentó a Roberto Sánchez como el candidato del radicalismo en Tucumán.

Es natural que Rodríguez Larreta -en función de su pragmatismo- apuntale a Alfaro, tanto como que Morales avale al concepcionense por la identificación partidaria, aunque tal vez recuerde que el diputado nacional radical en agosto último se fotografió con Macri y Bullrich, sus eventuales competidores en las PASO, si es que el oficialismo parlamentario no las elimina. Por ahora, ni Rodríguez Larreta ni el jujeño van a inmiscuirse en la discusión por el método a elegir localmente en Juntos por el Cambio para dirimir las candidaturas, pero sí podrían llegar a hacer “sugerencias” o dar tirones de orejas para encolumnar a los individualistas detrás del mismo proyecto de poder.

A los dos referentes nacionales les interesa sobremanera que en Tucumán la oposición no se fracture porque, posiblemente, integren una misma fórmula presidencial y nada mejor para unas primarias abiertas que un espacio unido detrás de ellos. En Tucumán, Macri no hizo pie ni tiene referentes de fuerte proyección territorial. En eso va detrás del hombre de la CABA y del norteño, que ya bajaron varias veces a Tucumán, porque ven una oportunidad de triunfo opositor en la provincia; y sólo la misma oposición puede destruir esa chance si sus dirigentes anteponen sus ambiciones personales; si los intereses personales pesan más que la necesaria vocación de poder como espacio opositor.

En el alfarismo las cosas parecen estar más claras que en el radicalismo: el PJS tiene un líder, lo siguen y no lo desautorizan o tratan de influenciarlo para hacer tal o cual cosa. Ahí hay un verticalismo consensuado -como supo decir un ex gobernador de los ‘90-, uno conduce y el resto le sigue los pasos. Alfaro teje pacientemente alianzas y parece aspirar a que la Municipalidad de la Capital no sea una fortaleza de características hereditarias sino un bastión que sostenga su aspiración de llegar a la Casa de Gobierno; es decir que le sirva a un propósito mayor, aun a costa de proponer a alguien que no sea de su espacio para que lo suceda en la ciudad y refuerce, por su perfil, sus aspiraciones de llegar a la Casa de Gobierno. Es decir que le sume votos y no que le corten la boleta. ¿Ricardo Bussi o algún otro tapadito?

Cualquiera sea la definición seguramente incidirá la manera en que se desarrollen las negociaciones con el radicalismo, con Sánchez y con todos los que se arrogan representatividades en el partido de Alem. Es entre los correligionarios donde surgen las dudas, porque todos se señalan, se acusan de jugar para el Gobierno, se miran con desconfianza, anteponen sus intereses personales y -como se dice en las filas radicales, cual secreto a voces- sólo quieren quedarse con la Capital y no esforzarse por ganar la provincia en 2023, sino en 2027.

Hay correligionarios que estiman que acceder a la Capital implicaría un trampolín hacia la gobernación, pero dentro de cinco años. Esta situación es la que genera serias dudas en el PJS. Sólo quieren ser legisladores, armar un acople radical o integrar la lista oficial de Juntos por el Cambio; son algunos de los señalamientos que se hacen sobre los socios de ruta.

Frente a este panorama cabría pensar que Rodríguez Larreta es ingenuo cuando asegura que habrá unidad en Juntos por el Cambio, porque los indicios se vuelcan más por el lado de la ruptura final más que por la consolidación del espacio opositor. El viernes, en la cena de Federalismo y Libertad, en la misma mesa se sentaron el jefe de Gobierno de la CABA, Alfaro y Sánchez, y luego hubo un abrazo del radical y del peronista del PJS. Fue un saludo de caballeros más que un gesto político destinado a alimentar el sueño de que van a terminar finalmente juntos en una misma boleta electoral. Ese camino es largo. Todavía no pueden ni siquiera resolver cómo se elegirán a los postulantes, si es por encuesta, si es por consenso o por interna cerrada.

Hay quienes apuestan a consolidar una propuesta común con la mayor cantidad de fuerzas opositoras -porque entienden que es la única manera de ofrecer una opción de poder con chances de acceder al Gobierno-, pero al no acordar el mecanismo para dirimir las postulaciones ejecutivas todo se pospone. Y complica un posible pacto porque las fechas del cronograma corren, y entrampan a los opositores a consensuar bajo la presión del tiempo electoral que avanza.

Alfaro ya definió que este mes lanza su candidatura a gobernador; Sánchez, por su lado, se reunirá mañana con los suyos para resolver cuándo hace oficial su postulación y de qué manera. O bien, para diagramar cuales serán los pasos a seguir para no romper la coalición y mantenerla unida, como pretende Rodríguez Larreta, o como la necesita. Él puede plantear la necesidad de la unidad, exponer su pragmatismo, pero en Tucumán hay demasiadas variables, demasiados intereses contrapuestos y hasta jugadores externos que también hacen su parte para que finalmente la coalición termine dividida y, por la tanto, debilitada en sus ofertas electorales para el año próximo. Jaldo y Manzur saben todo lo que pasa aquí dentro, desliza una persona conocedora de todo lo que pasa en el radicalismo.

La observación es clara: entre los propios hay desleales que están pateando en contra. O traidores que juegan para el enemigo. Las acusaciones tienen nombres y apellidos, y son mencionados por los correligionarios, también en un cauto off.

Comentarios