Una localidad, en la mira por los crímenes narcos

Dos casos que quedaron con interrogantes.

Una localidad, en la mira por los crímenes narcos

En los últimos tiempos, Famaillá fue escenario de crímenes de estas características que no se esclarecieron o que nunca se supo bien cuáles fueron los móviles. El 17 de agosto de 2003, Adrián Mansilla fue visto por última vez en la zona de la ex Terminal de Ómnibus. Un grupo de hombres lo obligó a subir a su auto. Luego de semanas sin que la investigación avanzara, Carlos “Pirucho” Chávez contó que él integraba esa patota y que, después de secuestrar a la víctima, lo llevaron hasta el paraje de Sauce Guacho donde lo mataron y enterraron. Identificó a Miguel Ángel “Piki” Orellana, hermano de José y Enrique Orellana, como el ideólogo del plan y señaló a las otras seis personas que participaron en el hecho.

La investigación del caso fue una de las más polémicas de los últimos tiempos. Denuncias cruzadas, cambio de fiscales, sobornos, acuerdos millonarios y hasta el desplazamiento de los investigadores que llegaron a la verdad, formaron parte del expediente. El juicio se desarrolló cinco años después y, a pesar de que todos los acusados fueron condenados (incluso el testigo arrepentido) nunca se conoció el verdadero móvil del crimen. Antes, durante y después del debate oral sobrevoló la pista narco.

Mansilla trabajaba para Orellana. Sus familiares, antes de renunciar a la querella al haber llegado a un millonario acuerdo económico, dijeron que el joven viajaba en reiteradas oportunidades a Buenos Aires y regresaba con misteriosos paquetes que podrían haber sido droga. Extraoficialmente siempre se pensó que la víctima se habría apoderado de una importante cantidad de cocaína (algunos dijeron que era medio kilo) y por eso decidieron matarlo.

Un caso impune

Río Colorado está muy cerca de Famaillá. Esa localidad fue escenario de uno de los crímenes más importantes de los últimos tiempos. Un doble homicidio que aún permanece impune. El 30 de marzo de 2015, los sargentos Alberto Antonio Valdez y Ángel Ernesto Véliz, pese a no estar prestando servicios, recibieron un llamado de un vecino porque algo raro estaba ocurriendo en la entrada del pueblo. Se subieron a una moto y fueron hasta el lugar. Llegaron hasta un refugio ubicado en el acceso de la ruta 157 y se toparon con un auto negro. No tuvieron tiempo de nada. Los acribillaron con pistolas nueve milímetros. Los dos uniformados murieron en el acto. El caso fue conocido como “El crimen de los guardianes”.

La fiscala Adriana Reynoso Cuello estuvo al frente de la investigación. A las pocas horas se realizaron varios allanamientos y se detuvo a varias personas. Terminó imputando por los homicidios a Sebastián Exequiel Jaime, José Carlos Acosta y Juan Carlos Tártalo. En octubre de 2017 se inició el juicio. El debate estuvo cargado de sorpresas y de polémicas. “Le voy a decir la verdad: esas personas no tienen nada que ver”, dijo el acusado Jaime mientras apuntaba con una mano a los también imputados Tártalo y Acosta. “No dije la verdad porque fui amenazado por Nicolás Orellana y Samuel Morales (hijo y ex yerno de “Piki” Orellana, respectivamente)”, advirtió generando más asombro en la sala de audiencias. Su relato continuó: “Morales y Orellana me citaron. Fui a comprarles marihuana y ‘merca’. En un momento, recibieron un llamado. Alguno dijo ‘ahí vienen’. Nicolás me dijo que me fuera, pero Samuel me dijo que me quede, y que viera lo que viera, no dijera nada porque se iban a desquitar con mi familia”, les dijo el acusado.

Los mencionados fueron citados a declarar y negaron la acusación en su contra. Sin embargo, Morales fue detenido meses después en un allanamiento por venta de drogas en Famaillá. LA GACETA no pudo constatar cuál es la situación de esta causa.

Un tribunal condenó a Jaime y absolvió a los otros dos acusados que estuvieron detenidos injustamente durante más de dos años. También resolvió que se reabriera la investigación en contra de Orella y de Samuel. Pero la fiscala Reynoso Cuello poco pudo hacer. El paso del tiempo y el miedo de los habitantes de Río Colorado terminaron sellando la impunidad en “El crimen de los guardianes”.

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