A los dos, a Manzur y a Jaldo, los necesita juntos empujando para el mismo lado para realizar una buena performance en las PASO el 13 de agosto. A Manzur lo requerirá en su “antiguo” papel de jefe de campaña provincial para conseguir los suficientes votos que le aseguren el primer o el segundo lugar en las generales del 22 de octubre. Jaldo le hará falta para tratar de imponerse en el eventual balotaje del 19 de noviembre. El “necesitado” es Sergio Massa, el candidato a presidente de Unión por la Patria, que el viernes recibió al actual mandatario y a su sucesor, sabedor de que los más de 600.000 votos que logró el oficialismo el 11 de junio en Tucumán pueden ser fundamentales para su suerte, y en cada una de esas tres instancias electorales.

El médico sanitarista estará al frente del Poder Ejecutivo en las primarias abiertas, obligatorias y simultáneas del mes que viene y en las generales de octubre, a tan sólo siete días antes de abandonar la Casa de Gobierno. Su rol es más que clave en ambos comicios, porque su suerte política futura puede quedar atada a los resultados finales de la provincia, ya que los números le dirán si puede soñar con una convocatoria a integrar el gabinete nacional que lo vincule con el interior del país -si el oficialismo da el batacazo de imponerse y continuar en el poder-, o si deberá recalar nomás en el Senado, ocupando la banca que dejará vacante Pablo Yedlin, como para no perder espacios de poder y para mantenerse en los planos nacionales.

Manzur necesita ese puesto en la Cámara Alta, ya que lo seguirá ligando a la provincia -aunque a 1.200 kilómetros-, para no quedar relegado políticamente en Tucumán, lo que indefectiblemente empezará a suceder en el mismo instante en que el tranqueño reciba los atributos del mando. Sin embargo, el titular del Ejecutivo tiene 54 años, una edad como para no pensar en que va a quedar tan rápido fuera de la vida política, o de que lo vayan a marginar en el juego de poder en la provincia. En el año 2027, el del recambio de autoridades, tendrá 58 años y en 2032 tendrá 62, o sea que estará todavía a tiempo para intentar pelear por suceder a Jaldo; claro, siempre y cuando el tranqueño cumpla con dos mandatos constitucionales.

Vaya una observación al respecto, estas consideraciones valen sólo en aspectos temporales, porque en términos políticos el manzurismo deberá sobrevivir -con el gran esfuerzo que deberá hacer Manzur desde fuera del territorio provincial y sin recursos que provengan de cajas institucionales- en medio de la arremetida de otros dirigentes que también empezarán una carrera de largo plazo para instalarse y convertirse en recambio a futuro.

O sea, el 30 de octubre no sólo empieza la consolidación del jaldismo como expresión interna del peronismo en el esquema de poder provincial sino un proceso político nuevo dentro del PJ tucumano. Ya se conoce como es la ecuación de poder a la tucumana en el peronismo, por lo menos la que se viene verificando en lo que va del siglo XXI: el gobernador elige a su vice; el vice lo reemplaza después de dos mandatos, y lo hace pasar a cuarteles de invierno; y la secuencia se viene repitiendo. Eso fue hasta ahora, ¿llegó la hora de la reconversión o reinvención de ese régimen de sucesión que le resultó tan eficaz al justicialismo en términos de continuidad en el poder?

De tan conocido, puede que haya quienes crean que se debe modificar para alterar esa rígida línea de sucesión ya sea por conveniencias personales, sectoriales o partidarias. Porque, en ese marco, Miguel Acevedo debería repetir fórmula con Jaldo en cuatro años y heredarlo en ocho, y despedirlo luego; y así sucesivamente. La única forma de cortar esa línea, en términos temporales, es en 2027; si es que no ocurren sorpresas o novedades en el medio que alteren todo imprevistamente.

Y aunque sea una pregunta muy anticipada, vale plantear si Manzur querrá volver a ser vicegobernador con la anuencia de la Corte nacional y del actual vice, o si Jaldo elegirá a su futuro sucesor de entre sus más leales compañeros de ruta. En el jaldismo deben estar anotados varios en esa carrera, aunque, claro, no es tiempo de decirlo públicamente tempranamente, menos si todavía no han asumido. Solamente se puede pensar el pecado, pero ni siquiera se lo menciona como secreto de confesión. El político que se precie de tal, oficialista u opositor, debe estar preguntándose dónde me veo en cuatro años o dónde quiero estar dentro de cuatro años. Vale tanto para los jaldistas de hoy, los que van a verse fortalecidos de la mano del tranqueño, como para los manzuristas que puedan seguir manteniendo esta línea interna en el peronismo tucumano. Eso sí, será un verdadero reto para los que apostaron por Manzur, porque lo siguen o bien deberán cobijarse a la sombra de Jaldo, el futuro jefe.

Jaldo, por ahora tiene sus propios desafíos: el primero refiere al armado de su gabinete, porque según los nombres que designe se verá si privilegia la relación con el actual gobernador o si de entrada nomás empieza a darle su impronta a la gestión. El segundo tiene que ver con un eventual balotaje, si es que Massa alcanza esa posibilidad, ya sea con Rodríguez Larreta o con Bullrich; porque lo encontrará ya sentado en el sillón de Lucas Córdoba, ejerciendo a pleno su papel de jefe del Estado provincial. Ante ese escenario, será su responsabilidad el ofrendar al tigrense los 600.000 votos que lo consagraron como gobernador. En ese momento ya llevará 20 días en funciones, una misión que no le es desconocida, ya conoce toda la botonera estatal. Y si hay milagro, y si el ministro de Economía sucede a Alberto Fernández, Jaldo puede respirar aliviado de que su administración tenga en la Nación a un compañero.

Pero, si gana la oposición, Jaldo deberá lidiar con un presidente amarillo, del PRO. Es de imaginar que, por más que su primera preocupación sea quedar bien electoralmente con Unión por la Patria, ya debe estar imaginándose un posible escenario adverso para su administración. Así que va a necesitar de vasos comunicantes con el Gobierno nacional, tal como lo fuera José Alperovich para Julio Miranda, allá por el 99, cuando el peronista eligió al radical para que sea su ministro de Economía y, de esa manera, tener una puerta hacia Fernando de la Rúa. Poco duró ese puente partidario frente a la crisis que golpeó a la administración de la UCR y que concluyó con Néstor Kirchner en el poder en 2003. ¿Quiénes pueden ser esos intermediarios políticos para Jaldo?

Esa respuesta depende de quien sea finalmente el posible referente opositor que llegue al sillón de Rivadavia, si es Rodríguez Larreta o si es Patricia Bullrich. De acuerdo a los discursos de cada uno de ellos, que los diferencian en cuanto a cómo entienden que deben ser las relaciones con la oposición -especialmente con el peronismo o kirchnerismo, como lo identifican-, capaz que Jaldo pueda entenderse mejor con el jefe de la CABA que con la presidenta del PRO. Si es Rodríguez Larreta el que se imponga, ¿qué tucumano puede ser ese nexo político? ¿Germán Alfaro si es que gana y llega a convertirse en diputado nacional?

Con el intendente capitalino supieron desarrollar una relación en buenos términos en el primer mandato de Manzur, justamente cuando Mauricio Macri ejercía la presidencia; pero luego la relación se complicó por cuestiones políticas, llegando a duros encontronazos en este año electoral. El jefe municipal pasó a ser el adversario en el que más pensaban en el PJ, y el que más cuestionaban; algo en lo que coincidieron con algunos radicales que -a juzgar por los números finales en la Capital- le jugaron en contra a Beatriz Ávila para retener la intendencia.

Unos y otros vinieron a coincidir en que Alfaro era un obstáculo y unieron fuerzas, indirectamente, para sacarlo del eje de poder opositor que podría construirse en Tucumán. Ahora bien, sin el municipio en manos del alfarismo, o de la oposición en general, Juntos por el Cambio se quedó sin un líder que los aglutine. Y sin su principal bastión. El resultado del suceso político-electoral de los comicios provinciales diezmó a la oposición, la redujo a pequeños espacios de poder esparcidos en bancas legislativas, concejalías e intendencias. La oposición se fragmentó, casi se podría decir que los 600.000 votos del PJ la sepultaron. Y lo peor que les puede suceder es sentirse cómodos en esos lugares, sin alimentar una verdadera vocación de poder.

Tendrán que reconstruirse como espacio y, más que nada, tendrán que aparecer los dirigentes que vayan a conducir ese proceso; será un largo y tortuoso camino, cuyo primer hito pueden ser las primarias del mes que viene, donde se reeditará el duelo político de 2021 entre Mariano Campero y Alfaro, hoy convertidos en referentes locales de Bullrich y del larretismo, respectivamente. Con la excusa de la disputa interna nacional vuelven a pelear para ser los referentes de la oposición local.

El tema es que uno de ellos va a quedar en el camino, porque para la oposición hay sólo dos lugares para ingresar a la Cámara Baja. Es porque en Juntos por el Cambio han acordado implementar el sistema D’Hont para la integración de la lista definitiva; y por la aplicación del cupo femenino, uno quedará tercero. Afuera de todo. Claro, siempre y cuando uno no supere por más del doble de adhesiones al otro, ya que en ese caso irían los dos primeros de las boletas en las generales.

¿Por qué la oposición puede quedarse por dos bancas? Atendiendo a los números de la elección provincial, por lo que las tres bancas serían para el oficialismo (Yedlin, Gladys Medina y Carlos Cisneros) y dos para JxC (Campero-Valeria Amaya o Alfaro-Nadima Pecci). En suma, el oficialismo debe preocuparse por juntar la misma cantidad de votos que el 11 de junio y la oposición por resolver sus dramas dirigenciales internos. Distintas necesidades, con el poder jugando siempre detrás.

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