Debo confesar que el artículo “Pobre país” del periodista Alvaro Aurane (LA GACETA 25/9) me dejó sumido en profunda tristeza. No tanto por la frialdad de los números que sostiene la información, sino mas bien por el increíble estado de miseria en que hemos caído. Podría decir que lo merecemos, porque no hemos aprendido a votar. Cuando se nos da la oportunidad, creemos que con ir al lugar, buscar una boleta y ponerla en un sobre, ya se cumplió. Y a otra cosa. Bien! pla, pla! Craso error. Sin un buen análisis previo, ese voto puede mandarlo a perder. Porque será el resultado de su inconsciencia, traducida en una pavada. Y para Pavo no se estudia. Si todos nosotros tuviéramos la capacidad de reflexionar, analizar seriamente la calidad, capacidad y honestidad de los postulantes, otros serían los resultados. Pero el voto personal, aparentemente gratuito, si mal elaborado nos traerá costosas consecuencias, nunca para el bien. Equivocarse, le ocurre a cualquiera. Puede ser una vez. Pero dos, tres o cuatro veces, se llama estupidez. Tal como cambiar el voto por un colchón, o un “laburito”, o unos pesitos. Si seguimos así, las escuelas del mundo se pelearán para ponernos el gran bonete. y a llorar al cementerio.
Darío Albornoz
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