Te invita a cerrar los ojos, a respirar, a estar en silencio. Quiere que escuches la naturaleza. Si le hacés caso, oís el agua que corre, sentís el olor a hierbas aromáticas desconocidas y te relajás. En esos momentos, te olvidás de todo: de tus problemas, de lo que te queda por hacer, de lo que te falta, de lo que llevás encima, de a quién tenés agarrado de la mano. “¿Lograron escucharse a sí mismos?”, pregunta Ángela Romano de Zurita, que en su casa ubicada en El Rodeo (Tafí del Valle) posee un pequeño bosque, plantaciones de lo que busques y una casa heredada con muchos recuerdos (su hogar se llama “La casa de mi tata”).
Más tarde te enterás de que no hay un río cerca y de que los sonidos escuchados son producto de hojas de los árboles agitadas por el viento. Y Ángela te ayudará a identificar los aromas que fuiste percibiendo durante la recorrida por su tierra: son los de algunas plantas nativas, como paico o muña muña.
Luego de toda esta introducción, no podrás de dejar de escuchar a la sabia mujer, que nació en Tafí (su familia está en el valle desde hace cinco generaciones) y que no piensa abandonar su tierra por nada del mundo.
Todo se transforma
Luego de mostrarte su pequeño bosque, Ángela te contará que su nombre significa “la elegida” y que, para ella, es toda una contradicción. “Yo soy hija extramatrimonial. Prácticamente me regalaron. Ese dolor lo llevé siempre, pero supe transformarlo en algo positivo. Hoy tengo mi terreno en el que cultivo todo tipo de frutas y verduras. Nos alimentamos de ellas y también las vendemos. Lo que sobra siempre vuelve a la tierra como abono. Ese principio lo adquirí en una capacitación de Medicina Popular”, describe la tafinista, que ya tiene dos hijos con títulos universitarios y terciarios, y una que acaba de egresar de la secundaria.
Cuando Ángela entrevé la plantación de maíz, su sonrisa comienza a tomar forma. Explica que siente orgullo por este cultivo, que viene en muchas variedades (ella ha plantado cinco) y que sirve para alimentar tanto a seres humanos como a animales.
“No uso agroquímicos. Para evitar que los bichos se suban al maíz, por ejemplo, entre los surcos planto flores de caléndula. Pero tampoco puedo decir que estos frutos son orgánicos porque no tengo una certificación que lo acredite. Mi certificación es este resultado”, dice mientras señala todo lo que la rodea. A su lado hay múltiples colores, aromas y una belleza inmensa.