“Educar a una persona es ayudarla a aprender a ser lo que es capaz de ser”.

Hesíodo, poeta griego

“Disociación”. ¿Cuántas veces debemos pensar antes de escribir esta palabra? ¿Dónde va la “s”? ¿Y la “c”? ¿Nos es necesario googlear para estar seguros de no equivocarnos? Algo similar ocurre con “Idiosincrasia”, “Circunscripción”, “Antihistamínico” o “Institucionalización”. Conllevan, junto a muchas otras, una dificultad. Cuanto menos dudemos, cuanto más fácil nos sea escribir correctamente, seguro podremos decir con satisfacción que hemos sido bien educados.

En 1999, Guillermo Jaim Etcheverry publicó “La tragedia educativa”, una obra que se transformó en un símbolo de lo que ya en ese momento sucedía, pero que además sirvió de predicción para lo que vendría después. Ya en ese año, el intelectual advertía: “yo hablo del país de los huérfanos. Los chicos que tienen tantas dificultades en las evaluaciones no son reconocidos por nadie como sus hijos”. En otras palabras, nadie se hace cargo de ellos. Siempre son hijos de otros. Y Jaim Etcheverry aseguraba: “Mientras no entendamos que la crisis educativa está en nuestras propias casas, nada va a cambiar”. Y hoy, a la mitad de 2023, no nos queda otra que darle la razón. Lamentable y dolorosamente.

Hace pocos días se conocieron los resultados de las pruebas Aprender 2022 que, como no podían ser de otra forma en los últimos años, fueron desastrosos. El Ministerio de Educación de la Nación advirtió esta situación en el informe de resultados de la prueba censal realizada el año pasado, en la que participaron 397.687 estudiantes de 5° y 6° año de 11.672 escuelas secundarias en todo el país. En síntesis, los datos difundidos por la Secretaría de Evaluación e Información Educativa indicaron que el 82,4% de los alumnos se ubicaron en los niveles más bajos de desempeño en Matemática y un 43% en Lengua. Las cifras son aún más críticas entre los chicos de nivel socioeconómico bajo: el 93% no alcanza el nivel esperado en Matemática. El escenario más complicado se registra en las provincias de Chaco (92,7%), Santiago del Estero (92%), Catamarca (91,7%), La Rioja (91,1%), Formosa (90,8%), Misiones (90,5%) y, lastimosamente, Tucumán (87,9%). También hay diferencias en los números que obtienen los estudiantes de escuelas estatales y de gestión privada; el 88,4% de los primeros queda en los niveles de desempeño más bajos en Matemática, mientras que los privados llegaron al 70,1%. Una verdadera tragedia educativa.

La debacle educativa viene de años, por lo que no se puede hablar de una cuestión solamente política. Durante la gestión de Mauricio Macri, Argentina obtuvo menor puntaje que el promedio regional en las pruebas de desempeño educativo ERCE 2019, administradas por Unesco-Llece que nos ubicó por debajo del promedio regional. Con Alberto Fernández nada de esto cambió, y aunque en el medio atravesamos una pandemia, tampoco fue justificativo precisamente porque el Estado no resolvió situaciones cruciales como las tecnológicas para hacer que todos los estudiantes del país pudieran seguir accediendo al conocimiento cuanto menos de manera virtual.

La pregunta sobre la que giran los especialistas es qué tipo de educación debemos priorizar justamente en una generación colapsada por la cantidad de información que recibe y que, dicen, se aburren con los contenidos tradicionales en las aulas. ¿Hacia dónde debería apuntar el conocimiento entonces? ¿Cómo hacer para que dos materias transversales en la educación, como lengua y matemáticas sean atractivas y permitan el desarrollo cognitivo? Siempre se hace la misma crítica: ¿para qué, por ejemplo, nos sirve saber la raíz cuadrada de 510? Y la respuesta no es descabellada. Lo importante no es saberla, sino estar seguros de que podemos sacarla, porque lo estudiamos y conocemos los mecanismos para llegar a ese resultado.

Cuando se conocieron los guarismos de las pruebas Aprender, Gustavo Zorzoli, ex rector del Colegio Nacional Buenos Aires, destacó la necesidad de reconocer la gravedad del problema y abordar las deficiencias del sistema educativo. “A esta altura está todo mal. Peor no podemos estar. Está todo muy pero muy mal. Tenemos un sistema que le pone mucha plata a las universidades, pero se termina convirtiendo en una estafa porque los chicos no saben nada”, dijo. Y aseguró: “uno de cada 1000 estudiantes se encuentra en el nivel de los que más saben. Uno de cada 1000. Las cifras nos deberían dar vergüenza a los adultos”. Y la frase es absolutamente cierta. Muchos, muchísimos, echan culpas al sistema educativo por lo que está pasando. Casi nadie se hace cargo de que, como dice Jaim Etcheverry, la educación comienza en nuestros hogares. De a poco, “empujados por la modernidad” como excusa, muchos adultos estamos destruyendo la educación. La forma en la que hablamos, la forma en la que escribimos, incide por completo en la enseñanza de nuestros hijos. ¿Por qué exigirles que aprendan a escribir si cuando mandamos un mensaje a los grupos de whatsapp ponemos “x q” en vez de por qué? Y esto es sólo un ejemplo burdo. Hoy armamos frases, historias enteras utilizando memes, emojis, gifs y stickers. Ni una palabra escrita. Todo pasa por imágenes y simbología, más allá del último grito de la moda como son los audios. Ya es normal. O nos parece normal. En una época los profesores decidían si los alumnos podían, o no, utilizar la “calculadora científica” para hacer pruebas. Hoy todas las soluciones están literalmente en la palma de la mano: el celular. Volvamos a Jaim Etcheverry: “Es cierto que uno va al teléfono y encuentra todo. Pero lo que encuentra ahí son datos, no conocimiento. Para eso se requiere procesar la información. Los teléfonos no son inteligentes. Inteligente es el que lo hizo. El que lo usa puede ser un bruto”. Clarito, ¿no?

La otra pregunta que se repite continuamente es si la escuela debe adaptarse a los alumnos o viceversa. Y la respuesta está en que educación no es sinónimo de escuela. Hay todo un marco social que incluye a la familia, a los clubes, a los amigos, a los vecinos que determinan también la educación, más allá de lo que se aprende sentado en un pupitre. Las relaciones, la comunicación, los modales, la tarea en grupo son aprendizajes fundamentales en la vida de una persona que deben ser reforzados en el ámbito escolar, pero que deben tener base en la familia.

Estamos en la recta que nos llevará a las próximas elecciones, en la que los argentinos elegiremos al presidente que llevará las riendas del país durante los próximos cuatro años. ¿A cuántos candidatos escuchó usted explayarse acerca de qué va a hacer con la educación? ¿Conocemos qué planes tienen para los alumnos? ¿Qué creen que se debe modificar y con qué están conformes? ¿Cuál es el rumbo que se debe tomar para que los resultados que vemos todos los meses no se repitan? Nadie, o casi ninguno de los que sale a diario en televisión y plataformas digitales profundiza sobre qué hacer con la educación. Es que así como hay palabras que nos son difíciles de escribir, a los argentinos nos salen fáciles otras como “corrupción”, “inseguridad”, “impunidad”, “pobreza” y, cada vez más, “ignorancia”.

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