Pareceres: se muda la biblioteca del pintor de los ojos sentimentales

FUED AMÍN. Artista, docente, de hablar sereno. Para él pintar era un acto de amor. FUED AMÍN. Artista, docente, de hablar sereno. Para él pintar era un acto de amor.

Se va la casa de mis abuelos, la de los papás de mi mamá. En realidad vienen otras personas a ocuparla. La casa seguirá ahí donde siempre estuvo. Ellos sí se fueron.

La Elvita y el Pili, sus apodos. Elva y Fued. Abad y Amín. Un pintor y una profesora de pintura que, viviendo ahí, cumplían con la tradición libanesa de la calle Maipú. Ahora mismo estoy ahí, ayudando a vaciarla, antes de que vengan los otros, los que no son mis abuelos. Estoy solo, rodeado de pilas y pilas (y pilas) de cientos de libros. Libros que en su mayoría eran de mi abuelo. Los tengo que sacar de la habitación del fondo y llevarlos a su cuarto para facilitar la mudanza de los muebles.

Esa habitación era una especie de escondite para el Pili. La mantenía cerrada con una llave que sólo él tenía. Cuando murió pudimos entrar y nos topamos con cuatro paredes llenas de libros, discos y VHS. Las temáticas de los libros eran claras y hablaban muy bien de sus gustos: el cine, el tango, la pintura y los cómics. Afuera de la habitación también había libros. Estaban estéticamente ubicados y mejor dosificados en las bibliotecas del living. De chico chusmeaba uno por uno los lomos de esos libros para ver si encontraba algo interesante. Encontré a Donatello, Miguel Ángel, Rafael y Leonardo. Corrí a contarle: esos pintores se llamaban como las tortugas ninja. Me dijo: “Es al revés: las tortugas ninja se llaman como los pintores”. Ninguna tortuga ninja se llamaba Fued, como él. Si lo hubieran escrito bien, se hubiese llamado Fuad, un nombre árabe que significa “corazón”.

Aún así, sin ser la inspiración de mi dibujo animado favorito, en esa época supe ser un fiel seguidor de mi abuelo y su pintura. Sobre todo de los sanguchitos que servían en sus exposiciones. Al son de “¡Profesor! ¡Profesor!”, se le abalanzaba la gente a este pintor al que calificaban de intimista.

PARTE DEL MUNDO DE AMÍN. Los libros serán repartidos, como él deseó. PARTE DEL MUNDO DE AMÍN. Los libros serán repartidos, como él deseó.

Mis papás insistían para que nos pinte a mí y a mi hermana, pero nunca quiso. Sus retratos eran generalmente de las empleadas de la casa, jóvenes o ancianas. Me gustaba que se negara. Sentí que eso era un artista: no creaba a pedido ni con comandas, lo hacía a partir del deseo. Como un enganche que en vez de dar el pase (lo que puede pedir la jugada), sigue gambeteando. Mi abuelo era un distinto. Sigo siendo su admirador y cuelgo orgulloso sus cuadros en mi departamento.

Los libros que voy moviendo, mientras vuelven los recuerdos, irán a parar al penal de Villa Urquiza. Así lo decidió mi mamá. En estos años fuimos regalando varios a distintos amigos y obviamente ella y yo separamos otras varias pilas de libros para nosotros mismos. Son muchísimos. Los nuestros y los que irán a la cárcel. Aún así en cada pila me surge la duda si este también lo quiero para mí. “La economía cinematográfica”, por ejemplo, de Walter Dadek. Suena a una mixtura de arte y coyuntura realmente interesante. Listo, me lo quedo. No me llevaré ninguno de los cientos que hay sobre técnicas de pintura y dibujo. Ya es un poco tarde para mí.

Freno un rato para descansar. El calor y los libros me ganaron. Me siento en el sillón donde solía sentarse mi abuelo. Ahí donde yo lo abordaba con una ronda de preguntas muy infantiles, generalmente sobre su pelada. “¿Y dónde tenés los piojos?”, le pregunté un día. “No, no tengo. Me patinan y se caen”, me contestó. Este último recuerdo me lleva al inicio del perfil sobre él, que escribió el periodista y amigo Roberto Espinosa.

Estoy con auriculares, escuchando música y sin apagarla busco la nota de Roberto en el celular y empiezo a leerla. “Calvo. Ojos sentimentales. Sonrisa de asombro. Baja talla. Hablar sereno. Llegó una tarde a LA GACETA. ‘Lo busca un señor de un nombre raro… de apellido Asís, Anís… dice que es pintor’, me explicaron los bigotes de Lopecito, vigilante que impedía que alguien ingresara a la redacción, aunque no siempre lograba su cometido. La mirada vivaz me saludó con afecto en el hall. Traía un sobre un poco abultado de donde brotaron algunas decenas de láminas con manchas pictóricas simétricas. ‘La gente cree que las inventó Rorschach (el psiquiatra suizo), pero ya las hacía Botticelli en el Renacimiento, se llaman klecsografías. Estoy preparando un librito artesanal… ¿se anima a escribirme un prólogo…? Me encantaría si le sale poético’, dijo Fued”.

En los auriculares empieza a sonar Oltremare, de Ludovico Einaudi, una canción instrumental de 11 minutos que únicamente tiene un piano que enlentece y acelera. Sigo leyendo. “Con su esposa Elva, el ‘Pila’ iba los sábados al Hospital del Carmen a enseñarles dibujo y pintura a las internas. En la Escuela de Bellas Artes, estimulaba a sus alumnos a hacer historietas y dibujos animados. Cultor de la gaseosa y el chocolate, la confitería La Royal fue testigo de la aparición de los ‘Klecsopoemas’, que luego él convirtió en otro libro. ‘Yo no buscaba transmitir nada en especial. Para mí pintar era un acto de amor, un regodeo y si lograba algo, que fuera bello’, decía”.

Sigo sentado en el sillón. Después de que se murió también fue un poco mi sillón, al menos por los nueve años que siguió viviendo mi abuela. Con el piano sonando en mis orejas, me doy cuenta que hace años no tenía esa vista. Desde ahí veía la biblioteca principal y reconocí a las tortugas ninjas que al final eran los pintores ninjas. Leo ese último párrafo del perfil y empiezo a llorar. Mi abuelo se regodeaba en la pintura y ahora yo estoy regodeándome en el llanto. Lo dejo salir, lloro con ruido, con ganas. No es angustia en sí, es un sollozo del que saldré ileso, o incluso, con menos heridas. Una especie de masturbación melancólica.

ABUELO Y NIETO. Fued Amín con Nicolás Iriarte, autor de este recuerdo. ABUELO Y NIETO. Fued Amín con Nicolás Iriarte, autor de este recuerdo.

Lloro porque Fued Amín sigue pintando aún muerto y me dibujó este momento tan íntimo como su trabajo. Van a meter los libros a la cárcel y no lloro por eso. Al Pili le hubiese encantado. Otro acto de amor. Que aprendan a pintar los presos, los asesinos, los ladrones, los inocentes; que aprendan las locas, las maníacas y las bipolares en el Carmen; las tortugas, los ninjas; los piojos, las empleadas y tantos artistas.

La canción del piano y el perfil se terminan: “Padre, hermano, amigo, sus pinceles de 82 años se callaron el 6 de julio de 2005. Fue uno de los duendes más buenos que conocí. Fued Amín tenía el corazón tan grande que le abarcaba todo el cuerpo”.

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