“El rastro”: actuación y adaptación brillantes
“Ni el sol ni la muerte pueden mirarse impunemente de frente”, afirma Nora García mientras se pone unos anteojos negros. Está en el funeral de su ex pareja Juan, muerto de un infarto que “le rompió el corazón”. Ese órgano, su funcionamiento muscular y sus significados simbólicos estarán presente a lo largo de “El rastro”, el brillante unipersonal que protagonizó Analía Couceyro, el domingo. Couceyro no sólo ofreció una enorme gama de emociones y desdoblamientos en su representación, sino que también fue la responsable de la acertadísima adaptación de un fragmento de la novela homónima de la mexicana Margo Glantz. En esta labor autoral contó con la experta mano del reconocido dramaturgo Alejandro Tantanian. La precisión y la ductilidad de Couceyro proyectan una puesta que se limita a un espacio desnudo con tres sillas y un par de elementos de mano. Quizás no haya sido oportuna la elección al aire libre, sobre un escenario alto que marcó una distancia con el público, pero esa dificultad fue sorteada por el talento de la actriz. Su desgarro y sus desafíos existenciales incluyen un inventario de su pasado, de sus expectativas y de las cosas que dejó Juan, todos aspectos que sobreviven a los muertos. El aporte musical en vivo del chelista Rafael Delgado complementa una propuesta de gran calidad.
Una versión sin vuelo del clásico “Venecia”
A diferencia del ascetismo escénico de “El rastro”, el clásico de Jorge Accame “Venecia” abundó en una puesta realista hasta la exageración, con un conventillo de clase baja donde se ejerce la prostitución barata, que no sólo mostraba las entradas de las casillas de chapa sino hasta árboles (de escenografía) en el escenario de la Fundación Salta. A cargo del grupo La Oveja Negra, de Mercedes (San Luis), la propuesta naturalista dirigida por Javier Vivas careció del aire fresco que se pudo sentir en otras obras presentadas en el festival, aunque hayan sido intentos fallidos. Por el contrario, no se tomó riesgo alguno, y eso resintió un texto que ha sido representado hasta casi el hartazgo en el país y en el exterior y al que, por conocido, se le exige un poco más. De hecho, en Tucumán fue puesto por varios años con la dirección de Víctor Hugo Cortés y su última versión bajó de cartel en agosto de 2014. La historia de las tres prostitutas y el eterno cliente (siempre insatisfecho) que deciden cumplirle el sueño a la Gringa, la vieja madama ciega (la obra es una invitación a su lucimiento), de ir a buscar su amor a la ciudad inundada, es planteada sin vuelo y con una estética tradicional y previsible, que apenas llama a la risa cuando los textos y las acciones rozan la grosería.
“Petra” y un juego de seducción sobreactuada
Hace 40 años, el alemán Rainer Werner Fassbinder escribió “Las lágrimas amargas de Petra von Kant”, un clásico referido al amor entre dos mujeres, a la frivolidad burguesa de la clase alta, al uso del dinero como elemento de dominación, al enceguecimiento que causa una pasión y a la destrucción de la propia identidad en función de necesitar el afecto del otro. La imagen del autor y director de cine y teatro fallecido en 1982, fracturada en cuatro partes, queda como telón de fondo de la puesta de “Petra”, adaptación realizada por el grupo mendocino Ven que te tiente Teatro y dirigida por Roberto Aguirre. Las cinco mujeres en escena son conducidas por un sendero en el que muestran más que desarrollan, en el que invitan al público a entrar en un juego de seducción sobreactuada y representación exteriorizada con ciertos elementos expresionistas, con los cuerpos como invitación al deseo y espacio de represión. El elenco puede jugar a más en sus interpretaciones, pero la estética y la propuesta apuntan a distanciarse de los personajes, y a mostrarlos por momentos en su brutalidad casi animal. Esa decisión no fue aprobada por parte del público, que se retiró a media función. La búsqueda fue enfrentada a la de “Venecia”, una muestra de la diversidad de ideas que conviven en la región cuyana, de donde vinieron ambas obras.