TODO UN SÍMBOLO. El barbijo representó el miedo de la humanidad a lo desconocido.  TODO UN SÍMBOLO. El barbijo representó el miedo de la humanidad a lo desconocido. LA GACETA / FOTO DE ANALÍA JARAMILLO

Y un día nos tocó despedirnos del barbijo. Después de dos años y medio, el Ministerio de Salud puso fin al uso obligatorio del tapaboca, el 21 de septiembre de 2022.

Le decíamos adiós a ese símbolo físico, tangible, de una pandemia que vino a ponerlo todo patas arriba. La noticia generó emociones encontradas en muchas personas. Era algo que estábamos esperando con ansiedad. Sin embargo, salir a la calle sin la mascarilla se sentía como estar desprotegidos.

Nos despedíamos de ese pedacito de tela, pero no de todos los golpes que habíamos vivido desde marzo de 2020, cuando el tapaboca salió de los quirófanos y empezó a inundar cada espacio de nuestra vida cotidiana. En esos días, muy pocos expertos apoyaban el uso de la máscara.  Eduardo López, infectólogo y asesor presidencial durante la pandemia, reconoció que al comienzo no parecía un elemento útil. Hubo mucha polémica, incluso hasta abril de ese año, cuando el uso obligatorio del barbijo ya se había extendido a todo el país.

Con el paso del tiempo, distintas investigaciones probaron su importancia para frenar el contagio de un virus letal, para el que todavía no existían vacunas ni tratamiento específico. El 24 de septiembre de 2020, la revista científica Nature publicó un estudio sobre la eficacia del uso de barbijo. Se probó que las mascarillas reducían las tasas de emisión de partículas hacia el exterior entre un 90% y un 74% en promedio al hablar y toser.

La  Organización Mundial de la Salud (OMS) y la mayoría de los organismos internacionales recomendaron el uso de tapabocas para salvar vidas.

Los tucumanos lo convertimos rápidamente en nuestro gran aliado. Recurrimos a los tutoriales en internet que nos enseñaban a hacer máscaras caseras. Diseñadores de moda vieron ahí una veta comercial y crearon las famosas máscaras de autor. En las calles, las personas empezaron a combinar el color del tababoca con su ropa, habilitándolo como accesorio.

Los conocimos de tela, descartables, de friselina, N-95, antibacterianos. Y la lista sigue. Nos volvimos expertos en barbijos. ¿Quién lo hubiera imaginado? Aprendimos que si bien los quirúrgicos y los de alto filtrado son más efectivos que los de tela, el mejor barbijo es el que se usa en forma correcta: bien ajustado, tapando nariz y boca.

Con el paso de los días caímos en la cuenta de que el barbijo también estaba cambiando nuestra forma de relacionarnos. El tapaboca nos obligó a ocultar la mayor parte del rostro. Ya no podíamos acudir a la sonrisa ni al frunce de nariz. La comunicación no verbal se limitó. Tuvimos que aprender a decir todo con la mirada. Algunos estudios demostraron que el tapaboca despertó desconfianza en algunos ambientes y fue un disparador de angustias y ansiedades, generó incomodidades y nos obligó a hablar más fuerte. Fue un verdadero dolor de cabeza para los docentes en las aulas; muchos de ellos plantearon cómo se dificultaba el proceso de lecto-comprensión en tiempos de burbujas.

La mascarilla abrió una nueva grieta entre los más fieles y los detractores. Pero mientras fue obligatoria, nadie se animó a salir de su casa sin ese pedacito de tela arrugada en el bolsillo. Cuando se cumplieron dos años de la pandemia, las encuestas mostraban que el hábito más sostenido por la gente fue el uso del cubreboca en espacios cerrados, como medios de transporte, oficinas, aulas o comercios.

El barbijo fue también una nueva señal de altruismo y respeto hacia los demás. Salir de casa con la boca y la nariz tapadas significó cuidarnos, pero sobre todo cuidar a los demás; Pensar en los más vulnerables.

En estos días, es raro ver a alguien que lleve un tapaboca puesto por la calle. Sí los tenemos en casa y a mano para entrar a cualquier centro de salud, donde son obligatorios por una disposición reciente de las autoridades sanitarias ante el aumento de casos.

Algunos profesionales piensan que no deberíamos olvidarnos del barbijo ni despedirnos definitivamente, ni siquiera cuando la pandemia ya sea cosa del pasado. En aglomeraciones, o en sitios como el transporte urbano, sería bueno que no se pierda la costumbre de viajar con tapaboca. Eso, teniendo en cuenta que no sólo protege contra la covid-19,  sino también contra otras enfermedades respiratorias, y aprovechando todo lo que hemos aprendido en tiempos en que él fue nuestro gran aliado para salvar vidas.

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