Silvia Giraudo, dueña de la librería El Griego, hace el gesto de apoyar los codos encima de la mesa y la cara sobre las palmas de la mano con el único objetivo de no perderse ni un detalle. Escucharlo hablar a Galeano -dice- despertaba este impulso. “Era un muy buen narrador, le gustaban mucho las anécdotas y las pequeñas historias reales. Te diría que era un juglar al que podías estar escuchando por horas”, confiesa.

Con Miguel Frangoulis, su marido, se hicieron amigos del escritor y de su mujer, Helena Villagra, una tucumana con la que se casó en 1976. Compartieron aquí y en Montevideo varias veladas. “Su casa no tenía lujos; era sencilla, de barrio, pero llena de artesanías y recuerdos. A Helena de gustan las plantas. El jardín era pequeño y estaba lleno. Tenían un pequeño quincho donde Eduardo disfrutaba de preparar asados”, recuerda Giraudo. Y agrega que el postre de Galeano siempre era una cerveza.

“Disfrutaba mucho de sus amigos, de leer, de escribir y de su familia. Con su mujer se amaban profundamente, eso se sentía en el aire”, cuenta Giraudo. Conserva del escritor una versión en sueco de “El libro de los Abrazos”. “Me lo regaló porque sabía que yo había vivido en Suecia”, explica. Y una traducción al griego de “Las Venas...” que le obsequió a su marido.

En su árbol
Fernando Ríos
, dueño del bar El árbol de Galeano, recuerda que un día de 2008 recibieron a una clienta uruguaya. “Nos dijo que era amiga de Eduardo, que le contaría del bar y que le pasáramos folletería y contactos”, cuenta. Nunca se imaginó que 15 días después recibiría un mail del propio Galeano en el que le agradecía por el nombre del bar.

En 2010, el escritor visitó dos veces el lugar. “A los dos minutos de haber estado sentado en la mesa sentíamos que hablar con él era como charlar con un familiar”, confesó. Galeano quedó encantado con el lugar, tanto que decidió festejar allí, dos días después, el cumpleaños de su mujer. “Lo organizamos para el viernes y nos invitó . Tenía reacciones increíbles, como cuando sacaba su libretita y tomaba nota de lo que decíamos. Anotaba nuestros nombres y decía: ‘por si alguna vez...’. Escuchaba con mucha atención. Fue muy generoso, hasta nos mandó libros, antes y después de ese encuentro”, cuenta Ríos.

Distinciones
En 1996 la UNT lo distinguió como “visitante ilustre” por su “preocupación por la construcción de la cultura, la libertad, la democracia y la justicia en América Latina”. Acababa de publicar “Fútbol a sol y sombra”, un libro sobre el deporte que lo apasionaba. En esa oportunidad destacó el profundo vínculo que tenía con esta provincia debido a su esposa, Helena, tucumana. “De modo que bien puedo decir que vivo abrazado a esta provincia”, expresó. Otra de sus tantas visitas se produjo en 1993, cuando presentó en el Virla “El libro de los Abrazos”.

En 2010 leyó fragmentos de “Espejos: una historia casi universal” ante un público que había estado aguardando ese momento cuatro horas antes y que colmó la capacidad del teatro Alberdi. Luego firmó ejemplares en “El Griego”. La fila de lectores llegaba hasta la esquina. Todos esperaron pacientes el fugaz encuentro con el autor.