LA GACETA en Qatar: La Scaloneta que unió al país y lo embanderó en torno a una ilusión

La Argentina de Messi juega los octavos de final impulsada por su fútbol y sostenida por un respaldo sin grietas.

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Quienes afirman que el verdadero Mundial empieza en los octavos de final podrían consultar a alemanes, belgas o ecuatorianos qué opinan del tema. No, el Mundial se juega desde el minuto uno del partido debut, cada instante cuenta, cada jugada es determinante. Si lo sabrá Argentina, llena de dudas tras la impensada derrota a manos de los árabes y liberada al cabo de 90 minutos excepcionales contra Polonia. La Copa es un subibaja de emociones futboleras, cada paso adelante se celebra como se debe. Equipos grandes, jugadores rutilantes, candidatos frustrados… Varios ya se marcharon de Qatar y antes de los duelos eliminatorios, esos a los que se adjudica la condición de “verdadero Mundial”. Una falacia.

Aquí está la Selección entonces. Ganando el grupo, como se conjeturaba apenas concluyó el sorteo, pero con susto mediante. Fue el mejor de la zona a pesar de lo mal que jugó contra Arabia y de lo mucho que le costó destrabar el partido con México. A partir de aquel gol de Messi el click mental habilitó el click en el juego, y el miércoles pasado fue la Scaloneta que decenas de miles de argentinos vinieron a ver a Doha. Ese equipo dominante, seguro de sí mismo, ambicioso y, por fin, efectivo. El fútbol que fluyó contra el adversario -en teoría- más calificado de la primera fase, una Polonia que terminó apabullada, es la carta de presentación para el mano a mano con Australia.

Se viene un sábado de parálisis absoluta en Argentina. Promete ser una vigilia de asados, juntadas, cábalas, abrazos entre amigos o en familia. De camisetas albicelestes atornilladas frente al televisor. La misma sensación se palpa por estas horas en Doha. La gente está movilizada, haciendo planes para esperar el partido. Los que no consiguieron entradas se sumergen en el mercado negro de la reventa, en procura del ticket que abra la puerta del paraíso. Hay quienes llegan a pagar 1.000 dólares. Es el ritual mundialista que nos identifica, aquí y allá. La Selección consigue unirnos, superar las grietas, transmitir felicidad, exigirles una tregua a los antagonismos. Teniendo en cuenta la realidad nacional, abarrotada desde hace años de tanta carga negativa, el fútbol proporciona un oasis. Por eso tanta ansiedad y tanta ilusión.

Es impresionante cómo influye el resultado de un partido mundialista en el ánimo colectivo. La derrota en el debut provocó una suerte de duelo, tan potente que hasta se percibió a miles de kilómetros de distancia. Luego, la ciclotimia argentina hizo de las suyas y viajó hacia el polo positivo por obra y gracia de una brillante actuación del equipo. Es la vida sin término medio. La gloria o Devoto. Pedir a esta altura que el partido con Australia se tome de otra manera sería inútil; será una explosión de júbilo popular o una caída al pozo de la depresión. Parece no haber margen para vivir el fútbol de otra manera; somos así. Entonces, que fluya la alegría. Se trata del deseo más poderoso pensando en lo que viene.

Es mucho lo que este plantel viene transmitiendo, por eso la ilusión está plenamente justificada. La conquista de la Copa América quebró casi 30 años de frustraciones; toda una generación que nunca había visto a Argentina campeón. Después vinieron la “finalissima” con goleada a Italia y la extensión de un invicto que estuvo a punto de ser récord. Mucha gente se identificó a tal extremo con la Scaloneta que en medio de una crisis económica hizo malabares para llegar a la exótica Qatar. Otros -la mayoría, seguramente- se quedaron con las ganas, aprisionados entre el dólar y la pared. Todos sienten que el equipo los representa y de allí semejante nivel de expectativa. Ojalá que el resultado de un partido, con los infinitos imponderables que encierra, no modifique ese sentir popular. La Selección es una bandera y tiene mucho para dar en los años venideros. Hay materia prima futbolera, organizativa y espiritual para rato.

“Si perdimos con Arabia, ¿por qué no podemos perder con Australia?” La pregunta se reitera por estas horas en Qatar y es comprensible. El primero que advierte sobre estos escenarios posibles es el propio Lionel Scaloni. En cada declaración el entrenador reitera un concepto tan simple como irrefutable: es fútbol. Era fútbol en la previa contra los árabes, 11 contra 11. “Son partidos”, apunta el entrenador. De todos modos, la diferencia de potencial entre ambos equipo es notoria. El favoritismo de la Selección es claro por rendimiento colectivo, por calidad de jugadores y, por supuesto, desde una historia que nunca deja de pesar. Podrá decirse que Alemania también tiene historia -es tetracampeona mundial- y no le alcanzó para seguir en carrera. Pero a la vez es evidente que, por presente y nivel de juego, se trata de realidades incomparables.

Aquí está la Selección, donde se la esperaba, donde tenía que estar. Con las figuras consolidadas y las que emergen, con el envión de la excelente producción contra los polacos. Con la certeza de saber lo que quiere en la cancha. Contra un rival aguerrido, que va por un batacazo resonante. Con el respaldo de un país que siente el fútbol en el alma y, con derecho, se aferra a esta ilusión. Con Messi. Argentina, es la hora.

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