Patricia Kreibohm
Magister en Relaciones Internacionales. Profesora Titular de Historia Contemporánea en la Unsta
Asumió Joe Biden como presidente de los Estados Unidos. Pero, esta vez, nada fue como solía ser. Washington estaba totalmente blindada, custodiada por miles de soldados, alambres de púas y tanques. No hubo traspaso del mando, pues el saliente presidente Trump se fue a Florida; en el acto de asunción, sólo había invitados especiales y tampoco se llevaron a cabo los rituales de bienvenida a los nuevos huéspedes de la Casa Blanca. En definitiva, la asunción del presidente número 46 de la gran potencia fue muy diferente.
Estados Unidos ya no es el mismo. Viene cambiando desde hace un tiempo, pero hoy, estas formalidades muestran que se ha iniciado un proceso de deterioro institucional, de fatiga política y de incertidumbre social, que abre tensas expectativas hacia el futuro.
Estados Unidos ya no es el mismo. El asalto al Capitolio -perpetrado por una turba exaltada- marca un punto de inflexión inédito, que ha espantado a los norteamericanos y al mundo, que miraban estupefactos una escena tan vergonzosa, como atemorizante.
Prácticamente desde sus orígenes, el país vivió una serie de conflictos internos que no terminaron de resolverse; sin embargo, el espíritu de sus leyes, la firmeza de sus instituciones y la fe de sus ciudadanos en el american way of life, ayudaron a superar los obstáculos. Trump, modificó muchas de esas cosas, pero produjo algo más: abrió una grieta que dividió a la sociedad y que amenaza con incrementar la intolerancia y la violencia.
Biden triunfó en las elecciones con mayor participación ciudadana de la historia (158 millones de votantes) y ganó gracias a un estrecho margen que, probablemente, le otorgó el voto castigo. De hecho, existen muchas dudas con respecto a sus capacidades para enfrentar eficazmente este desafío: es un hombre mayor, muy poco carismático y, más allá de sus buenas intenciones, no tiene hasta ahora, un programa concreto para resolver problemas tan graves como la pandemia, la recuperación económica y el supremacismo blanco, que está creciendo y dispone de armas a discreción. En otras palabras, no todos creen que Biden sea el presidente adecuado para transitar esta difícil coyuntura. Él, por su parte, promete una nueva era de recuperación, guiada por la causa de la democracia, por la fuerza moral de la nación y por intereses nobles. ¿Será suficiente? En este primer discurso, se muestra idealista y confiado. Es casi un discurso Wilsoniano.
Durante su mandato, Donald Trump tomó una serie de medidas que contradecían el tradicional espíritu del american dream. En efecto, tanto la política de inmigración, como el muro de Méjico, la salida de la OMS y de los acuerdos del cambio climático, marcaron con trazo grueso, un giro que sorprendió a todos. A una buena parte del país, esto le pareció inaceptable y bochornoso, pero muchos otros, lo aplaudieron fervorosamente. Será por eso que, hace unos días, Biden recuperó una de las frases favoritas de Ronald Reagan: America is back; una frase que encarna los valores, el espíritu y las fortalezas de los EEUU del pasado.
La era de Biden no será ni fácil, ni tranquila. Es probable que, durante los próximos cuatro años, las aguas no se calmen; por el contrario, se puede suponer que esa mitad del país que sigue a Trump -y que está sistemáticamente animada por él- no se conforme. Ya han logrado dividir al partido republicano, han experimentado la excitación de la movilización y saben que son capaces de trastornar el equilibrio e, incluso, de minar la confianza interna. Ayer, en las adyacencias del Capitolio, se oyó decir a algunos de sus partidarios: que los demócratas festejen, mientras puedan.
Entre tanto, el nuevo presidente asegura que el país volverá a la paz, a la cooperación y al consenso y, sobre todo, promete reconciliar al pueblo norteamericano; sanarlo, restaurarlo, reconstruirlo y unirlo. Veremos, porque Estados Unidos ya no es el mismo.