Siempre es oferta y demanda. Así fue el domingo pasado, en las elecciones nacionales: qué ofrecían los partidos políticos, qué demandaban los votantes. Aunque no se trató de dinosaurios votando por el meteorito, como planteó algún meme, tampoco fue una interacción limpia. Hubo de todo: publicidad engañosa, malas estrategias e ignorancia del ciudadano.
En parte por eso consiguió tantos votos el candidato de un gobierno de numerosos fracasos y atropellos: inflación galopante, pobreza creciente, desabastecimiento, ahogo tributario sobre la producción, múltiples precios del dólar que arruinan a los exportadores, endurecimiento de los cepos cambiarios, caída en el poder de compra de las jubilaciones, trabajadores formales con salarios por debajo de la línea de pobreza, mayor economía en negro, centralismo, endeudamiento público récord, caída de las reservas en divisas del Banco Central, prejuicios en el abastecimiento de las vacunas contra el coronavirus, vacunados de privilegio, cuarentena irracional y no respetada por las autoridades, corrupción, inseguridad y así.
También hubo choques externos negativos, pero su influencia fue menor que la denunciada y de todos modos fueron mal enfrentados. Por ejemplo, la pandemia ayudó a bajar la tasa de inflación, por la retracción en la demanda por bienes; el gobierno no llegó al 138 por ciento interanual desde un 54 por ciento heredado en 2019 sino desde el 35 por ciento anual de 2020. Que tras la cuarentena haya continuado con las mismas políticas fiscal y monetaria que durante el encierro explica en parte sus fracasos. Asimismo, la falta de una estrategia clara ayudó a una caída del PIB mayor que en otros países y a una recuperación más lenta. También las herramientas legales fallaron con un exceso de DNU cuando hubiera correspondido delegación de facultades legislativas y no se hizo nada ante gobernadores que al cerrar sus provincias usurparon atribuciones del Congreso de la Nación. Y debe recordarse que antes de la pandemia la gestión comenzó subiendo impuestos y modificando una ley que habría brindado jubilaciones mayores a las presentes. En cuanto a la invasión rusa a Ucrania tampoco fue sólo fuente de males. En parte gracias a ella hubo una nueva suba en el precio de las commodities agrícolas, que representan ingresos para el Estado. Lo único ajeno grave fue la sequía (como la que afectó los dos años finales de Macri), pero la indisciplina fiscal impidió afrontarla mediante el crédito.
Aquí aparece la publicidad engañosa. Sergio Massa dice que el gobierno responsable de todo eso no es el suyo. Oculta su papel clave en la alianza que llevó al triunfo electoral de 2019, la presencia en el Ejecutivo de funcionarios del Frente Renovador y el permanente apoyo legislativo (con él como diputado) a todos los actos del gobierno.
También hay fallas opositoras. Carlos Melconian criticó la propuesta de dolarización de Javier Milei burlándose, ante la carencia de dólares, de que prometía fideos con tuco cuando no había ni fideos ni tuco. Sin embargo, nunca desarrolló qué platos alternativos podrían aparecer en el menú. Juntos por el Cambio tenía, al menos en economía, un plan de gobierno coherente elaborado con la colaboración de profesionales de alto nivel (como Enrique Szewach y Daniel Artana) pero no lo ofreció. Massa sirve polenta, Milei prometió fideos con tuco y Patricia Bullrich pareció ignorar qué había en la cocina. ¿Qué opciones tenían las personas interesadas en la situación económica?
Desde allí hay que mirar a la demanda. Por ejemplo, millones de personas que reciben ingresos del Estado nacional que escuchan que se achicará el gasto público; o cientos de miles de asalariados que cobrarán más por la suba del mínimo no imponible del Impuesto a las Ganancias. Pero que no vieron que las consecuencias de un Estado grande e ineficiente recaen sobre ellos mismos, como la baja de ingresos por menos recaudación de Ganancias y la continuidad de los subsidios, porque el bache fiscal es cubierto con más emisión y en consecuencia con más inflación. No sólo Massa cambió un impuesto progresivo, Ganancias, que recae más sobre quienes más ganan, para aumentar uno regresivo, la inflación, que recae más sobre quienes menos ganan, sino que esa inflación afecta también a los supuestos beneficiados. Entonces, ¿por qué lo votaron?
Hay varias explicaciones, no mutuamente excluyentes, pero aquí se tocarán dos. Una, que ignoran la relación entre déficit e inflación. La otra, que la admiten pero piensan que no vale la pena arriesgarse. No confían en nadie como gobernante ni creen que si gana “la derecha” les irá mal pues las cosas ya van mal, sino que esperan que la falta de escrúpulos de Massa proporcione más variantes para subsistir. Como fuere, sería racional que lo apoyen porque nadie los motiva para cambiar. Gane quien gane, como mínimo 2024 será otro año duro. ¿Acaso los gobernantes acompañarán el sacrificio? Si hubiera candidatos ejemplares tal vez valdría la pena el riesgo. Pero no lo parecen.
No es plantear que el pueblo nunca se equivoca. Los individuos lo hacen y la suma de los errores individuales no es un acierto sino un error más grande. Sí que puede haber alguna racionalidad en el error.
Elegir entre premiar al gobierno (votando por Massa, en blanco, anulando o no concurriendo a las urnas) o un candidato como mínimo poco prudente hace recordar al protagonista de “Won’t get fooled again”, del grupo The Who, quien canta algo así como “inclinaré mi sombrero ante la nueva constitución/haré una reverencia a la nueva revolución/sonreiré al cambio por todo alrededor/tomaré mi guitarra y tocaré/tal como ayer/después me arrodillaré y rezaré/no nos engañarán otra vez”. Pues pareciera que sí. Por algo la canción termina con un decepcionado “conoce al nuevo jefe/es igual al viejo jefe”.
Tal vez sirva de algo pensar a quién costará menos controlar y los errores de quién serán más fáciles de revertir. Porque para que no todo siga igual, para que el jefe nuevo no sea igual al anterior, hay que actuar luego de votar.