Así trabajan en las villas para alejar a los chicos de las drogas

Los esfuerzos de los psicólogos que recorren las calles en busca de jóvenes que se drogan chocan con la falta de presupuesto. Son pocos profesionales y trabajan en forma precarizada. Por qué los adictos no logran recuperarse.

TIEMPOS POSPANDEMIA. Especialistas han observado el aumento del consumo de sustancias y de la violencia. TIEMPOS POSPANDEMIA. Especialistas han observado el aumento del consumo de sustancias y de la violencia.

Suicidios. Accidentes de tránsito. Enfrentamientos. Los psicólogos que trabajan en los barrios vulnerables ven cómo cada día aumenta la violencia vinculada al consumo de sustancias. Los que más le preocupa: la naturalización de la muerte por parte de los jóvenes.

“Nos sucede, a menudo, encontrarnos con los chicos que asistimos y preguntarles por alguno de sus amigos, al que no vemos hace tiempo. Te responden: ‘ya se murió’. Así, naturalmente, como si la muerte de un joven fuera el destino inexorable para quienes viven en ese contexto de pobreza, marginación y consumo de sustancias”, cuenta, conmovido y alarmado, el psicólogo Emilio Mustafá, quien trabaja en los dispositivos de abordaje territorial de la Secretaría de Adicciones de la provincia.

En estos últimos tiempos, especialmente en la pospandemia, los profesionales han observado el crecimiento del consumo de sustancias en las villas y también de los hechos de violencia. Todo esto, según explicaron, se ve agravado porque el fenómeno del narcomenudeo se ha fortalecido y creció exponencialmente, a tal punto que ya hay hasta 10 vendedores de droga por cuadra.

Ante esta situación, los trabajadores de la Secretaría de Adicciones de la provincia realizaron una asamblea el viernes en la puerta de la dependencia, en Crisóstomo Alvarez 321. Entre otras cosas, pidieron que se declare la emergencia en salud mental y adicciones.

“Los trabajadores de la Secreraría de Adicciones denunciamos la falta de políticas y planes de abordajes serios en la problemática. Hay una gran cantidad de trabajadores precarizados y faltan recursos para atender a niños y jóvenes en situación de consumo”, exclama Mustafá.

Una tarea silenciosa

Hacen un trabajo silencioso, muchas veces arriesgado y doloroso. Los profesionales que tratan a jóvenes con consumo problemático en barrios vulnerables tienen grupos terapéuticos, pero están muy lejos de su consultorio. Su tarea está en la calle o en un comedor. Y lo hacen a la tarde y a la noche, que es en el horario en el cual salen de sus casas los adolescentes y chicos que necesitan ayuda. “Hacemos un trabajo territorial. Articulamos lo clínico, trabajamos lo individual, lo grupal y lo comunitario”, describe el psicólogo social Manuel Romano.

Por los pasillos de las villas van preguntando y buscando a los jóvenes que presentan consumos problemáticos. Encuentran chicos desnutridos - uno de los efectos del “paco” (basura del proceso de elaboración de la cocaína)- o están heridos porque participaron de una pelea o un robo.

“También, si hay un comedor, solemos ir ahí, como en el caso de la Costanera, donde funciona el comedor nocturno del grupo Ganas de Vivir, que forma parte de una estrategia terapéutica del dispositivo de asistencia y prevención de adicciones”, explica. Muchos van ahí por un plato de comida, y los psicólogos aprovechan para establecer un vínculo.

“Nuestra función es ser un nexo entre la comunidad y los hospitales donde se realizan los tratamientos de adicciones. Creando un vínculo comienza el camino para que ellos empiecen a a aceptar la idea de que quieren recuperarse. Para poder ingresar a una terapia los hospitales exigen que ellos tengan la voluntad de querer dejar las drogas y en la mayoría de los casos no la tienen”, indica.

Los profesionales muchas veces los llevan a la consulta en sus propios vehículos o en el colectivo. Y también les ha tocado asistir a jóvenes adictos en situaciones de emergencia; los tienen que trasladar de urgencia a un hospital para internarlos. Y todo ese trabajo, remarcan, lo hacen en condiciones indignas, con my pocos recursos y con salarios por debajo de la línea de la pobreza: cobran menos de $80.000 por mes o cada dos meses, denunciaron.

También tienen una tarea importantísima en toda la comunidad. Recorren casa por casa para involucrar a las familias y fortalecerlas en esta lucha. La tarea es realmente titánica: a veces son muy pocos psicólogos (no más de tres) en todo un barrio contra una gran cantidad de vendedores de droga que avanzan, apunta Romano.

“En la pospandemia encontramos muchas secuelas se en los hogares; vemos situaciones muy angustiantes, casos en los que los papás y las mamás tampoco se pueden recuperar del consumo”, explica.

Cuando al fin consiguen que quieran rehabilitarse, las cosas no son más fáciles. “Algunos hospitales tienen puertas giratorias; los chicos van una vez y no vuelven más. Tenemos que estar ahí y acompañarlos”, señala.

Según cuenta Mustafá, otro problema es cuando después de estabilizarse vuelven al barrio, a su casa en la que conviven con varios integrantes, sin trabajo, sin agua potable, sin ningún proyecto de vida. “Lo que quieren hacer es volver a drogarse”, describe. Y admite que es bajo el porcentaje de los chicos que logran recuperarse.

Otra de las situaciones que le preocupan a Mustafá es cómo bajó la edad de inicio en el consumo de drogas, especialmente de paco (una sustancia que a los pocos meses ya genera una fuerte adicción). Hoy los chicos a los ocho o nueve años ya presentan consumo problemático. “Es tremendo lo que está pasando. La facultad no nos preparó para esta realidad, no estamos capacitados para asistir niños adictos y desnutridos. Es necesario armar un protocolo de asistencia para ellos”, opina. Y también recuerda que nuestra provincia no tiene comunidades terapéuticas para mujeres, pese a que el consumo entre ellas aumenta cada vez más en los barrios vulnerables.

Los confirman las madres, que se han unido a los psicólogos en esta lucha. “Las chicas a los 14 y 15 años ya son mamás. La situación de los chicos es muy cruel, verlos así a los nueve o diez años, perdidos por las drogas, dejan la escuela y se dedican a deambular por las noches. Tenemos cada vez más adolescentes que se suicidan, o heridos en peleas y robos. Esto está cada vez peor””, , cuenta Mercedes Villagra, conocida como la Cipriana, una mamá que cocina en el comedor nocturno de la Costanera. Tiene dos hijos adictos y desde ese lugar ha decidido ayudar a toda la comunidad.

La realidad es muy cruel, según describen los psicólogos, porque cada vez hay más chicos que dejan su vida por las drogas. Como hace una semana, cuando un adicto cruzó el río Salí para comprar sustancias, pero falleció en el agua helada. Se suicidan, o mueren atropellados cuando cruzan la autopista para asaltar a algún camionero. Mientras tanto, los profesionales le siguen poniendo el pecho a las balas. “Sin presupuesto, no podemos hacer magia. Cada vez más psicólogos deciden dejar este trabajo. Por eso pedimos que se declare la emergencia, sin política de Estado que consideren todos los puntos de esta problemática, no hay posibilidad de transformación”, cierra Mustafá.

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