“Barrio” de los Quilmes: hacen vino inspirados en su padre

Los hermanos Arzelán cumplieron el sueño de tener su propia bodega en 2015

EN LOS VALLES CALCHAQUÍES. En medio del paisaje instalaron su emprendimiento los Arzelán. EN LOS VALLES CALCHAQUÍES. En medio del paisaje instalaron su emprendimiento los Arzelán.

En las inmediaciones de la antigua ciudadela de los Quilmes encontraron los hermanos Arzelán la oportunidad de llevar a otro nivel la tradición de hacer vino que habían adquirido en su casa paterna. La necesidad de continuar el legado familiar fue creciendo con estos profesionales oriundos de Angastaco (Salta) hasta que en 2015 pudieron adquirir la que originalmente se llamó Bodega Posse. El cambio de manos fue una especie de segundo nacimiento caracterizado por la decisión de concretar el 100% de las ventas en internet. Los nuevos dueños miraron la piedra que recubre al establecimiento y que abunda en esa zona de los Valles Calchaquíes, y no dudaron en denominar al emprendimiento como Bodega Fortaleza.

Con vides plantadas en 2005 y una producción de vinos inaugurada dos años más tarde, la bodega fabricaba los blends Julio Julián, que es muy renombrado en Tucumán, y Patriarca cuando Raúl, Hugo y Marcelo Arzelán tomaron el mando. A esas etiquetas de malbec y cabernet sauvignon aquellos añadieron tres más: las líneas de Pazioca y Río Revuelto, y Don Aldo, que es la estrella de la casa y lleva el nombre del progenitor de sus creadores.

“Nuestro papá y nuestro abuelo hacían vino en sus casas. El gustito por este tipo de actividad viene desde lejos y con mis hermanos siempre teníamos la inquietud por la bodega”, cuenta en una entrevista virtual Marcelo Arzelán. Don Aldo saluda la transmisión de esa pasión de generación en generación con una fórmula particular. “No es un blend de vinos, sino de uvas. En este caso, entran las tres variedades (malbec, cabernet sauvignon y merlot) en el tanque y fermentan juntas”, añade. La presentación de este trivarietal lo postula como la prueba “de que la originalidad aún existe”. Menos Río Revuelto (desde $ 2.600), que es la propuesta juvenil, todas las etiquetas de la Bodega Fortaleza requieren de estacionamiento en barrica y en botella: son vinos reserva, con hasta seis años de trabajo.

Si Don Aldo es el tope de la gama ($ 5.400 por botella), Julio Julián ($ 3.500) es el caballo que da las batallas, como sugiere la imagen del jinete que lo identifica. “Es un vino de gran estructura. La guarda en roble francés le aporta taninos suaves y elegantes. Por los distintos porcentajes de uvas que lo integran, resulta un corte muy complejo y maduro”, describen los fabricantes. En el ambiente de los entendidos se sitúa a Julio Julián entre los mejores vinos de Tucumán.

Valle arriba

A los tres Arzelán les tira el campo y durante su vida acumularon conocimientos técnicos en el sector vitivinícola. Marcelo y Raúl son ingenieros agrónomos mientras que Hugo se recibió de ingeniero zootecnista. “Nos dedicamos a armar campos para diferentes cometidos. Yo hago el manejo de cuencas y de aguas, y, gracias a esto, tuve la oportunidad de colaborar con bodegas de Salta, como Colomé, Etchart y Las Nubes de José Luis Mounier, que es nuestro enólogo”, explica Marcelo Arzelán. La vivencia de la fabricación casera de vinos y la formación sirvieron el emprendimiento en bandeja. Pero el socio hace hincapié en el sentimiento: “para nosotros esto trasciende lo comercial. Hemos internalizado el vino, la barrica, la naturaleza, la pileta… desde que tenemos memoria. Es algo que llevamos en el corazón y siempre estuvo en nuestro ánimo. No sé cómo explicarlo, pero se trata de algo que debíamos hacer por nuestra historia y nuestras ganas”.

¿Por qué tres angastaqueños que disponen tan a mano de un polo establecido en Cafayate y Cachi deciden incursionar en el sector vitivinícola tucumano? “Es una buena pregunta. Por nuestra profesión conocimos y tuvimos relación con el dueño anterior de la bodega hasta el punto de que interveníamos como técnicos de otros de sus emprendimientos agropecuarios. Él sabía que nosotros queríamos hacer vino y en cierto momento nos planteó la posibilidad de entregarnos su bodega. Entre una charla que va y otra que viene con diferentes alternativas, resolvimos adquirirla, que es algo que nunca pensamos ni imaginamos”, refiere Marcelo Arzelán.

La ocasión vino de la mano de unas tierras preciadas en el “barrio” de Quilmes, entre Amaicha y Colalao del Valle. El ingeniero comenta que todo el Valle Calchaquí, que se extiende en gran medida por Salta, en menor medida en Catamarca y en una pequeña proporción en Tucumán, produce vinos muy bien calificados por la crítica tanto en la Argentina como en el extranjero. “Cuando uno dice ‘vinos de altura’, resulta que Cafayate es el punto más bajo del Valle, con alrededor de 1.700 metros sobre el nivel del mar, pero tiene un renombre y un posicionamiento ganados después de muchos años de trabajo. Pero, cuando uno se va Valle arriba hacia el Norte, y ve los emprendimientos de Molinos, Angastaco y Cachi, encuentra vinos fabricados por encima de los 2.000 metros y hasta de los 3.000. La altura, cuando se habla de la vitivinicultura, no siempre apunta a lo más alto, sino a ecosistemas con un microclima particular, que elevan la calidad del viñedo”, refiere. Y añade: “nosotros, en la zona en la que estamos, tenemos cultivos con mejores prestaciones que los de Cafayate, pero ellos ya se ganaron el nombre y la referencia como plaza central de la región. A la vuelta hay lugares excelentes, aunque carecen de la fama cafayateña”.

Emprendimientos como la Bodega Fortaleza acreditan el potencial tucumano. Cafayate lo entendió antes y, según Marcelo Arzelán, hubo un trabajo organizado para erigir a esa localidad como centro del vino de la región: “es una historia de muchísimos años, con los últimos 20 o 25 concentrados en los tintos, situación que atrajo a las firmas más importantes de Mendoza. Antes el área estaba exclusivamente asociada con el torrontés”. El entusiasmo por la zona de Quilmes subsiste pese a la helada tardía que afectó a las uvas. Algunas viñas quedaron fuera de juego por completo. Fortaleza perdió el 80% de su plantación. “Es un golpe muy significativo. Estábamos a tres meses y medio de empezar la vendimia, y no sabemos cómo afrontarán esos viñedos la próxima campaña”, evalúa el emprendedor. En la bodega trabajan seis empleados permanentes, además del enólogo Mounier y los socios. Durante la época de cosecha y de poda se suman colaboradores transitorios.

Más excelencia

Una conexión a internet basta para acceder a los vinos de los Arzelán, que eliminaron las intermediaciones luego de malas experiencias comerciales. “En los primeros años nosotros asumíamos todo el riesgo y el esfuerzo, y el intermediario se llevaba el 60% del valor de venta de las botellas. O nuestro vino se encarecía mucho al llegar al consumidor o nos quedaba muy poco margen. Entonces, intentamos este modelo de venta totalmente digital para no quedar cautivos de los distribuidores que manejan muchas etiquetas. Además, queríamos cultivar un contacto directo con nuestros clientes”, afirma Marcelo Arzelán.

La tienda virtual ofrece opciones para combinar y probar las diferentes etiquetas, y envíos gratuitos a partir de los $ 11.000. Una caja de seis botellas seleccionadas cuesta alrededor de $ 17.800 mientras que otra con ejemplares de reserva sale $ 18.600 y otra de blends, que incluye dos unidades de Don Aldo, dos de Patriarca y dos de Julio Julián, $ 21.200.

La impronta del comercio electrónico se suma a la determinación de ofrecer un vino distinto a los de consumo masivo, que pueden adquirirse en cualquier supermercado. El ingeniero apunta que, si bien él y sus hermanos no están en condiciones de competir con los grandes bodegueros y sus lógicas industriales, sí disponen de la opción de destacarse por la calidad. Esa búsqueda parte de la planta y de la forma de sacarle partido. “En el campo nosotros no aspiramos a una gran cantidad de kilos, sino a una uva muy buena. Cada hectárea de tinto puede dar hasta 17.000 kilos, pero, para eso, hace falta colocarle mucha agua y fertilizante, lo que vulgarmente se llama ‘inflar’ la uva. Nosotros nos contentamos con entre 5.000 y 7.000 kilos de excelencia, que se cosecha a mano, método que disminuye las impurezas propias de la mecanización”, refiere.

La palabra “Fortaleza” intenta condensar los valores y anhelos que confluyen, como si se tratara de jugo de mosto, en la bodega. La cercanía con las populares Ruinas de Quilmes es un punto alto del proyecto y el aliciente para desarrollar en el futuro las prestaciones turísticas (hotel y otros servicios) que complementan el modelo de negocio. Marcelo Arzelán dice: “queremos que sea un emprendimiento fuerte y que la gente conozca nuestra filosofía de la calidad”. Se trata del código de familia que con cariño Don Aldo transmitió a sus hijos.

La receta de Bodega Fortaleza  

1- Elaborar vinos de guarda que se destaquen por sus atributos.

2- Explotar la belleza y las virtudes naturales del Valle Calchaquí tucumano.

3- Instar una venta electrónica que saltee al intermediario.

4- Complementar la producción vitivinícola con la actividad turística.

5- Replicar la pasión familiar en un proyecto de nivel superior.
El emprendimiento en la web: bodegafortaleza.com

Comentarios